jueves, 29 de noviembre de 2012

Muerte en primer plano


Guepardo matando a un springbok (Etosha, 16 de octubre de 2012)

Hay un coche parado en el arcén, aparentemente mirando un springbok:  ¿hay algo raro en este animal? Nosotros también paramos; el springbok parece nervioso...algo no encaja. Avanza unos pasos en nuestra dirección, pero seguimos sin saber qué pasa… y de pronto, todo se aclara: alguien le persigue, emprende la carrera tras el springbok veloz como un rayo elástico y totalmente ajeno a la presencia de los dos coches. El springbok corre para salvar su vida pero el cazador es demasiado rápido, pasa a nuestro lado a toda velocidad, implacable, y casi parece volar sobre la hierba y las piedras. Sus pies tocan la tierra muy brevemente, levantando polvo a cada zancada. El otro coche sale disparado para ver el final de la persecución, pero nosotros tenemos que dar media vuelta primero; cuando llegamos la caza ha terminado: un guepardo tiene al springbok agarrado por la garganta entre sus fauces, envueltos ambos en una nube de polvo que empieza a disiparse.

Estamos de nuevo en Etosha (visita XI), es por la tarde pero todavía el sol calienta como un horno. El guepardo gruñe y jadea mientras sofoca a su presa, que se ahoga irremediable pero lentamente. Es la forma de matar que tienen los guepardos, su mordida es poco potente porque su cráneo está configurado para la carrera: es corto y ligero y los conductos nasales ocupan mucho espacio para aportar suficiente oxígeno durante la persecución. Son los velocistas más rápidos del mundo: llegan a correr a 110-120 km/h (como comparación, el humano más rápido conocido, Usain Bolt, ha corrido a 44.7 km/h durante 20 m), y pueden acelerar de 0 a 100 km/h en… tres segundos (igual que un Ferrari 458 y sólo un poco más que un Porsche 911 Turbo).

El springbok tarda aún unos minutos en dejar este mundo. El guepardo se sienta a su lado a reponerse del esfuerzo, necesita un rato para recuperar la respiración normal y poder continuar con la operación. Ahora que lo vemos sentado, nos damos cuenta de que es una hembra y por sus tetas algo hinchadas parece que tiene cachorros. 

Arrastrando la comida
Efectivamente, en seguida se pone a llamar a sus crías con suaves chillidos, pero mientras tanto una gran cantidad de coches se nos han unido y la gueparda se encuentra a pocos metros de todos nosotros. El calor pega muy fuerte todavía. La madre decide comenzar a comer, abriendo el cadáver por los cuartos traseros, por la parte anterior del muslo. Se da prisa pero come delicadamente mientas sigue llamando a las crías.

Los guepardos necesitan comer con mucha rapidez, su configuración ligera para poder correr rápidamente les hace muy vulnerables frente a hienas y leones, e incluso hasta un nutrido grupo de buitres puede arrebatarles su merecida comida. 

Casi recuperada y dispuesta a hincar el diente
A pesar de la insistencia de su madre, los cachorros no aparecen. Empezamos a inquietarnos e intercambiamos opiniones con un guía, que cree que las crías no vienen a comer porque hace mucho calor, pero sabemos que en algunas reservas las molestias humanas en estas situaciones hacen que descienda el éxito de reproducción de los guepardos. Hay muchos leones y hienas en esta zona de Etosha que pueden aparecer en cualquier momento.

Muchos coches, afortunadamente, desisten y continúan su camino,  y nosotros nos retiramos un centenar de metros. La madre se harta de esperar y se dirige otra vez a la espesura. Después de un buen rato intentado localizarla entre los arbustos –el camuflaje de un guepardo es perfecto en este hábitat, ahora totalmente seco y amarillento-, conseguimos volver a divisarla a la sombra de una mata. A diferencia de lo que mucha gente cree, los guepardos prefieren cazar en terrenos con matorrales o árboles cuando es posible, porque es más fácil llegar cerca de sus presas y cazarlas en un fulminante sprint que en terreno abierto, donde la persecución tiene que ser necesariamente mucho más larga. 

