jueves, 13 de junio de 2013

¡Nwadzinguele, Mozambique!


Playa de Maputo (no apta para el baño, desgraciadamente...)

(Nwadzinguele, en un idioma local que todavía no he identificado, significa “luz de la mañana”).

Bienvenidos a la continuación de nuestro periplo africano. Esta vez nos hemos desplazado al otro lado del continente: al cálido, verde y dulce Mozambique. Y aquí nos hemos instalado para pasar un año en Maputo, a la vera del Océano Índico.

Dejamos atrás Namibia a principios de año, forzados por un nuevo cambio laboral de Silvia. Muy bienvenido, porque no estaba claro que hubiera ninguna continuación y, en algún momento, casi acabamos teniendo que irnos a Jordania. Afortunadamente –y que nos perdonen los jordanos- en el último momento surgió la oportunidad de mudarnos a Maputo. Lo creáis o no, siempre habíamos pensado que si teníamos que seguir viaje después de Namibia nos gustaría ir a Mozambique, país que no conocíamos pero del que todo el mundo habla bien. Antes, cuando estábamos en Marruecos pensábamos en Senegal como siguiente destino, en Senegal pensamos en Namibia, en Namibia pensamos en Mozambique… Tendremos que tener cuidado la próxima vez que pensemos en estas cosas, se está volviendo peligroso.

Esto ya tiene otro color

Sea como fuere, una mañana de enero nos metimos en el coche con nuestros dos gatos –tenemos uno nuevo, Syd, “regalado” por nuestros vecinos namibios- y cruzamos en transversal el sur de África para llegar a nuestra nueva ciudad de acogida. 1900 km en tres días, a un ritmo cómodo, parando en el Kalahari a dormir y en casa de unos amigos en Pretoria (Sudáfrica). Atila –nuestro gato de siempre- se empeñó en conocer mundo ambas noches, escapándose a darse una vuelta por el Kalahari, donde volvió pronto y asustado por la cantidad de ruidos y olores extraños de las cebras y otros bichos- y por los suburbios de Pretoria, donde parece que se lo pasó pipa.

Syd, el nuevo fichaje y mejor amigo de Atila

Cruzamos todas las fronteras como Pedro por su casa, hasta el punto de que en Mozambique se olvidaron de ponernos visado en el pasaporte y a Silvia hasta le pusieron un sello de salida en vez de uno de entrada. Así, triunfalmente, llegamos a Maputo sin más incidentes.

Viniendo de la desierta, apacible, limpia y germánicamente ordenada Namibia, la primera sensación fue que habíamos vuelto a Dakar… más o menos. Toda la carretera desde Windhoek hasta la entrada de Maputo está bastante bien, asfaltada y sin baches, pero en cuanto entras en Maputo se acabó: la primera rotonda de la ciudad es un muestrario de baches y trozos de asfalto machacado, junto a la que se extiende un mercadillo de baratijas, atiborrado de gente, con un buen muestrario de basuras para completar la escena. ¡Aaaaaah, qué hemos hecho! – pensamos los dos sin decirlo. Seguimos por el tráfico denso durante algunos kilómetros más adentrándonos en el corazón de Maputo y nos habituamos a la velocidad de la luz a estar de vuelta en una gran ciudad africana normal (Windhoek es una cosa muy rara), con todas sus buenas y sus malas cosas. No se ve un sitio igual cuando vas de paso que cuando sabes que va a ser tu casa un tiempo, así que rápidamente cambiamos el chip de qué-hemos-hecho para ir apreciando lo bueno: ¡gente, para empezar! Mucha gente, haciendo cosas, hablando, moviéndose, cogiendo autobuses, carros, bicicletas… Casi se nos había olvidado este trajín. ¡Puestos en las calles! Verduras sin empaquetar, carritos ofreciendo cocos, vendedores de baratijas en cada esquina… ¡vida!

Surtido de Kapulanas (tela tradicional de las mozambiqueñas) en Casa Elefante

Más allá de los barrios periféricos nos adentramos en una ciudad mucho más ordenada, con grandes avenidas, algunas con abundante arbolado, y comercios modernos, terrazas llenas de gente, edificios y mansiones coloniales mezcladas en un curioso revoltijo. Maputo es grande, tiene 2 millones de habitantes (Windhoek x 10), y el centro histórico se asemeja mucho a una ciudad mediterránea. Lo mejor es que el carácter de la gente es también parecido; ya la primera tarde casi nos desmayamos cuando la camarera del restaurante nos saludó con efusividad, sonriendo y nos atendió con mucha amabilidad en todo momento. ¡Silvia, no bebas, que aquí han echado algo en el agua! Ahora sabemos que es normal, pero no nos lo parecía entonces, recién llegados de la seca Namibia donde el carácter de la gente refleja el clima y el árido paisaje… Vamos, que nos daban ganas de abrazar a las camareras y a los vendedores de periódicos los primeros días.

Como la mayoría de los demás guiris, vivimos y nos movemos casi todo el tiempo por la parte más pija de la ciudad (Shomerschield y Polana). A diferencia de Windhoek, las razas se mezclan aquí completamente, y abundan mucho los portugueses, indios e italianos, pero también se ven muchas familias mixtas y las relaciones inter-raciales son, aparentemente, muy fluidas. Mozambique fue, durante largas décadas, una colonia portuguesa y hoy en día el portugués es la lengua más hablada en la capital. Con nuestras lecciones de portugués que tomamos en Namibia, la semejanza con nuestra propia lengua y, el acento suave del país, es fácil entenderse. También es fácil entender lo que habla la gente por la calle, lo cual es toda una novedad para nosotros (antes el día a día sonaba en darija –dialecto del árabe-, wolof, afrikaans…). 

¡Se acabó la merluza congelada namibia!

Nos instalamos provisionalmente en una casita baja en el centro, a 1 km del despacho de Silvia y a 100 metros del mar. Los gatos han tenido que pelear para hacerse un sitio en la colonia felina de la zona, pero ya están felizmente instalados. Sólo la aparición esporádica de monos “verdes” (cercopitecos) les altera de vez en cuando. Con los meses, la casita provisional ha tornado a ser la definitiva. No tiene nada que ver con la mansión de Namibia, pero está en una zona verde bastante agradable (por cierto, que los precios de los alquileres doblan a los de Namibia y España en Maputo…).

Nuestra modesta morada en Maputo, con palmera de reinona y todo
Pronto contactamos con algunos españoles residentes, entre ellos Elena, una chica que habíamos conocido en Windhoek, y disfrutamos de la visita de un viejo amigo sudafricano, Mike, al que habíamos visto por última vez en Túnez en 2005.

...Vale, ya os oigo comentar: ¿pero por qué estás tan tranquilo, Nacho, si te has separado de Etosha y de la hiper-abundancia de animales de Namibia? El truco es que el Parque Nacional de Kruger – en Sudáfrica- está a tan sólo 100 km de Maputo, no os preocupéis que está todo pensado. Y Mozambique también tiene mucho que ofrecer...

1 comentario:

Fernando dijo...

Jo, sí, qué pena más enorme nos dais, viviendo en una chabola, con sólo un parque infantil a cien kilómetros y una birria de océano a cien metros, en fin, un asco, un error y una desgracia. Os fastidiáis.