viernes, 30 de marzo de 2012

Un edén árido



 Hembra de guepardo en Purros (la foto fue disparada por África Coloma en realidad)

El segundo viaje un poco largo que he hecho recientemente ha sido al noroeste de Namibia, a las regiones de Damaraland y Kaokoland como se llamaban en tiempos anteriores a la independencia. Actualmente ambas están englobadas en la región llamada Kunene, que es el río que marca la frontera septentrional de Namibia con Angola.

Este viaje, de ocho días, lo he hecho acompañado de tres amigos y hemos ido en dos coches por motivos de seguridad, ya que nos hemos internado por pistas muy malas y solitarias, sin cobertura telefónica y en zonas con leones y elefantes a veces poco amistosos, por lo que es mejor prevenir.

Empezamos pasando tres noches acampados en la concesión turística de Palmwag, una reserva de 5000 km cuadrados en el borde del desierto del Namib. El desierto en realidad se extiende por prácticamente toda la costa de Namibia, en una franja de unos 150 km de ancho de norte a sur, bordeada al este por un sistema montañoso semi-árido. Palmwag comienza en este borde, con pequeñas montañas pedregosas y casi peladas de vegetación, intercaladas con valles más verdes con herbazales y algo de arbolado, a veces dando un aspecto de sabana poco arbolada.

Jirafas en Palmwag

Ya había estado anteriormente en Palmwag, cuando vino mi familia de vacaciones, pero sólo una mañana y me quedé impresionado por la belleza del paisaje y la abundancia de animales. Esta vez hemos penetrado más en la concesión y hemos hecho “camping salvaje”, es decir, hemos acampado en las zonas designadas dentro de la reserva, que sólo se distinguen por la presencia de viejas hogueras hechas por otros campistas. Nada de letrinas, ni de ninguna clase de separación de los animales, incluidos leones, elefantes, rinocerontes negros e hienas moteadas. Y no hemos visto a nadie hasta la última mañana.

Es la primera vez que iba a acampar en estas condiciones (es decir, con leones en los alrededores y sin vallas) sin formar parte de un viaje organizado con guía. Mis compañeros también. Así que el primer día estábamos un poco inquietos por la perspectiva. Los leones en esta región son muy escasos y se reparten por un territorio muy grande; son los afamados leones del desierto, que se internan en zonas realmente muy áridas y llegan hasta la propia costa, la célebre Skeleton Coast, pero sabíamos de antemano que en Palmwag hay algunos.

Comenzamos la aventura bastante sorprendidos por los pocos animales que íbamos viendo al principio: un par de oryx y algunos springboks nada más. El camino es malo y avanzamos con mucha lentitud, a menos de 15 km/h. Al cabo de hora y media atravesamos el primer cauce fluvial importante, el río Kawaxab, que ahora mismo sólo conserva algunos charquitos con agua, pero tiene bastante vegetación en las orillas, con altos juncales y algunas acacias. Al borde del camino unas formas animales se levantan de la sombra y se alejan pausadamente de nosotros: ¡leones! Cinco o seis, encabezados por un precioso macho de melena bien formada y que lleva un collar de radio marcaje. Nos miran con desconfianza mientras se alejan resignadamente, pero una leona, que parece algo joven, no está satisfecha con nuestra presencia o es muy curiosa y decide acercarse más a nosotros con andares que podrían interpretarse como que está acechando una presa. Esto no es Etosha, donde los leones ven gente y coches todos los días y están muy acostumbrados, y ya he visto fotos de leones del desierto que han atacado coches. Si bien es muy raro y basta con mantener una buena distancia, no me fío de esta leona y decidimos poner más espacio de por medio. Ya fuera del río y en lo alto de la ladera de la orilla, paramos para echarles un vistazo más tranquilos, pero los leones se han esfumado entre la vegetación. 

El corazón nos late bien deprisa, quién iba a pensar que casi lo primero que íbamos a encontrar era una manada de leones del desierto. Llegamos en unos minutos a la zona de acampada donde queremos quedarnos, que resulta estar a 1 km escaso en línea recta de la manada de leones. Aunque el sito está elevado y despejado, no nos hace ninguna gracia la idea de dormir tan cerca de ellos, así que continuamos un rato hasta la segunda zona de acampada. Esta está en otro pequeño río, pero situada en el propio cauce y rodeada de juncales, arbustos  y arbolitos, lo que ofrece poca seguridad (aunque sea psicológica) y nos instalamos definitivamente en lo alto de la orilla donde tenemos mejor visibilidad de los alrededores y menos vegetación. Vamos contando los minutos que faltan para que se haga de noche mientras ponemos las tiendas y preparamos las cosas para cenar… con el hacha y el machete bien a mano por lo que pudiera pasar, como buenos primerizos. Lo más importante, encender un buen fuego cuanto antes para que los animales puedan percibir nuestra presencia desde lejos. Según el guarda de la entrada de Palmwag basta con el fuego y no alejarse del campamento en la noche para estar seguros. Todo está tranquilo y no oímos ningún animal en toda la noche, aunque Maike se despierta por un olor nausebundo que pensamos que debería ser una hiena.