Esperando a los cachorros

Ya ha pasado una hora desde que ha cazado el springbok. Ahora, un elefante se acerca tranquilamente en su hora de la merienda al lugar donde se encuentra la gueparda. Ésta se levanta, ¿asustada por la cercanía del elefante? ¡No, sale corriendo otra vez, está volviendo a cazar! En escasos segundos alcanza una manada de impalas que estaban comiendo en el borde del bosque. La gueparda tiene sólo que recorrer unas decenas de metros, dando virajes bruscos con la ayuda de su larga cola, y alcanza inmediatamente a uno de los sorprendidos impalas. Pone una de sus zarpas delanteras sobre la grupa del impala y lo abate con toda facilidad, casi con suavidad, pero al instante se abalanza sobre él en el suelo para acabar con ella mediante la presa en el cuello, como antes. Ahora nuestra posición no es tan buena y no podemos ver con claridad lo que pasa después, pero al cabo de un ratito vislumbramos a las cuatro minúsculas crías que  por fin, se reúnen con su madre para dar buena cuenta del impala. Sigue haciendo el mismo calor que antes, pero esta vez la gueparda ha podido cazar un poco más lejos de la carretera, donde su prole se siente segura lejos de los coches. 

A veces es mejor retirarse un poco y no estar tan cerca para poder ver a los animales comportándose con naturalidad, sin la presión que podemos ejercer sobre ellos. 

En Namibia tenemos la suerte de disfrutar de la mayor población de guepardos (Acinonyx jubatus) del mundo (unos 3.000, que representan un tercio de la población total), aunque en Etosha no son particularmente abundantes por la gran cantidad de leones que hay. Donde más hay es precisamente en las granjas ganaderas y de caza de la zona central del país, no en los parques nacionales, donde ya no hay leones y las hienas (moteadas) son escasas. Aunque los guepardos pueden atacar también al ganado y los ganaderos pueden capturar vivos a los individuos problemáticos, la población de guepardos es bastante grande y saludable.  La Fundación para la conservación del guepardo (Cheetah Foundation), entre otras medidas, está criando y adiestrando perros pastores que luego venden a los ganaderos para que protejan a sus animales de los predadores. Parece que la mera presencia de perros grandes y entrenados para hacerles frente disuade a los guepardos de intentar cazar cabras, ovejas o terneros. Y cuando es necesario y hay alguien dispuesto a ello, se captura al guepardo y se le reintroduce en otra granja.

Hasta la fecha hemos visto guepardos en Etosha (3 madres con 4 crías cada una y un individuo solitario), en Palmwag y en Purros (una hembra con 3 crías). La observación de hoy es, desde luego, la guinda en nuestro pastel de guepardos.

A por la segunda presa

miércoles, 28 de noviembre de 2012

COSTRATOUR 2012 (II/II)







Amanecer desde una duna cerca de Sossusvlei

Tras nuestro rápido paso por Windhoek, salimos de nuevo para hacer la segunda parte del viaje: el desierto. Esta vez pasamos por un puerto de montaña que no conocía todavía: el Spreethogte Pass. Si bien la primera parte del camino es muy similar a todos los demás, colinas y colinas con acacias y ganado, cuando se llega al paso se abre una vista panorámica sobre el valle auténticamente espectacular. A 200 m más abajo, el desierto del Namib parece interminable. En el paso hay una casa colgada al borde del abismo cuyos dueños seguro que no han oído hablar de la claustrofobia.

Spreethogte Pass
 
Comimos allí mismo, refugiados bajo un toldo improvisado por nuestros zapadores, Iñaki y Alberto, con un sol enfurecido y aprovechamos las vistas para fotografiarnos haciendo monerías varias.

Inma (después de las monerías)

Ya en el valle, por un pequeño despiste acabamos en Solitaire, un mínimo desvío que no teníamos previsto para ese día que nos llevó de cabeza a la temible… ¡pastelería de Moose! Moose es un panadero que hace unos pasteles de alucinar en medio del desierto, así que nos dejamos llevar por el destino y la tarta de manzana. Solitaire es un cruce de caminos importante y allí se conservan múltiples artilugios antiguos de los moradores de la zona, incluído este coche de época tan bonito:

Solitaire
 
De allí, en una hora más, nos plantamos en Sesriem, la antesala del mar de arena donde se encuentra Sossusvlei. Entre Solitaire y Sesriem alucinamos con un guiri que corría por la pista bajo el sol fulminante llevando sus pertenencias en un carrito de la compra. Hay gente para todo y aún más.

