miércoles, 9 de marzo de 2011

Por Zambia, sin hacha, ni pala ni cabrestante


© Mark T. Harvey

[NOTA: Esta vez voy a contar una historia ya un poco vieja, que nos ocurrió a mi hermano Pablo y a mí en Zambia en el año 2001. Volveré con cosas de Namibia próximamente]. 

En el año 2001, mi hermano Pablo y yo fuimos a pasar un mes a Zambia. Sin pensarlo mucho, y como queríamos ir por libre, alquilamos un pedazo de todoterreno y nos fuimos a recorrer el país, con la sola compañía de un cassette (sí, he dicho bien) de Bob Dylan (it ain't me babe!) y otro de AC/DC (throw them to the lions!).

Por el camino, conocimos a un zambiano blanco, que nos “invitó” a su campamento, pidiéndonos que le lleváramos unos enseres hasta allí. El campamento -el Buffalo Camp en el parque nacional de North Luangwa- resultó estar en un sitio chulísimo, en un brazo del río Luangwa con abundante fauna. Y, por cierto, tenía el mejor retrete en el que he estado en mi vida: una casetita con tres lados cerrados por pantallas de caña y el cuarto abierto, para admirar el río mientras lo usas. Insuperable.

Después de pasar allí un par de días, la última tarde hablamos con el gerente -un americano mayor más parecido a Jack Nicholson que a Robert Redford- de cómo podíamos hacer para seguir camino hasta el parque de South Luangwa, unos 100 km río abajo. “Muy simple: cruzáis el río dos veces y seguís por la pista”. Ya, claro, pero es que en el río no hay puente, ni nada que facilite el paso; que guasón el americano, ¿no?. Pues no, no era guasa, teníamos que cruzar el río por allí mismo, salir a la orilla contraria, recorrer unos kilómetros de pista y volver a cruzar el río más allá por segunda vez.

Por suerte, el río no era el Luangwa, imposible de vadear, pero sí tenía sus 50 metros de ancho y sus simpáticos cocodrilos. El americano nos preguntó si estábamos bien equipados para hacer el viaje: por supuesto, tenemos una navaja suiza, un cochazo, gasóleo y bocadillos, además de una estupenda brújula, contestamos tan ufanos. Ya, ya, pero ¿y el hacha, y la pala, y el cabrestante? Ummh, mister, ¡no axle, no shovel, no whinch!, se siente... La cara del hombre era un poema, debía pensar que estábamos chalados y que no teníamos ni puñetera idea de dónde nos metíamos. Pero oiga, ¿el camino es bueno hasta South Luangwa, no? Bueno, por ahora este año nadie ha pasado todavía después del final de las lluvias... , todo un consuelo para nosotros.

Esa noche no dormí muy tranquilo, porque me tocaba conducir al día siguiente.

Llegó el día D para el equipo “masters of disaster”, compuesto por mi hermano Pablo y yo mismo, más nuestro cochazo japonés que nos daba toda la confianza que el americano nos negaba con la mirada. Tan someramente equipados, con la navaja, la brújula y un esquemita del camino que teníamos que recorrer, esbozado por el americano, nos lanzamos al río por el punto en el que nos indicaron que era vadeable. ¡Y no se equivocaron! El agua no era muy profunda ni había mucha corriente y, conteniendo un poco la respiración, recorrimos los 50 metros felizmente, saliendo a la otra orilla sin que se nos metiera ningún cocodrilo por la ventanilla ni nada. El coche respondió perfectamente y no se caló, lo que hubiera supuesto un desastre de verdad (no, tampoco teníamos “snorkel”). Saludamos triunfantes a la concurrencia que había salido a despedir a los dos españoles chalados y seguimos el mapita.

Más adelante, de nuevo a cruzar el río. En ese punto, un simpático pescador se ofreció a indicarnos el punto de vadeo. Para él, indicar era meterse él mismo en el río y echar a andar delante del coche para guiarnos, ¡angelito!.Muy de agradecer, pero el problema es que el coche no podía ir tan despacio como él y se podía calar si no acelerábamos un poco, así que nos dedicamos a azuzar al santo pescador para que corriera un poco más, con el agua por las ingles y un coche de dos toneladas pisándole los talones. El afanoso zambiano estuvo a la altura de las circunstancias – y nuestra recompensa también- y pudimos continuar viaje después de haber cruzado dos veces el río.

El resto del camino fue casi coser y cantar, a pesar de que en algún punto la pista estaba cortada por árboles caídos, pero siempre había un rodeo factible. Para completar las emociones, tuvimos que pasar una profunda zanja, que nuestro toyotón superó sobre dos ruedas-tres ruedas-dos ruedas-tres ruedas sin despeinarnos (cosa que es difícil, por otro lado, en nuestro caso).

