miércoles, 11 de mayo de 2011

Leones en Etosha


Foto: Silvia Frías Nebra
Y es cierto, vivimos en Namibia y a cuatro horas y media de casa está Etosha, lo hemos comprobado dos veces en el último mes y está ahí. No hay que coger ningún avión, ni agotarse conduciendo por carreteras llenas de baches, ni contratar un safari y salivar hasta el día esperado. No, sólo hay que coger el coche y el material de acampada e ir, sin más zarandajas. Somos unos privilegiados.

Porque Etosha, junto con el Serengueti, el delta del Okavango, Ngorongoro y Kruger, es uno de los mejores parques nacionales de África, al menos de los que he tenido la suerte de visitar. Es enorme, tiene 22.000 km cuadrados (la provincia de Madrid tiene unos 18.000), y está repleto de animales.

Etosha tiene dos caras diferentes: la de la época de lluvias (que está acabando… ¿o no?) y la de la época seca, que es cuando la mayoría de los turistas lo visitan. La diferencia es enorme, no tanto por el paisaje como por la manera de ver los animales. En la época seca, cuando no hay más agua disponible, los animales se congregan en las charcas, naturales o artificiales, donde beben y de donde no se alejan mucho a lo largo del día (los elefantes, por ejemplo, no se separan más de 6 km de un bebedero). Es entonces cuando se pueden ver fácilmente numerosas especies de antílopes (springboks (foto 1), impalas, kudúes, ñúes, heartebeest, etc.), jirafas, cebras y elefantes abrevando juntos. Y casi cada abrevadero tiene su manada de leones residentes, que se dejan ver con mucha frecuencia.

Tres de estos abrevaderos están situados junto a los respectivos campings-lodges que tiene el parque: Okaukuejo, Halali y Namutoni, con la peculiaridad de que permanecen iluminados durante toda la noche. Con un pelín de paciencia y de suerte, se pueden ver en ellos leones, rinocerontes (negros y, desde hace unos años gracias a una exitosa reintroducción, blancos también) y otras criaturas más pequeñas difícilmente visibles de día (puercoespines, ginetas, mangostas de ciertas especies, etc.). En la época seca, en definitiva, todo es coser y cantar, conducir de abrevadero en abrevadero y por la noche quedarse en el del camping disfrutando del espectáculo.

Ahora, en la época de lluvias, es distinto. Este año en concreto ha llovido tanto que hay agua por casi todas partes (y en general en toda Namibia), y los animales no tienen ninguna necesidad de acercarse a los abrevaderos, además de que ciertas especies realizan pequeñas migraciones a otras zonas poco accesibles del parque, o incluso fuera de él. Así que los namibios te desaconsejan ir en esta época (razonable) y todo el mundo te dice que vas a ver pocas cosas. Tururú.

Es verdad que hemos estado casi 10 días entre los dos viajes, y que algunos de ellos hemos estado hasta 12 horas al día conduciendo por el parque a la búsqueda de los bichos más recalcitrantes (totalizando algo menos de 800 km de recorridos), pero el que la sigue, la  consigue, y con paciencia –y con pasión, claro- hemos visto un montón de animales.

Después de ver los primeros impalas, cebras, heartebeest (el antílope salido del Día de la Bestia, por cierto; foto 2), oríces (más conocidos por el nombre inglés: oryx), etc., y ya instalados en el camping de Okaukuejo, empiezan las emociones fuertes desde la primera noche: no muy lejos, se oye rugir un león. Para ponerle más emoción, si te distraes demasiado calculando dónde estará el rugiente, un chacal de lomo plateado (foto 3) te puede robar la cena delante de tus narices. El camping, como todos los de Etosha, está vallado, pero los chacales encuentran la forma de entrar siempre y se pasean entre  las tiendas a la busca de desperdicios, o de cenas calentitas si puede ser.

De día, una imperiosa necesidad apremia a todos los visitantes del parque: ¡ver leones!  A medida que van pasando las horas, hasta el más pintado va perdiendo interés en los innumerables springboks (antílopes saltadores), cebras, ñúes, avestruces, oríces, kudúes, heartebeest y otras “vulgaridades”, que no obstante son una preciosidad por sí mismas. Pero el que nunca los ha visto al natural, suspira por ver los leones, y parece que nunca los vas a encontrar. Pero sí, los encuentras, y desde lejos te relames ya al ver la silueta de una leona sentada bajo una acacia, que no mueve un músculo ante la llegada del coche. Con la adrenalina por las nubes, paramos a su lado y escudriñamos la hierba alrededor de la leona. Parece increíble, pero en dos palmos de hierba se puede ocultar perfectamente un león de 250 kg (de 150 a 200 las hembras) (foto 4). Y, efectivamente, vamos descubriendo paulatinamente a todos los componentes de la manada: ¡12 leones donde parecía que no había nada! Para que te fíes de la hierba… (hay gente que se baja del coche a fumar un cigarrito o a estirar las piernas en las praderas donde parece que todo está a la vista… Los leones tienen miedo de la gente y normalmente salen corriendo, pero si de repente te plantas a corta distancia de una manada con crías puedes crear una situación muy tensa. En Etosha no ha pasado nada nunca en esas circunstancias, pero no conviene tentar a la suerte).

