miércoles, 1 de agosto de 2012

Quizás sea al revés...


Foto: Michael Catanzariti

He sido el primero en despertarme en la casa que hemos alquilado esta noche cerca del pueblo costero de Hermanus, en Sudáfrica.

Después de preparar el desayuno, ya con el café y el plato con tostadas en las manos, salgo de la casa para ver qué me ofrece hoy el mundo. Desciendo hasta el pequeño puerto que hay frente a la casa y admiro cómo la mañana se despereza lentamente en el Océano Índico. Estoy absolutamente solo por lo que parece, no hay ni un alma todavía aquí fuera… pero cuando llego al borde del agua veo que estoy muy equivocado. De hecho, es difícil estar más equivocado.

Sé perfectamente que estoy despierto, pero aun así me resulta difícil creer lo que estoy viendo: a pocas decenas de metros de mí, en el agua, hay definitivamente alguien más. Alguien que difícilmente puede pasar inadvertida  y que jamás me habría imaginado encontrarme de esta manera: ¡una ballena! Una enorme ballena flota tranquilamente en las aguas del puertecito. El inmenso animal está dormitando aún en la superficie de las aguas calmas de este refugio. Está viva, porque de vez en cuando gira sin ninguna prisa sobre su propio cuerpo para ponerse panza arriba unos segundos, como un gato remolón, gigante y panzurrón. Yo me siento y dejo el desayuno en el suelo para que no se me caiga de las manos, que tiemblan por la emoción.

Al principio me parecía que la ballena me ignoraba completamente, como sería de esperar por parte de un gigante que poco tiene que preocuparse de una insignificancia como yo, que ni siquiera estoy en su mundo si no en tierra. Pero al cabo de unos minutos me demuestra todo lo contrario: ¡la ballena me mira! No hay duda: la ballena inclina un poco la cabeza para dejar un ojo fuera del agua y observarme durante unos segundos.

Todo lo demás desaparece para mí, sólo existe ese inmenso ojo que me mira desde el agua. Y yo le devuelvo la mirada con mis propios ojos abiertos como platos de puro asombro; porque aquí, en este rinconcito del mundo dos seres vivos aparentemente tan diferentes estamos  poniéndonos en contacto: la ballena, colosal, acuática y salvaje, y yo, un primate aberrante, terrestre y bípedo. Pero por encima de nuestras extremadas diferencias, los dos tenemos unos cerebros muy desarrollados. Y, ahora mismo, por encima de toda lógica humana, percibo que estamos compartiendo emociones parecidas: sentimientos de curiosidad y creo intuir que también de cierta simpatía al reconocernos el uno al otro en la paz de la mañana. Y además de sentir, ambos estamos pensando, y yo daría todos los desayunos que me quedan por tomar por saber qué piensa de mí una ballena que se despierta casi a mis pies, y que se queda un ratito a hacerme compañía… ¿o puede que sea  al revés?
P.D.: esta historia, verídica, me sucedió en el año 2000. Conmigo estaban mis hermanos, que se levantaron un poquito más tarde y, creo recordar, también vieron la ballena. Era, en concreto una ballena franca meridional, muy abundante en la zona. La historia la he escrito ahora para "En español", un programa de radio en Namibia.