En Sesriem dejamos las cosas en el camping y nos fuimos a dar una vuelta por las dunas. La carretera que une Sesriem con Sossusvlei (una laguna) recorre un valle que se va adentrando en el mar de dunas de arena, de imponente altura, estrechándose paulatinamente. Abundan los oryx, los springboks, los avestruces y los buitres orejudos (enormes aves muy similares a nuestro buitre negro). Nos paramos en la Duna 45, muy famosa porque es la que todo el mundo suele escalar. Allí mandé a los costrosos duna arriba, mientras yo me quedé a recuperarme de un dolor de cabeza causado por una pequeña insolación.  En la parte superior de la duna había un oryx aprovechando el aire que corría ahí arriba. A los costras se les fue la mano con el tiempo y tuvimos que volver casi de noche (45 km) conduciendo a 100 km/h, lo que me hizo bastante poca gracia porque los antílopes y los chacales abundan en la carretera, pero llegamos sin problemas.

El desierto en las proximidades de Sossusvlei
 
Al día siguiente, madrugón (4:15) para estar listos a las 5 de la mañana, hora a la que abrían la verja de acceso a las dunas y a Sossusvlei. Lo mejor es estar en las dunas al amanecer y nos dimos prisa para escalar la duna 40 (unos hasta arriba del todo y otros hasta donde nos pareció suficiente) y ver el amanecer desde allí. Esta duna tiene una pendiente mucho mayor que la 45 y no es de extrañar que no hubiera nadie más. El amanecer fue muy bonito, pero no tuvimos la mejor luz posible tampoco, y contamos con el acompañamiento sonoro de un macho de avestruz en celo, que suena como un potente “boom”.

Después de desayunar al pie de la duna, seguimos camino hacia Sossusvlei. Este es uno de los tramos favoritos de Iñaki, pues la pista transcurre por arena profunda durante unos 5 km, así que fuimos turnándonos a la ida y a la vuelta para disfrutar de la experiencia. Creo que si pudiera, Iñaki iría y volvería diez o doce veces seguidas.

Pasamos un rato en Sossusvlei: la laguna estaba casi seca ya y había mucha gente. Algunos incluso se metían en el agua para fotografiar un flamenco juvenil que andaba allí alimentándose. Es curioso, como locos por fotografiar un flamenco aquí, teniendo que meter los pies en el agua salobre y calentorra y en Walvis Bay hay miles…

Fuimos también a visitar el Deadvlei (la laguna muerta), donde se yerguen imponentes esqueletos de acacias que crecían cuando el agua aún llegaba a esta laguna. Hay dos tandas de acacias muertas, de distintas edades (algunos siglos) y una pequeña fila de acacias vivas incipientes. Es una vista muy particular y está rodeada de algunas dunas altísimas. Desde la más alta vimos bajar a un turista esquiando, quizás un desnivel de 300 m con una pendiente casi vertical.
Alberto, Pedro e Inma buscando la playa
 
En las dunas –y alrededores- hay mucha vida aunque no lo parezca, y esta vez vimos una víbora de la arena (Bitis peringueyi), de apenas 25 cm, que tiene los ojos en la parte superior de la cabeza para poder ver incluso enterrada. Hacen esto y a la vez mueven la punta de la cola para que las lagartijas se crean que es un gusano y entren al trapo, resultando el cazador cazado en tan ingeniosa trampa. Una especie de lagartija que habita las dunas tiene la cabeza en forma de pala para poder enterrarse rápidamente en la arena en caso de peligro. Y abundan los escarabajos y hormigas de formas de vida también muy especializadas. Lo que no llegamos a ver nunca son los famosos topos dorados de las dunas, que también viven bajo la arena y son endémicos de Namibia. Igual si Iñaki hubiera traído las gafas de bucear y el tubo…

Víbora de la arena

Con el sol ya muy alto, a media mañana volvimos a Sesriem para descansar un rato y comer a la raquítica sombra de la peor plaza del camping, la que nos había tocado. Por la tarde seguimos hacia el siguiente destino, Mirabib, teniendo que deshacer una parte del camino hasta Solitaire. En la pista vimos al guiri loco acampado bajo un árbol con y su carrito al lado.

La pista atraviesa el cañón del río  Gaub y luego la del Kuiseb, que desde ese punto se dirige al oeste hasta el mar y para la arena, de forma que no hay dunas en su orilla norte. Ambos son paisajes también fascinantes y despertaron muchas ganas de recorrerlos por parte del hombre-suricato. No es posible porque son reservas integrales, ya que suelen llevar algo de agua y constituyen un punto de refugio muy importante para la fauna local.

La fauna local conquistando otro paralelo
Este año la carretera (pista) está en bastantes malas condiciones –demasiados camiones y pocas reparaciones- y entre esto y la consabida parada en el cartel que marca el trópico de Capricornio, se nos hizo un poco tarde y la puesta del sol nos sorprendió a 30 km todavía de Mirabib. Sin embargo, ver el sol poniéndose sobre la planicie desértica con una manada de oryx corriendo tampoco es para hacer ascos, ¿no?

