lunes, 30 de noviembre de 2009

Aprovechando el silencio de los corderos

 Foto: Chacal dorado (Canis aureus)


Todos los años cuando llega la fiesta del cordero –el Tabaski en Senegal o el Aid-el-Kebir en otros países; una de las grandes celebraciones islámicas en la que se conmemora el sacrificio de Abraham-, aprovechamos que casi todo el mundo está ocupado degollando el carnero para alejarnos del follón de la ciudad. Es muy buen momento para viajar, si sales de Dakar cuando todo el mundo está en la mezquita y vuelves cuando todavía los estómagos están reposando el churrasco. Elegir bien cuándo entrar y salir no es ninguna broma, Dakar es una península con una única carretera de acceso al resto del país y los atascos son monumentales.

Así que hemos hecho un viajecito a los alrededores del Delta del Siné-Saloum, esquivando los camiones, furgonetas y coches cargados de corderos en el maletero (foto 1). Como era poco probable que pudiéramos hacer excursiones en piragua por los manglares en fechas tan señaladas, nos hemos quedado en las puertas del delta, pero aún allí, sin entrar en la parte más salvaje, hay un montón de cosas que ver y un paisaje alucinante.

A medida que nos acercamos al delta, vamos abandonando la sabana relativamente densa para adentrarnos en inmensas planicies arenosas salpicadas de charconas salobres y corpulentos baobabs (fotos 2 y 3). Este es uno de los lugares importantes para muchas de las aves acuáticas migratorias que están llegando aquí desde Europa en estas fechas, y junto con las especies residentes, se juntan miríadas de limícolas (las aves que se alimentan en el barro), gaviotas (foto 4), charranes, flamencos, pelícanos, garzas, cormoranes y águilas pescadoras. En el caso de esta última especie, tuvimos la suerte de ver una anillada y de poder leer las letras escritas en la anilla, así que en breve esperamos poder contaros de dónde ha salido esta viajera en particular. La mayoría de las águilas de esta especie que vemos por aquí crían en Europa septentrional y central y todos los años viajan a África para pasar el invierno europeo. Las españolas –bastante escasas-, por el contrario, se quedan en nuestro país todo el año.

No sólo de aves vive el amante de la naturaleza, así que nos pusimos a comprobar la veracidad de las historias de hienas (hiena manchada, la grandota de los documentales) que pululan por el delta (…y por muchas otras regiones de Senegal). Y no hizo falta ir muy lejos, a 1 km escaso del alojamiento más lujoso de la zona (El Lodge des Collines de Niassan, en Palmarin ), encontramos un buen surtido de huellas mientras comíamos el bocata. Silvia se echó una buena siesta ahí mismo… antes de saber qué compañía se oculta en los islotes de estos saladares. En Senegal son animales estrictamente nocturnos y no conviene dormir al raso en el campo porque no hacen remilgos a nada. La próxima vez nos alojaremos más cerca de las hienas y les dedicaremos un paseo nocturno (¡en coche!) para ver si las encontramos.

Menos inquietantes, pero igualmente espectaculares, son los chacales. En África los hay en todas partes menos en las selvas más espesas, desde la playa hasta la cima de las montañas, y desde Ceuta hasta el cabo de Buena Esperanza. Volviendo de Palmarin, nos topamos con una pareja de chacales dorados (Canis aureus) campeando en el límite entre el “monte” y la planicie (un sitio parecido a la raya de Doñana). La hembra, coja de una mano, tuvo la gentileza de posar para la foto (foto 5), pero el macho, bastante más grande y auténticamente dorado, no era tan curioso y no quiso figurar en el blog. Otra vez será.


lunes, 23 de noviembre de 2009

Mi madre lo sabía: el sentido de la vida está en sentir la vida (adiós, mamá)

Foto: Mis padres pasándoselo en grande
en el lago Nakuru (Kenia), en 1998


Este es mi minúsculo homenaje a mi madre, esto es lo que he podido rescatar por ahora de entre esta inmensa ruina que ha dejado.


Algunos creen que nuestro cerebro está hecho para pensar, para computar montañas de datos y realizar complejos análisis que desembocan en pensamientos, más o menos profundos según la necesidad o las ganas. No es cierto, están equivocados: nuestro cerebro está hecho para sentir, para tomar todos esos datos, análisis y reflexiones y transformarlas en sentimientos: en amor, odio, alegría, tristeza, asombro, decepción, ansiedad, calma, placer, asco, admiración, envidia, melancolía, éxtasis… y mil otras cosas alucinantes. Pensar es sólo una parte del asunto, la vida consiste en sentir.