Ya sabéis, si os preguntan: no axle, no shovel, no whinch! Un costratourero que se precie jamás se preocupa por esas menudencias .

P.D.: hoy en día, 10 años después, llevo en el coche planchas para la arena, dos eslingas para remolcar, una pala, una sierra, un kit de reparación de pinchazos... gracias a otros costratoureros menos abúlicos que yo. Y, por supuesto, un montón de canciones de Bob Dylan y de AC/DC, que es lo más importante.

Pablo, por su parte, sigue yendo de safari con unos prismáticos de bolsillo y una cantimplora por todo complemento. El que sabe, sabe.

lunes, 7 de marzo de 2011

¿África para principiantes?


Bienvenidos a la nueva etapa de nuestro periplo por el extranjero: desde enero de este año, 2011, vivimos en Windhoek, la capital de Namibia, a 7.500 km de Madrid.

Muchos españoles califican este país como “África para principiantes”. Nosotros, que ya vamos siendo un poco menos principiantes después de 14 años de excursiones al sur del Sáhara, ¡estamos encantados!. Este África para principiantes, tan fácil de visitar, con buenas carreteras, buenos servicios, medios modernos e infraestructuras bien cuidadas, es un paraíso en el que se juntan estas ventajas materiales con unos paisajes espectaculares y una vida salvaje sobresaliente. En el “África para principiantes” no hay que irse a más de media hora de casa para estar paseando entre cebras y ñúes, o para encontrar huellas de leopardos, hienas marrones... Las montañas rodean la ciudad, los babuinos se pasean por las afueras, por las calles residenciales y los jardines se ven damanes, mangostas, ardillas y gallinas de guinea. 

A unas pocas horas de Windhoek hay algunos de los mejores parques nacionales de África, como el de Etosha, 22.000 km cuadrados repletos de elefantes, leones, guepardos y todo tipo de ungulados. En la costa oeste, las colonias de lobos marinos y de pingüinos del Cabo se intercalan con algunas de las mejores zonas húmedas costeras del continente, con millones de aves, y dan paso al interior al desierto del Namib, con dunas inmensas y algunas rarezas naturales únicas en el mundo. Y si no fuera bastante, siempre nos quedará al interior el final del desierto del Kalahari, la Costa Esqueletos, los extremos del delta del Okavango en la franja del Caprivi, el cañón del río Fish (el segundo más grande del mundo)... y decenas de otras zonas protegidas más pequeñas. ¡Viva el África para principiantes, nos encanta ser principiantes!

Namibia tiene una vez y medio el tamaño de España (823,680 km2) con apenas 2 millones de habitantes; es el segundo país del mundo con menor densidad de población (2 por Km2 de media). La capital, Windhoek, apenas tiene 250.000 habitantes. La mayor parte de la población se concentra, además, en la franja norte del país, en la frontera con Angola donde la lluvia es más abundante y la agricultura más fácil. Casi todo el resto del país está ocupado por granjas de ganado (vacuno, principalmente) y espacios naturales sin explotar. La economía se completa con la extacción de uranio, el turismo y la pesca, actividad esta última en el que las empresas españolas están muy presentes.

En conjunto, Namibia se califica como un país de renta media. Detrás de esta buena situación, la realidad es que es uno de los países con más desigualdad económica del mundo. Namibia fue una colonia alemana hasta la primera guerra mundial y después fue ocupada por Sudáfrica hasta el año de su independencia, obtenida en 1991. Lógicamente, el sistema racista del apartheid produjo un tremendo efecto que todavía se nota hoy en día, y la riqueza está mayoritariamente en manos de los blancos (que no llegamos al 10% del total de la población), mientras que una gran proporción de la población negra vive con las mismas apreturas que los habitantes de países mucho más pobres. A la mala situación económica de gran parte de la población se le añaden los efectos de la epidemia de sida, que está muy extendido en este país (un 20% de seropositivos) y que ha provocado una caída tremenda, como en casi todos los países de África septentrional, en la esperanza de vida para situarla entre 40 y 50 años actualmente.

Aquí se habla Afrikaans, inglés, alemán y 21 lenguas locales, como el Oshiwambo, el Nama, el Damara y el Herero. Varios de estos idiomas tienen fonemas que suenan como “clicks”, chasquidos casi imposibles de reproducir por nuestras torpes bocas (bueno, lo mismo podría decir del alemán y del afrikaans personalmente...). Casi todo el mundo es cristiano, principalemente luteranos y evangélicos, con algunos católicos y una minoría animista.

Hasta aquí la introducción, pronto contaré más cosas... Para abrir boca, os dejo algunas imágenes variadas en la sección de fotos.