Entre la carretera principal y Mirabib nos topamos con una familia de zorros orejudos, que son nocturnos y se dedican a comer termitas. Son unos animales muy particulares y muy bonitos.

Llegamos a Mirabib ya de noche y pudimos acampar en mi sitio favorito, bajo el inmenso roquedo granítico sin más compañía que la luna. No había nadie más (allí hay 7 plazas de camping, sin más infraestructura que barbacoa, mesa y letrina en cada una). 

Acampados al pie del roquedo, cual trogloditas
Mirabib es el gran koppie solitario en el que estuve acampado yo solo hace unos meses y tenía muchas ganas de enseñarles este sitio poco conocido a los amigos. Nos preparamos una buena cena mientras veíamos las lechuzas pasar y dormimos a pierna suelta.

¿Qué decías de buena cena?

Por la mañana, antes de amanecer, trepamos a la parte superior del roquedo para disfrutar de las interminables vistas sobre la planicie desértica, salpicada de springboks, oryx y avestruces. Hay una vista sin obstáculos hasta el horizonte, sin tendidos eléctricos ni ningún rastro del ser humano más allá de las pistas y de los pequeños carteles indicadores, hechos en piedra con muy buen gusto. Hacia el norte, la vista acaba en el mar de dunas que se extiende al otro lado del río Kuiseb. Éste está hundido en su cauce y no se alcanza a ver desde Mirabib. Es una vista incomparable y totalmente salvaje que pocos sitios en el mundo pueden igualar.

Yo mismo en lo alto de Mirabib
Iñaki, instantes antes de salir corriendo a escalar
Inma, preferiría otro café para apreciarlo mejor
Pedro, mayestático (y Alberto se escapó a escalar)
 
Alrededor del koppie se pueden ver innumerables “círculos de hadas”, un nombre un tanto tonto para un extraño fenómeno natural. Los círculos son extensiones más o menos redondas desprovistas de vegetación que aparecen regularmente espaciadas en los pastizales del desierto. Son, pues, parches redondos de tierra desnuda. A pesar de todas las investigaciones que se han hecho sobre ellos, todavía no se conoce qué los causa. Una hipótesis es que bajo cada círculo hay una colonia subterránea de hormigas, altamente agresivas y territoriales (lo que explicaría la separación regular entre círculos), y otra que donde hay un círculo se producen emanaciones radioactivas o de otra naturaleza provenientes del uranio u otras sustancias que abundan en el subsuelo de Namibia. Nada se ha demostrado todavía y es muy emocionante ver algo natural para lo que la ciencia no tiene respuesta aún. 

Algunos, Alberto, Iñaki y Pedro, no pudieron resistirse a la tentación de la piedra y escalaron hasta el mismo vértice del gigantesco boulder. Aquí habitan conejos de roca, ratas-damán, damanes, halcones borníes y cernícalos, lechuzas y, en las cercanías, zorros del Cabo e hienas marrones. Los koppies son islas de vida en el desierto.

Para completar la visita y tener una mejor idea de la variedad de ecosistemas que hay en una región aparentemente tan desolada, nos acercamos después a visitar el bosque de galería del río Kuiseb en Homeb, que es un pequeño poblado habitado por Damaras-Topnaar y su ganado (vacas, burros, caballos y, sobre todo, cabras), junto al que también hay un punto de acampada. 

Iñaki preparando su próxima producción
Por el camino, Alberto pudo prorrumpir de nuevo en su afamado grito de “suricato-suricato-suricato”, porque vimos otra colonia de estas flipantes mangostas que viven en –pero no sólo- el desierto del Namib. 

El río Kuiseb, con su cauce arenoso flanqueado por enormes árboles llenos de vida, separa la planicie del mar de dunas de arena, por lo que constituye la confluencia de tres ecosistemas distintos. Como la mañana ya estaba avanzada, el calor era muy fuerte y ni siquiera los recios escaladores, Iñaki y Alberto, fueron capaces de avanzar gran cosa más allá de la sombra de los árboles. Bajo esa cobertura comimos un bocata y nos encaminamos hacia Windhoek para terminar el viaje, pasando esta vez por el puerto del Gamsberg.