Y de eso, mi madre sabía un montón. Y eso mismo, mi madre nos lo inculcó… a su manera.


Me imagino, no lo sé, que eso es lo que mi padre, mi inmenso padre, vio en ella desde que eran casi unos chiquillos, y que eso era lo que compartían y lo que les mantuvo juntos y todo lo felices que se propusieron, que fue una barbaridad sin paliativos. Y, para ser coherentes con sus principios de sentir sin restricciones, también se enfadaron a veces, sin que eso supusiera mucho problema. De hecho, tenían una solución mágica para esos episodios: se prometieron no irse nunca a la cama enfadados. Una gran receta secreta.


Mi madre, en definitiva, se hizo un precioso caminito de sentimientos a lo largo de su vida, guiada por el mejor de todos, el amor, y sin hacerle tanto caso al guía otras veces como buena viajera independiente que era.


Su amor por su Pepe, mi padre, se encarnó ocho veces en sendas combinaciones genéticas con vida propia, de las que tengo el orgullo de formar parte y ninguna queja. Ni falta que hace hoy que entre a valorar ni a detallar la inmensidad de este amor, sólo tenéis que escuchar el viento triste que seguirá buscándolo por todos los rincones todavía por muchos años.


Otro de sus amores más tremendos, la música, lo plasmó primero en su exitosa carrera de piano y, más tarde, mediante no sé qué alquimia misteriosa, en un concentrado de genes melómanos que se materializó en mi hermano Carlos… con la graciosa colaboración de los genes pepunos, menos duchos en el tema pero no menos voluntariosos.


Su amor por las buenas causas, que son por supuesto las que llaman perdidas, lo transformó en muchos, muchos años de trabajo desinteresado fuera de casa. Consciente de lo perdidísima que debía ser la causa de sus hijos, sacó tiempo durante unos 14 años para ayudar a otros, menos perdidos pero que habían tenido la desgracia de padecer carencias e incluso de tener que haber ido a paliarlas a países lejanos como el nuestro. Matando dos pájaros de un tiro, mi madre aprovechó para aplicar en este último caso, -el de la la asistencia a refugiados-, su amor por otras lenguas y culturas, hablando francés, inglés, italiano, portugués y hebreo. Últimamente, pero sin intenciones asistenciales que se sepa, estaba aprendiendo catalán… a los 71 años de edad.


Y así transcurrió una vida, así pasaron los años, entre estos y otros amores, y, cómo no, entre otros sentimientos que siempre se hacían a un lado para no enturbiar la dicha. Mi madre vivió siempre sintiendo, sintiendo fue capaz de sobrevivir a la muerte de su marido - tan sólo hace dos años y cuando tanto les quedaba y nos quedaba por sentir juntos-, y sintiendo muchas ganas de vivir se le escapó la vida, qué torpe ella, en un descuido de su cuerpo, qué torpe él.


Mamá, no te preocupes, no perderemos de vista al guía. Papá, descuida, seguiremos esforzándonos en hacerlo bien, como nos habéis enseñado. Gracias a los dos, no tenemos nada que perder.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Con las patas en la grasa

Foto: José Luis Rodríguez http://www.miradanatural.es/foto.php?id=6324

Era una cabaña de piedra de dos pisos, entre montañas de verde fresco habitadas por los buitres. Una tarde de verano, a la vuelta del paseo, encontramos sobre la mesa la bolsa de madalenas rota y un montón de migas desparramadas: señales de mucha hambre y de pocos modales. ¿No podías deshacer el nudo y comer como una persona? Que yo no he sido, que yo tampoco... y no pudimos desvelar quién fue el asaltante ese día.

Por la noche, quedamos en no dejar fuera ningún cacharro sucio de la cena, para no tentar a los zorros, que son capaces de salir corriendo con un cazo en la boca si pueden rebañarlo en un sitio tranquilo, y ve tú a encontrarlo.
Lo mismo se aplica a cualquier otra cosa de olor atractivo (para ellos, claro), como unas zapatillas viejas o una bota de vino.