Un ñú poco espabilado anda cansinamente en dirección a la manada. Vemos que las leonas están desplegadas en posición de caza, aunque son las 4 de la tarde y hace un sol muy fuerte. Se tumban entre las hierbas y asoman la cabeza para controlar la posición del ñú de vez en cuando. De repente, el viento cambia de dirección llevando el olor de la manada al ñú, que con un rápido galope se aleja en dirección contraria. Una leona, al ver que se escapa en el último momento, se arranca a por él (foto 5), pero los escasos 10 metros de ventaja que ha sacado el ñú gracias al viento son demasiados para que el lance tenga éxito y al final el ñú se queda inexplicablemente parado a un centenar de metros, quizás dando gracias al viento por la vida regalada. El tiempo ha pasado rápido, se hace de noche y tenemos que volver al camping.

Pero hoy vamos a volver a salir de noche, gracias a los safaris nocturnos que organiza el parque. Armados de foco, mantas y galletitas, como tiene que ser, salimos en el camión descubierto del parque con el afable Vericomba como guía, para pasar 3 horas (¡más!) deambulando por el parque. Hay luna llena, y a los pocos minutos de salir, dos masas inmensas atraviesan el camino como un rayo: ¡dos rinocerontes negros! La cosa empieza bien.

Interrogado Vericomba sobre nuestro itinerario, le soplamos a la oreja dónde hemos visto una manada de leones muertecitos de hambre que seguro que están armándola buena a estas horas. Vericomba, sonriente, se guarda la sorpresa pero nos conduce hasta allí (vamos con otras personas en el camioncillo). Y los leones tienen hambre: nada más llegar, vemos a una de las leonas más jóvenes salir corriendo, cruzando por delante de nuestro vehículo, para poner en espantada a una manada de springboks al otro lado del camino. El sonido de los springboks histéricos corriendo es tremendo, mil pezuñas intentando ponerse a salvo. Vericomba no está muy acertado con el foco (y yo no tengo dónde enchufar el mío) y no conseguimos ver con claridad lo que está pasando, pero de repente oímos gruñidos y el guía nos señala que el resto de la manada, apostados al lado contrario de los springboks, ha conseguido matar a uno que huía de la primera leona. Simultáneamente, otra leona, un poco más a nuestra izquierda, lanza otro ataque desesperado a los springboks, pero no consigue hacer presa.

La captura está un poco lejos, pero con los prismáticos podemos atisbar los leones, incluido un gran macho que por la tarde no se había dignado dejarse ver, gruñiendo y mordiendo en torno al springbok muerto. En estas circunstancias, da mucho gusto estar dentro de un camión (aunque no tenga puertas ni ventanas), acurrucado bajo una manta. Al cabo, vemos al león macho gruñiendo y dando pequeñas carreras para espantar a lo que parecen hienas que deben estar ya al quite del springbok muerto. Y eso que no íbamos a ver nada…

A la mañana siguiente, localizamos al león rugiendo en la madrugada, a poca distancia del camino. Con cada rugido salía vaho de su boca (foto 6). Después se fue a dormir a la espesura con el resto de la manada y no supimos más de ellos.

En el segundo viaje, con nuevos participantes e idénticas ansias (que comparto totalmente, por supuesto), hemos visto leones en cuatro ocasiones. En una de ellas, nos pasamos 2 horas y media contemplando a una manada de siete (un león muy viejo, dos hembras y cuatro cachorros) devorando un kudú que debían haber cazado por la noche o de madrugada (fotos 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14 y 15), . La misma tarde, después de una pequeña parada logística en Okaukuejo (las vejigas poco capacitadas sufren mucho en Etosha), salimos a aprovechar la media hora de luz restante y  nos soplaron que había un león a 1 km escaso del camping. Lo encontramos y lo vimos rugiendo a la luz del ocaso (fotos 16 y 17). Para completar la buena suerte, a unos pocos cientos de metros de este último león, vimos a la mañana siguiente otro león joven y una preciosa leona empezando a comerse un springbok que debían acabar de cazar (foto 18). Estaban en la misma puerta del aeródromo de Okaukuejo. Esta leona, curiosa ella, decidió acercarse hasta metro y medio de mi ventanilla mirándome fijamente (foto 19), así que la subí apresuradamente, pero pasó de largo y estuvo cotilleando otro coche para volver al springbok, que es siempre más interesante.

Pero no todo el mundo tiene instinto de supervivencia (o miedo), y si no echadle un ojo al baranda de esta última foto, subido en el techo de su coche (foto 22) para fotografiar a otro par de leones que vimos más tarde. Hay gente para todo, pero yo creo que eso es pasarse (y en el parque están de acuerdo).

Para completar el viaje, vimos una pareja de hienas moteadas (foto 20) un elefante (están muy escondidos en esta época), cuatro rinocerontes negros bañándose en un lodazal (foto 21) y, muy fugazmente, un guepardo asustadizo que pasó corriendo delante del coche y no quiso compartir protagonismo en esta historia. A la próxima será, ¡porque Etosha está ahí mismo!
[Nota: la foto 2 y 7-21 son de Silvia, la 1 y 3-6,mías]