Cebra de montaña cerca de Zebra Pan

Habrá también pocos países donde se puede recorrer 200 ó 300 km de pistas para llegar, casi sin pisar el asfalto, hasta la capital, y Namibia tiene 4 ó 5 itinerarios así hasta Windhoek. El toque final del viaje lo dio una suricata, demostrándonos que no sólo viven en el desierto, pues ésta ocupaba un pequeño roquedo en una granja de ganado bien poblada de acacias y altos pastizales, a escasos 100 km de la capital.

Llegamos a Windhoek un poco antes de anochecer, sanos y salvos con otro maravilloso viaje a las espaldas. Pedro, Alberto e Inma volvieron a España al día siguiente, e Iñaki se quedó en Namibia una semana más, aunque esta vez no pude acompañarle. Espero que también ponga por escrito esta parte de su viaje. 

Oyrx buscando la fresca

COSTRATOUR 2012 (I/II)



Cebra de montaña en Palmwag

La crisis, entre otros efectos, nos ha privado de la visita de muchos amigos y familiares a los que les habrían encantado venir a vernos a Namibia si la situación económica fuera mejor. Sin embargo algunos han tirado la casa por la ventana y han roto el cerdito para llegarse hasta aquí, con gran placer por nuestra parte.

Los que así de atrevidos han sido son Pedro, Iñaki, Inma y Alberto, al que no conocíamos antes pero que venía garantizado por Iñaki, que tiene muy buen criterio para estas cosas. Pedro es un incondicional de los Costratour, que sólo se perdió Senegal por un despiste; Iñaki repetía Namibia pues ya vino el año pasado; Inma es una mega-recia que ha sabido organizarse para venir incluso teniendo dos niñas pequeñas, y Alberto ha resultado ser un costratourero de pro.

Tras muchas disquisiciones por correo electrónico, convenimos en hacer un viaje de un par de semanas viendo con calma algunos de los sitios más chulos de Namibia: Cape Cross, Twyfelfontein, Palmwag, Etosha, Sossusvlei y Mirabib. Diseñamos el viaje de forma que la costratourera residente, Silvia, pudiera apuntarse al menos a Etosha un par de días.

Como aperitivo, nos dimos un paseo por el Parque de Dan Viljoen, el que está a 20 km de casa, que ofrece la rara oportunidad de pasear entre animales espectaculares como jirafas, ñúes y cebras. Las jirafas no nos defraudaron y disfrutamos mucho de las caras de los costras al verse frente a tamaños animalitos. También aprovechamos para saludar a Oscar, el facócero domesticado que se ha adueñado de un sofá en la recepción y más parece ya un gato que un jabalí.

Tras el aperitivo y ya bien pertrechados de toyotón de alquiler con todo el equipo de camping, nos lanzamos a la carretera para visitar la colonia de “focas” (en realidad, otarios de la especie Arctocephalus pusillus) en Cape Cross. Con el retraso del primer día, llegamos tarde y nos tuvimos que solazar viendo las huellas de las hienas marrones en la playa (a sólo decenas de metros del Lodge) y los chacales entrando por la noche a la distante colonia. Incluso nos dimos una vuelta nocturna con el foco para intentar ver alguna hiena, lo que sólo produjo algunos springbocks y que nos persiguieran un par de afrikáners cabreados que temían por la integridad de su mina de sal. Debe haber mucho ladrón de sal por aquí, porque estaban de muy mal humor los cafrikaners estos.

A la mañana siguiente nos desquitamos a gusto y estuvimos largas horas viendo a los otarios, de hecho tan largas que el retraso se nos acumuló de nuevo y por la tarde no llegamos a tiempo para ver los grabados rupestres de Twyfelfontein. Como no hay mal que por bien no venga, nos dimos a cambio un bonito paseo por los alrededores del Abadi Camp, un bonito camping enclavado entre colinas. No tuvimos la suerte de verlos, pero en el camino principal se veían abundantes rastros de elefantes.

Al día siguiente, tras una breve visita a los grabados rupestres de Twyfelfontein, y ya con Iñaki rabiando por llegar a Palmwag, nos dirigimos hacia allá por las traicioneras pistas de tierra.. . que nos regalaron un par de pinchazos consecutivos (en realidad, un reventón y un pinchazo, suerte que no pasó nada). Le tocaba conducir a Pedro y los dos percances consecutivos, añadidos a nuestros insistentes consejos sobre conducción en pistas, acabaron tocándole la moral (u otra cosa, probablemente) un poquito (¡qué paciencia, Pisha!). Todo tiene su lado bueno, y tras los pinchazos Iñaki avistó casi milagrosamente un rinoceronte negro bajando por una ladera y acostándose a dormir bajo una acacia. Estaba lejos y la calima era muy fuerte, pero por fin vimos uno de los famosos rinocerontes de Kaokoland, que son uno de los orgullos de Namibia.