Y tan ufanos, seguros de no perder nada a dientes de los raposos, nos fuimos a dormir en el piso de arriba, que más bien era un desván abierto a la planta baja. Estábamos bien arropaditos, cogiendo ya el sueño, cuando empezamos a oír lametazos. ¿Pero no te dije que no dejaras fuera la sartén sucia? ¡Pero si no la he dejado fuera, está dentro, abajo, sobre el fogón! El de la sartén, al oír esto, se puso a lamer con más fruición todavía los restos de aceite y pringue. Una cosa es que un zorrete espabilado te mordisquee las botas que te has dejado fuera de la tienda de campaña, pero que se meta en una cabaña a darse un banquete estando sus moradores intentando dormir dentro, y amenazando con ventilarse la magra despensa que nos quedaba, eso es demasiado... Así que, con medio cuerpo todavía en el colchón, encendí la linterna y alumbré a la cocinilla, sacando la cabeza por el hueco del altillo para ver con quién nos las veíamos. Una forma alargada y oscura estaba, efectivamente, apoyada sobre la cocina y muy ocupada en dejarnos la sartén como la patena.

En un santiamén cundió el pánico en la parte animal y el bicho, poniendo pies en polvorosa, se plantó en dos brincos agilísimos en el mismo altillo desde donde lo observábamos. ¡Y detrás venía un segundo congénere, con idénticas prisas! Uno tras otro, driblaron la linterna, pasaron a escasos centímetros del colchón y de sus dos atónitos ocupantes humanos, y se escabullieron por un agujero del portón que daba a la ladera del monte. Esa noche dos garduñas se relamieron el refrito de los labios, asustadas pero contentas, y a la mañana siguiente, yo claveteé nuevas tablas en los agujeros de los ventanucos y de la puerta, como en los buenos dibujos animados... No fuera que cualquier día, a la vuelta del paseo, sorprendiéramos a la pareja de fuinas retozando en nuestro propio lecho.

Y colorín, colorado, la historia de las dos garduñas en la cabaña se ha acabado. Nuestras disculpas a los zorros, pero ya se sabe: unos cardan la lana y otros se llevan la fama.



jueves, 6 de agosto de 2009

Sin ir más lejos

Foto: Tejedor (Ploceus melanocephalus). Nacho Aransay

Hoy sólo escribo para poner fotos de Senegal. En primer lugar, una carpeta con fotos de pájaros, la mayoría hechas en el jardín de casa (incluso diría que casi todas desde esta mesa en la que escribo), y algunas pocas -las de las aves grandes- en los alrededores de Dakar (unas lagunas en un sitio llamado Technopole). También he añadido algunas hechas en el Parque Nacional de Niokolo-Koba que no puse en su día.

Y, en segundo lugar, para que veáis un poco cómo es, he subido una carpeta con fotos de nuestra casa en Dakar y de la ciudad. Iré poniendo más y mejores.

En definitiva, que tenemos una casa molongui llena de pájaros exóticos, ¡olé, olé olé! ¡Que se vea!

Espero que os guste.

miércoles, 24 de junio de 2009

NIOKOLO KOBA


Fotos: Facóceros (Phacochoerus africanus) y hembra de antílope acuático (Kobus ellipsiprymnus) en el Niokolo-Koba.

Aprovechando que todavía estoy ocioso en Dakar, he cogido el coche y me he pirado cinco días yo sólo al Parque Nacional de Niokolo-Koba, al sureste de Senegal. Está un poco lejos, a 550 km africanos, con lo que se tardan unas 11 horas en llegar. En pocos meses, en cuanto terminen de arreglar la carretera, el viaje será bastante más rápido.

Según se avanza hacia el este, se va entrando en las regiones en las que ya ha comenzado la estación de lluvias (el “hivernage”, como lo llaman aquí), y el cielo cargado y la tierra polvorienta se convierten paulatinamente en un vergel verde salpicado de charcas de lluvia. Al llegar a Niokolo-Koba, incluso a últimas horas de la tarde, el calor se pega al cuerpo como una lija: son 40º tropicales. Sudas y sudas, y pierdes dos litros de agua corporales sólo para poner la tienda de campaña (suerte que hay ducha en el campamento de Dar Salam).

Por la mañana, entro en el parque, acompañado obligatoriamente por un guía del mismo Dar Salam que vendrá conmigo a todas horas. Es de agradecer porque conoce muy bien la reserva, que tiene 900.000 hectáreas, y sabe por qué pistas podemos circular (está prohibido ir a pie) y por cuáles no, por el peligro de quedarnos atascados en el barro. Las primeras son pistas con base de piedra laterita, y no suponen ningún problema (eso sí, nada de turismos, sólo 4x4). Además, también es un buen guía de animales y de plantas.

El comienzo de la época de lluvias es, quizás, la peor estación del año para ver animales, pues hay agua por todas partes y los bichos no tienen necesidad de concentrarse en los pocos puntos de agua que quedan en la época seca. No obstante, “haberlos haylos”.

El parque es un inmenso bosque, bastante cerrado en algunas zonas, atravesado por el río Gambia y dos de sus afluentes, como el propio río Niokolo, con algunos claros inundables que los franceses llaman “mares” (pero no la mar oceana, que en francés es “la mer”). La segunda parte del nombre, Koba, corresponde al nombre local del animal emblemático del parque: el antílope ruano (Hippotragus equinus), un gran ungulado del tamaño de un caballo pequeño, de cuernos curvados hacia atrás, cara negriblanca y cuerpo castaño. Una hermosura que ya había conocido en Zimbabwe y Tanzania, aunque la de aquí es una forma un poco distinta.

Niokolo-Koba no es un parque fácil para el turismo, en el sentido de que no se ven grandes manadas de animales, la variedad es un poco reducida, y puedes pasarte tranquilamente dos horas sin ver nada… Teniendo eso claro, se puede disfrutar un montón buscando y rebuscando, con tiempo se acaban viendo bastantes mamíferos, la avifauna es muy rica y el paisaje es espectacular.

En los tres días que pasamos dando vueltas, los animales más frecuentes eran los facóceros (Phacochoerus africanus, los jabalíes africanos), los cobos de Buffon (Kobus kob, hermosos antílopes anaranjados de porte cervuno) y los antílopes jeroglíficos (el “bushbuck” de los ingleses: Tragelaphus scriptus), todos ellos ligados a las zonas más húmedas, junto con las manadas de babuinos de Guinea (Papio papio) y los monos verdes o “vervet” (Chlorocebus sabaeus), que pueden aparecer en cualquier parte. Menos abundantes ya son otras especies de antílopes: los antílopes acuáticos o “waterbucks” (Kobus ellpsiprymnus defassa), cuyas hembras sin cuernos se asemejan un poco a burros, el oribi (Ourebia oribi), del tamaño de un corzo y que aprovecha las zonas abiertas de pastizal, y el cefalofo o “duiker” de flancos rojos (Cephalophus rufilatus, especie nueva para mí), pequeño antílope que tiende a desaparecer zambulliéndose a toda prisa en la vegetación más espesa (de ahí su nombre en inglés y afrikáner).

Otros animales que pueden verse fácilmente son los hipopótamos (Hippopotamus amphibius), comunes en el río Gambia pero en pocas cantidades, y los cocodrilos del Nilo (Crocodilus niloticus), muy abundantes en todas las zonas con agua. En el propio hotel Simenti, el único del parque, se pueden ver una treintena de ellos en la orilla del Gambia. A primera hora de la mañana, con suerte, se pude admirar al padre –o la madre- de todos ellos: un bicharraco de 5 metros que se esconde en cuanto se levanta el sol.

Hasta ahí, lo fácil, y sólo relativamente. Se nota que en el Niokolo-Koba ha habido, y hay, mucho furtivismo; muchos animales huyen al oír el motor de un coche, de forma sorprendente incluso algunas grandes aves lo hacen (como los calaos terrestres de Abisinia). El resultado es que la densidad de grandes mamíferos que existe hoy en día es de las más bajas que he visto en África (situación similar a Zambia, pero que se salva por algunos buenos parques como el South y el North Luangwa), y la cosa no tiene visos de mejorar. Como muestra, unos franceses que dormían en otro campamento oyeron tiros por la noche. Y las pieles de león, por ejemplo, se siguen cotizando a 600 €.