Llegamos por fin a Palmwag sin más problemas, y nos encargamos inmediatamente de reparar la segunda rueda de repuesto y de comprar una sustituta para la primera que había reventado. No era cuestión de internarnos en el campo sin dos ruedas de repuesto porque el terreno en Palmwag es bastante difícil.

A primera hora de la tarde ya estábamos listos para entrar en la concesión turística: varios miles de kilómetros cuadrados que forman una pequeña parte de una “Communal Conservancy”. Para darnos la bienvenida, y por ser vos quien sois, una manada de elefantes del desierto cruzó parsimoniosamente la pista principal a pocos minutos de salir del Lodge hacia la concesión. Eran hembras con algunas crías muy pequeñas y dejamos por tanto una buena distancia para no alterarlas con nuestra presencia. La suerte nos había sonreído ya dos veces: elefantes y rinoceronte en el mismo día… y en una zona comunitaria que no es un área protegida. Los namibios pueden estar orgullosos, desde luego. 

Elefantes del desierto en Palmwag

Nos adentramos un poco en la concesión  y nos dirigimos en seguida a ver el punto en el que acampé con otros amigos en marzo, que no es más que una pequeña colina en el valle colindante con la pista principal que lleva a Sesfontein, pero que tiene unas vistas magníficas y está en una zona en la que los animales, incluídos los leones, son muy abundantes. Un poco menos que en la visita anterior, porque estamos en el final de la época seca, pero igualmente espectacular: springboks, oryx, cebras de montaña, avestruces y steenboks abundan por doquier.

Desde la colina nos dispusimos a buscar guepardos, pues la última vez un guía nos dijo que un guepardo había estado bebiendo en el manantial que hay al pie de esta elevación. Estuvimos un rato dejándonos los ojos en el telescopio intentando descubrir alguno de estos animales, que tan bien se camuflan, sesteando a la sombra de los arbustos. Y mientras tanto, Pedro decidió aliviar la vejiga a unas decenas de metros, siempre sin bajar de la colina. Alberto y yo, que estábamos un poco más alejados, vimos de repente a los demás gesticulando como locos, señalando algo a lo lejos: ¡un guepardo corriendo colina abajo hacia el arroyuelo como alma que lleva el diablo! Evidentemente, el guepardo debía estar oteando en la ladera de la colina tan confiado cuando Pedro se le echó prácticamente encima con las aviesas intenciones de cubrirlo de orina, y el animal se marcó un sprint fulminante para ponerse a salvo de tamaño despropósito. Como tuvo que atravesar una buena porción de campo abierto, pudimos disfrutar unos segundos del ser vivo más rápido de la tierra a pleno rendimiento. Rinoceronte, elefantes y un guepardo: Palmwag es un filón que no defrauda.

Tras dar una vuelta sin localizar al guepardo (pero sí huellas de leones), pasamos la noche tranquilamente en nuestro mirador particular, sin ninguna incidencia destacable, aparte de escuchar el coro de leones a lo lejos (a unos 3-4 km) y un león solitario contestando más cerca, quizás a 1 ó 2 km hacia la carretera. Los leones no vinieron a vernos, y sabemos que en los alrededores hay al menos dos manadas. Es una experiencia cocinar, cenar, dormir  y desayunar en un sitio auténticamente salvaje, sin vallas, sin gente y con nuestras tiendas por todo refugio por la noche.

Al día siguiente, nos dimos unas vueltas por la zona y visitamos el pequeño pero bello cañón del río Aub, donde Iñaki -aka Aquaman-, no pudo resistir la tentación de bañarse y se dio un rápido chapuzón con mucho meneo de culo en pompa para que no le picaran unos insectos acuáticos ávidos de nalgas.

Por la tarde nos dirigimos a la zona donde habíamos oído (y, en la visita anterior, visto también) los leones. Vimos abundantes huellas pero no a los leones. Y más allá, nos topamos con un sorprendente encuentro: una jirafa adulta con una pata trasera raquítica, que se desenvolvía perfectamente en compañía de otras jirafas sanas. El defecto era, aparentemente, de nacimiento, y aun así la jirafa había podido sobrevivir perfectamente a pesar de renquear tremendamente, lo que le hacía andar muy lentamente, en una zona tan seca y con leones (precisamente he visto fotos de estos leones atacando a jirafas adultas en pleno día).