Siguiendo con el inventario, los antílopes ruanos son todavía relativamente “abundantes”, lo que no quita para que nos costara mucho esfuerzo encontrar una manada de una docena. Son animales recelosos y muy sedentarios, que pueden pasarse largas temporadas en territorios muy reducidos. También hay búfalos cafres (Syncerus caffer), pequeños y rojizos, como el tipo selvático de otras partes de África, que no conseguimos ver, aunque sus señales abundan. Lo mismo nos pasó con los Elands de Derby (Taurotragus derby), los antílopes grandes como vacas, que no sabían/no contestaban.

Para comerse a todo este elenco de carne ambulante, están los carnívoros. Estos sí que se hacen de rogar; son muy, muy difíciles de ver en este parque. Primero, porque de algunas especies hay muy pocos, como los leones (Panthera leo): sólo hay una treintena en el parque, y en los tres días todo lo que vimos de ellos fue una única huella (cerca del río Niokolo, en la zona de la Patte d’Oie como bien indican las guías). Se supone que son los leones más grandes que hay, así que no podrán esconderse tan fácilmente… ¡volveré! Encontramos muchas más huellas de leopardos (Panthera pardus), bichos resistentes donde los haya y que pasan casi siempre inadvertidos. A diferencia de los leones, que se ven de año en año prácticamente, los leopardos se dejan ver con cierta frecuencia… pero no cayó la breva tampoco. Aunque sí hubo una falsa alarma: vimos un felino avanzando por la penumbra del sotobosque y el guía, a ojo, dictaminó: ¡leopardo! …Muy pequeño ese leopardo, Ibrahim, ¿no?. Claro, porque era un serval (Leptailurus serval), un primo felino del tamaño de un lince, estilizado y de patas largas que se alimenta principalmente de roedores. De todas formas, un bicho precioso y, aquí, no muy fácil de ver.

El tercer gran carnívoro del Niokolo-Koba es la hiena moteada (Crocuta crocuta), que para no ser menos, tampoco se deja ver normalmente en este parque; a diferencia de las hienas del este y el sur de África, en estas regiones las hienas son estrictamente nocturnas, y sólo de noche cerrada pudimos oír algunas desde el hotel Simenti. Tampoco abundaban las huellas de las hienas por las pistas…

La última mañana, a primerísima hora, sorprendimos a una pareja de chacales de lomo rayado (Canis adustus) echados en un claro. Hacía muchos años que no veía esta especie, y me llamó la atención la cara lobuna que tienen, más robusta que el chacal dorado (C. aureus), el tipo de chacal que todavía abunda en Marruecos y en Túnez. Los de aquí se comportaron como buenos niokolo-koberos y pusieron tierra de por medio antes de poder fotografiarlos.

Entre los carnívoros, casi me olvido de citar los licaones (Lycaon pictus), los perros pintados o salvajes africanos, los cazadores terrestres más eficaces del mundo, que campean por el Niokolo-Koba y se guardan muchos de ser vistos, ya sabéis… Son animales que no mantienen territorios fijos y deambulan en busca de presas todo el año, excepto cuando tienen cachorros pequeños. Precisamente por ser tan buenos cazadores, están muy perseguidos y desaparecen a toda prisa de la mayor parte de África.

Queda por fin, la guinda del pastel: los elefantes (Loxodonta africana) del Niokolo-Koba. Lo diré directamente: son prácticamente imposibles de ver. Hay poquísimos, son desconfiadísimos y nadie tiene ni puñetera idea de por dónde pueden andar en un momento determinado. De hecho, la noticia entre el personal del parque no es verlos, es encontrar una de sus enormes catalinas, cosa que ocurre de pascuas a ramos literalmente.

En una parte muy alejada del Parque y que no es accesible en época de lluvias, hay también chimpancés (Pan troglodytes verus). Cuando pueda ir en otra época ya os contaré si tengo suerte.

En definitiva, creo que sí que merece, y mucho, la pena ir al Niokolo-Koba, pero hay que ir pensando en conformarse con disfrutar lo que se tenga la suerte de ver, que siempre será cien veces menos de lo que se ve en un parque del sur o del este de África. No he hablado de los pájaros, pero es una región con una inmensa riqueza de aves y se puede disfrutar un montón centrándose en ellos, y teniendo el regalo de algún gran mamífero de vez en cuando. El paisaje es realmente bonito y la infraestructura es suficiente para pasar unos días agradables en un sitio muy exótico, por un coste relativamente bajo (la entrada son 3 € al día, 7,5 € el coche sin límite de tiempo y 12 € al día el guía obligatorio; acampar cuesta otros 7,5 €; el hotel Simenti es bastante más caro: 30 € la habitación con ventilador y 37 € con aire acondicionado). A 20 km de las puertas del Parque hay además un hotel de bungalows de primera categoría, el Wassadou, que recomiendo encarecidamente a los que deseen las mejores comodidades (por 30 € la habitación individual y algo más la doble).

Pasé la última noche en el Wassadou y aproveché que allí sí se podía para montarme un mini-safari nocturno por mi cuenta, buscando bichos con el foco desde el coche. Me llevé a los dos franceses, madre e hijo, y vimos una mangosta de cola blanca (Ichneumia albicauda), un galago o bushbaby (Galago senegalensis, un tipo de primate primitivo y pequeñito de ojos enormes, que se desplaza por la noche pegando saltos por los arbustos para comer insectos), y unas cuantas liebres (Lepus capensis). Por el día, es fácil ver otros pequeños mamíferos, como las sociables mangostas rayadas (Mungos mungo) y las ardillas terrestres (Euxerus erythropus: vimos una cópula en los árboles, un auténtico porno-circo aéreo que acabó en trastazo en el suelo).

En definitiva, espero que en el Niokolo-Koba consigan controlar un poco el tema del furtivismo y que la gente de los alrededores pueda sacarle provecho al parque de forma positiva (es importante saber que más de veinte aldeas fueron desalojadas en 1976 con la creación del área protegida). Hasta la fecha, la protección no parece estar dando sus frutos ni para los animales, escasos y perseguidos, ni para los habitantes, para los que la existencia del parque aporta magros recursos. Sea como sea, es un sitio magnífico, id si podéis; aunque el Niokolo-Koba, para ver mamíferos, no justifica por sí sólo una visita a Senegal, si pasáis unas vacaciones un poco largas en este país es un buen complemento a otras regiones y una buena introducción a la gran fauna africana.

¡Con un canto en los dientes!.

P.D.1: y ya sabéis, para los menos interesados o menos aventureros, y los que no puedan ir tan lejos, también está la reserva de Bandia, sobre la que escribí el otro día. Allí veréis más animales, pero en condiciones totalmente artificiales.

P.D.2: ¡Iñaki, sí, tío, tuve que usar las planchas un momento para sacar el coche del barro! No tengo foto, lo siento, pero tardamos 3 minutos en desatascarnos (¡yupiiii!). Ya… a ti te habría parecido cortísimo, ja ja.

P.D.3: la buena época para ir al parque es entre noviembre y abril.

lunes, 8 de junio de 2009

Jirafeando


Foto: Silvia Frías Nebra

No muy lejos de Dakar hay una reserva privada de fauna llamada Bandia (www.reservedebandia.com) en la que se están reintroduciendo muchas especies de grandes mamíferos desaparecidos de la mayor parte del país. Algunos de los animales los han traído del lejano Parque Nacional de Niokolo Koba, que es su último reducto en Senegal, y otras de Sudáfrica. Al visitar un sito así siempre tienes la sensación de que "no es auténtico", como si fueras a un safari-park en Europa, pero qué porras, la mayoría son animales de especies y razas autóctonas que han vuelto a su área de distribución de forma artificial, nada más. Así que fuimos para allá a disfrutar un rato del espectáculo, como aperitivo para futuras excursiones.

La reserva está en una zona de savana costera con abundantes acacias y enormes baobabs, protegida por una valla en todo su contorno. Se puede visitar con coche propio (no hace falta 4x4 en la estación seca, que está terminando ahora) o en ruidosos camionazos del propio parque (lo que es peor porque los animales más tímidos se asustan un poco). La entrada es cara, 15 € por persona, y hay que pagar lo mismo por meter el coche y 6 € por los servicios del guía obligatorio. Es una pena que pongan esos precios, que nosotros podemos permitirnos pero que resultan muy altos para la mayoría de los senegaleses que podrían estar interesados en conocer sus propios animales en su hábitat natural. Claro, que Bandia está estratégicamente situada a pocos kilómetros del principal complejo turístico playero de Senegal: Saly-Portudal (dejando aparte la región de Casamance), así que es obvio el público al que quieren captar.