Con la tarde ya empezando a caer, nos enzarzamos en una ardua discusión sobre donde dormir esa noche. Iñaki, como Ulises, quería estar todo lo cerca posible de los reclamos de la manada de leones y yo mantenía la postura de no exponernos tanto. Al final llegamos a una entente aceptable y dormimos en la primera zona donde la acampada está permitida (o recomendada), a unos 2 ó 3 km del centro de actividad de los leones, pero algo refugiados en la base de una ladera, un poco por encima del valle escasamente arbolado por donde transcurre el camino. Palmwag no es Etosha y los leones están menos acostumbrados a la gente, por no hablar de los elefantes… Sé que Iñaki quería más adrenalina, pero creo que para todos los demás la cosa ya estaba suficientemente bien.

Y la adrenalina subió a la mañana siguiente. De nuevo, la llamada de la vejiga deparó nuevas sorpresas. Esta vez le tocó el turno a Iñaki, que subió un poco por la ladera para aliviarse con vistas y al poco comenzó a oír unos extraños gruñidos. Los demás, que no estábamos lejos, también los oímos y nos pusimos a intentar localizar su procedencia. Al principio pensábamos que podían ser elefantes a lo lejos, de forma que el sonido rebotara en la ladera, pero no conseguíamos verlos por ninguna parte. Seguimos avanzando un poco en la dirección de la que provenían los gruñidos y no veíamos nada todavía. Pero los gruñidos iban aumentando según nos acercábamos a ellos. La ladera estaba totalmente pelada y era muy pedregosa, con abundantes recovecos en la roca. 

Ya a unos 200 m de donde venía el sonido, seguíamos viendo sólo rocas, pero estaba claro que algún animal estaba escondido en los recovecos y, dado que no había salido corriendo antes cuando aún estaba a tiempo de huir, y que nos amenazaba con mucha intensidad, dedujimos que probablemente era una hembra con crías defendiendo a su prole. Seguramente un guepardo (lo mismo nos pasó una vez en Purros y el sonido era muy parecido), pero también podría haber sido un leopardo. Así que tras esta interesante conversación a pie de felino cabreado, dimos marcha atrás más o menos en el momento en que la madraza debía estar pensando en darle un acelerón definitivo a la adrenalina de Iñaki.

Para despedirnos con más suavidad, una suricata salió al final de la mañana  a hacernos los honores, para gran alegría de Alberto que profirió en gritos de “suricato-suricato-suricato”, que debió aprender en sus lecciones de japonés o de karate, quizás.

Hora de despedirse de Palmwag para ir a… ¡Etosha!, el plato fuerte de Namibia. Primero atravesamos el precioso Grootberg Pass, un puertecito de montaña con unas vistas tremendas sobre el valle, aunque menos lucidas durante la estación seca. Siempre se ven cebras de montaña en la subida, y un par de águilas de Verreaux (parecidas a nuestras águlas reales, pero negras y blancas) nos dieron unos pases magistrales intentando cazar ardillas o damanes en la misma cuneta de la pista.

Llegamos por la tarde a Okaukuejo, primer campamento de Etosha (esta era mi décima visita, pero no me regalaron nada) y centro neurálgico del parque en esta época del año. Tras una tarde tranquila, visitamos largo y tendido el waterhole por la noche, que nos regaló una buena colección de jirafas y rinocerontes negros bebiendo por la noche. Mientras yo dormía, el resto de los costreros aguantaron el tipo y como premio vieron una hiena marrón ya cerca de medianoche.

Jirafa cerca de Okaukuejo
Al día siguiente visitamos, entre otros waterholes, Oliphantsbad, donde vimos por fin los primeros leones del viaje: un par de machos abrevando en la charca, entre números kudúes, impalas, heartebeest, etc. Como es habitual, después vimos un puñado de enormes elefantes machos bebiendo al mediodía en Newbrownii.

A la hora de comer se nos unió Silvia que llegaba desde Windhoek para pasar el fin de semana con nosotros, y por la tarde nos acercamos a probar suerte con la manada de leones de Okondeka. Sólo una leona hizo acto de presencia (de los 22 leones de la manada), pero aún así mereció la pena, nos pasó cerca del coche y se tumbó a rugir un rato, mientras oryx, jirafas y ñúes desfilaban para beber en la charca. De nuevo, por la noche, espectáculo nocturno en la charca de Okaukuejo que acompañamos, por una vez, con una riquísima cena en el buffet del restaurante (no hay que perderse el filete de eland, una de las mejores carnes del mundo).