De momento la mayoría de los animales reintroducidos son herbívoros, el único gran predador que hay es el cocodrilo, pero pudimos constatar la presencia de pequeños carnívoros por sus huellas (chacales, gato montés… quizás haya también algún caracal) y de dos especies de monos típicos de espacios abiertos que estaban allí antes que la reserva (mono verde Chlorocebus sabaeus y mono patas Erythrocebus patas).

Entre los antílopes, vimos impalas (Aepyceros melampus), antílopes ruanos (Hippotragus equinus), elands del cabo (Taurotragus oryx, el mayor antílope de África, del tamaño de una vaca; están estudiando la posibilidad de introducir la otra especie de Eland, el de Derby, que es el autóctono en Senegal, pero tendrían que llevarse los que tienen ahora para que no hibriden). Pero se nos escaparon varias especies: kobos (Kobus kob), antílopes acuáticos (K. ellipsiprymnus), grandes kudúes (Tragelaphus strepsiceros), antílope-jeroglífico o bushbuck (T. scriptus) y gacelas (Gazella dama mohrr).

Tampoco conseguimos ver las cebras, pues llevan poco tiempo en la reserva y todavía son muy esquivas. Sí vimos una manada de búfalos senegaleses (Syncerus caffer), pequeños y rojizos, muy diferentes a sus enormes parientes de la savana del este y sur de África.

Además de antílopes y otros bóvidos, hay facóceros o jabalíes verrucosos (Phacochoerus aethiopicus que habían sobrevivido aquí junto a los monos), una pareja de espectaculares rinocerontes blancos de Sudáfrica (Ceratotherium simum), con su pachorra habitual, afortunadamente, y … ¡las protagonistas del día: las jirafas! (Giraffa camelopardalis). Momento emocionante, el encuentro con las jirafas, porque íbamos con la amiga Mercedes, para quien son sus animales favoritos y que sólo las había visto una vez… en el zoo de Madrid. Así que tremendo fue su subidón cuando el guía le dió permiso para bajar del coche y posar entre las gentiles y tolerantes jirafas, que la ignoraron totalmente pero al menos no la echaron a coces, algo es algo. ¡Ya veremos más, Mercedes, no te preocupes!.

La nota fea del día fue ver el comportamiento de los turistas y del propio personal del bar de la reserva, dándole de comer a un mono verde alegremente. Es un espectáculo habitual, pero no por ello nos deja de repudiar. El mono se pasa el día sentado en una valla junto a las mesas del merendero y, en cuanto a alguien le traen cacahuetes con la bebida o un azucarillo para el café, salta a la mesa, atemoriza a los turistas con grandes alharacas y sale pitando a zamparse el botín en la valla. Y así una y otra vez. Con nosotros no coló, le pegamos más bien un buen susto al mono cuando intentó hacernos la gracieta, que a burros no nos gana nadie, pero los camareros no paraban de repetir la secuencia con azucarillos y azucarillos… Muy edificante para todo el mundo, y sorprendente la participación de algunos visitantes a las que se les presupone –muy equivocadamente- un elevado nivel de concienciación en estos asuntos.

Ya sabéis, es mejor para ambos, personas y animales, mantener las distancias. Se evitan sustos, comportamientos peligrosos, enfermedades (por sendos lados) y resulta mucho más interesante ver a un mono haciendo su vida normal que robando azucarillos, además de que es un coñazo tener que estar al quite con el maldito mono. En el fondo, es el mismo problema que está causando tantos quebraderos de cabeza con los jabalíes que desvalijan los cubos de basura en las zonas residenciales del extrarradio de Madrid y que causan un buen número de accidentes de tráfico. Todo empieza con un “ay, qué gracioso es darle de comer a los animalitos” y acaba con problemas para todos. Si queréis darle de comer a algún animal, os recomiendo un perro, y si no, me podéis enviar vuestros jamones de pata negra, que yo también soy un primate hambriento.

domingo, 7 de junio de 2009

Dakar bajo los milanos

Foto: Isla de Gorée (Silvia Frías Nebra)

Vivimos en Dakar, en el barrio de Amitié 2 -dos mejor que una-, alojados por ahora en casa de Vito-Vito-Vito, una amiga española nominada para el nobel de hospitalidad.

Yo llegué a principios de mayo, con un poco de retraso respecto a Silvia, que se vino para acá en marzo después de un año muy movidito en Macedonia. A mí, por mi parte, me iba tocando cambiar de país y de cultura; la experiencia de Marruecos ha sido muy intensa y bastante cansada, así que el cambio ha llegado en el momento adecuado.

¿Y qué tal, por Senegal? Pues muy bien, todo nuevo, todo por descubrir, mucha gente $por conocer y, en resumen, a empezar casi de cero otra vez.

Dakar, a pesar de haber hecho algunos viajecitos por África en los últimos años, no la conocíamos (ni Senegal, aunque estuvimos en Gambia hace tiempo y ya nos hicimos una idea). Es grande, tiene más de 2 millones de habitantes y, claro, hay mucho lío, mucha gente… mucho de todo. Dakar está en una península, la de Cabo Verde, que es el extremo occidental de África (¡y llevo tres visitados! Me falta el oriental, el cabo Guardafuí, en Somalia…), así que nos rodea el mar por casi todas partes (¡el Atlántico, por si hay dudas!).

La sensación que me produce esta ciudad es que un gigante ha levantado Senegal por el lado del interior, y que todo lo que había en el país se ha volcado por el embudo que desemboca en la península de Cabo Verde: es decir, en Dakar.

El corazón de la ciudad es un gran puerto comercial (más feo que Picio, claro), en torno al cual está el pequeño casco histórico (colonial, francés), al que se le han ido añadiendo barrios y barrios y barrios hasta ir ocupando toda la península, y que de hecho ya la desbordan y se extienden hacia tierra firme. En realidad más de la mitad de la población de África, en general, vive hoy en día en las ciudades; Senegal no es una excepción.

Dakar fue la capital de la colonia del África Occidental Francesa*, desde 1902 hasta dos años antes de la independencia de Senegal (en 1960), y fue también un polo cultural y político muy destacado en los primeros decenios posteriores al fin del colonialismo. Así que Dakar (Senegal) tiene una historia y una cultura muy rica y extensa, que salta a la vista con tan sólo echar un ojo a sus impresionantes librerías (no muchas, pero extraordinariamente bien surtidas). [Me refiero aquí a la historia y cultura moderna, solamente, sin mencionar la riqueza cultural tradicional del país, que es inmensa y muy diversa, pero en la que por ahora soy casi un completo analfabeto].

Obviamente, por tanto, el lenguaje europeo que se habla aquí es el francés, que conoce todo el mundo en alguna medida (cosa no tan obvia en Marruecos), y el lenguaje africano común es el Wolof, que también domina casi todo el mundo (menos nosotros, aunque nos estamos aplicando…). Por ejemplo, para comprar pan tienes que aprender a decir: Mburu laa sojla!, y gracias se dice: Yereyef!. Pero en Senegal se hablan muchas otras lenguas además del Wolof: peul, soninké, serer, mandinga, poular, etc. También hay bastante gente de origen libanés, que conserva el árabe.

Además de los sonidos de los humanos y de sus artefactos (no me olvido de la música, pero esa es una larga historia…), se oyen muchas otras lenguas en Dakar, provenientes del aire sobre todo: por todas partes chillan los milanos negros (Milvus migrans parasiticus, una especie de aguililla mediana que también es abundante en España), graznan los cuervos (aquí son blanquinegros, Corvus albus), y farfullan las diferentes especies de tejedores (Ploceus), primos de los gorriones europeos pero con coloridos tropicales, amarillos y negros. Junto a todos ellos, algunos alimoches sombríos (Necrosyrtes monachus), estos silenciosos, y unos pocos loros (¡sí, loros salvajes!) pero bien vocingleros surcan el cielo de Dakar. Los pajarracos están por todas partes: sin ir más lejos, enfrente de casa de Vito hay un gran mango en el que cría una pareja de milanos, con la misma tranquilidad con que lo haría una pareja de palomas en una ventana en España. Por la noche, el mismo árbol alimenta a un montón de grandes murciélagos frugívoros que pegan unos chillidos muy poco melódicos, y las lechuzas navegan en silencio por el barrio, dando el toque de sobriedad a tanto desmadre.


*El África Occidental Francesa comprendía los siguientes países actuales: Mauritania, Senegal, Malí, Guinea-Conakry, Costa de Marfil, Níger, Burkina Faso y Benín.