Oryx nerviosillo

A la mañana siguiente repetimos Olifantsbad y Nebrownii y algunos otros waterholes sin novedades destacables. Después de comer, Silvia volvió a Windhoek y nosotros seguimos viaje hacia Halali, el siguiente campamento hacia el este. Había un incendio al sur, más allá del parque y el cielo estaba muy gris, lo que unido a la caída del sol produjo unos colores espectaculares:

Manada de ñúes bajo el humo del incendio
 
Junto a la entrada a Halali, descubrimos un pequeño nuevo waterhole en el que los elefantes estaban muy atareados bebiendo. Ya en Halali, nos asomamos al waterhole y, aunque  no apareció el leopardo, vimos otra vez rinocerontes negros y una hiena moteada. El rinoceronte sin orejas del año pasado no lo he vuelto a ver, por cierto.

Rinoceronte negro en Halali

Un día más en Etosha, nos acercamos temprano a Goas, un muy buen waterhole. Como casi siempre, los leones acudieron a la cita: al menos un macho y cuatro hembras. Mostraban  interés en cebras e impalas, pero el viento acababa traicionándolos siempre. Cuando el calor empezó a apretar (y mucho), se refugiaron en las sombras y una de las hembras, probablemente empezando el celo, despertaba mucho interés en el macho, pero al final se limitó a regalarle esta sonrisa al jefe:

Mucho cuidado con lo que haces...
 
Cerca ya de Namutoni, tercer campamento, en el límite este del parque, los elefantes eran cada vez más abundantes y en algunos momentos incluso tuvimos que andar espabilados para que no nos bloquearan el camino. Por un pequeño fallo de coordinación, mientras hacíamos fotos, un elefante nos tuvo que barritar para que nos apartáramos de su recorrido. Ver una mole inmensa por el retrovisor pidiendo paso, aunque sea con toda educación, impresiona.

Unos minutos después, estaba detrás de nuestro coche pidiendo paso.
 
También vimos otro precioso león macho cerca de la orilla de la laguna y llegamos al waterhole de Kalheuwe, donde una hiena moteada nos dio una lección de baño y pose para fotografía. Realmente hacía mucho calor (37ºC a la sombra) y la hiena nos daba envidia. 

Hiena moteada

De Kalheuwel a Chudop y de allí, con el sol casi metiéndose, a hacer la última foto en la charca de Klein Namutoni. Como guinda y complemento de postal, encontramos otro león macho tumbado a la orilla de la charca, dorado por el atardecer.

Una vez en Namutoni nos acordamos de que no habíamos hecho el safari nocturno, así que nos apuntamos a hacerlo, lo que nos dejó tiempo para tomar un bocata rápido y, apenas sin descansar, meternos el camión para pasar otras tres horas buscando bichos. A esto se le llama vicio, y en ocasiones puede acabar con quien lo practica: Inma y Pedro se turnaron para dar ronquidos durante casi el trayecto. Es verdad que el safari nocturno en Namutoni no es tan emocionante como en Okaukuejo, porque aquí los guías se dedican a hacer esperas en dos o tres charcas, mientras que allá se recorre mucho camino y se ven más animales. A pesar de todo, vimos muchas hienas moteadas, jirafas (emparejadas por la noche ya que es la época de amores y parece que de día tienen cosas más importantes que hacer), y buenas manadas de elefantes. 

También bastantes rinocerontes negros, algunos demostrando por fin a Inma, que los tomaba por tortugas con cuernos, que son capaces de correr muy rápido.
Por fin, a dormir y gracias que en el waterhole de Namutoni no se suele ver nada, menos mal.

Hiena madrugadora
 
El último día en Etosha, nos empeñamos en ver un leopardo. Se suele ver bebiendo temprano en Chudop y allí estuvimos esperando cosa de hora y media, para enterarnos a la vuelta de que el muy caprichoso apareció una hora más tarde de nuestra salida de allí. Cosas de las estrellas.

Ñúes
Nos despedimos de Etosha con una buena ojeada a los más pequeños de los antílopes: los dik-dik (de Damara, en este caso), que tienen mucho menos reparos y son animales también dignos de mención, con apenas 5 kg de peso y unos ojazos superlativos.

Dik-dik de Damara

De Etosha nos fuimos hacia el desierto, al sur de Namibia, pasando una noche de descanso en casa en Windhoek para recuperarnos de los codazos y capones que nos dimos mutuamente en Etosha intentando conseguir la mejor posición para fotografiarlo todo. 

Gran Kudú