Cebras de Hartmann o de montaña

Superada la primera noche de acampada libre todo se ve de otro color. La impresión de toparnos con los leones casi nada más entrar va desapareciendo y los días siguientes disfrutamos con tranquilidad del paisaje y de los otros animales. La segunda y la tercera noche realmente estamos felices del privilegio de poder acampar aquí e incluso de oír un par de leones y de hienas a lo lejos. La reserva es enorme y recorremos sólo unos 30 km al día, haciendo muchas paradas para ver animales y descansar a la sombra de los árboles de vez en cuando. La segunda noche nos instalamos en un collado entre pequeñas montañas, con unas vistas muy extensas a los valles que hay a nuestros pies. Con la ayuda del telescopio vemos chacales e incluso hienas moteadas volviendo a sus cubiles al amanecer. Abundan las jirafas, oryx, kudúes y springboks, avutardas de Ludwig, rapaces varias, ardillas, etc. 

Las vistas desde donde acampamos la segunda noche

La tercera noche volvemos al verde valle de entrada a la reserva, pues tenemos que reunirnos con unos amigos que finalmente no pueden hacer el viaje. Allí ahí mucho más pasto y encontramos animales en grandes cantidades a cada momento, sobre todo cebras de montaña, oryx, springboks y jirafas, pero también avestruces y kudúes. Hacemos una larga parada en el cañón del río Aub, donde hay buena sombra y preciosas vistas sobre la pequeña hoz que forma el río, que sí lleva agua y forma algunas pozas. Después del tostado que nos hemos tragado hoy al sol, las pozas resultan demasiado tentadoras para mis amigos, que después de mucho buscar encuentran la manera de atravesar una densa franja de carrizos y se descuelgan entre las rocas hasta el agua. No le recomiendo a nadie meterse en una mata espesa de carrizos en una reserva africana, pero no pasa nada y disfrutamos como enanos del baño. Al salir del agua y volver a atravesar el carrizal oigo un animal llamando, lo que parece un cachorro de algo oculto en la vegetación. Imito su llamada y me contesta, pero no consigo verlo. Nos vamos inquietos sin saber qué era, pero por el sonido podía ser el cachorro de cualquier depredador dejado ahí por su madre hasta su vuelta. ¡Suerte que ha tardado mucho en volver y que no nos la hemos topado!

A veces la gente piensa que soy un poco exagerado en estas cosas, pero no hay que tomarse a coña a los animales salvajes por aquí. Más vale pecar de demasiada prudencia que tener un accidente que puede tener consecuencias graves.

Bien refrescados, buscamos dónde pasar nuestra tercera noche en Palmwag. Hoy la cosa tiene más gracia, porque aquí no hay ninguna zona designada para acampar, aunque está permitido, y este es el valle en el que vimos lo leones y hay muchísima caza para ellos por aquí. Por suerte, estamos cerca de un mirador sobre una pequeña colina en el centro del valle que visité con mi familia, así que nos instalamos en toda seguridad allí, en un promontorio de 30 metros de alto absolutamente rodeados de oryx, cebras y springboks. El único imprevisto es una pequeña víbora cornuda –bien venenosa- que mis amigos descubren nada más bajar del coche, pero que se aleja tranquilamente por entre las rocas. Basta con dejarla en paz y tener cuidado de dónde se ponen los pies. Encendemos la hoguera y nos relajamos totalmente disfrutando de una de las puestas del sol más bonitas que he visto en mi vida, puro fuego en el cielo contra las montañas…  La noche transcurre en absoluta tranquilidad y a la mañana siguiente recogemos deprisa el campamento porque probablemente los coches del Lodge de Palmwag traerán aquí a los turistas para ver las vistas. Y efectivamente, con el sol bien alto, aparece un coche con un guía y un par de clientes. Ningún problema por acampar aquí y nos informan de que en este valle hay probablemente cuatro manadas de leones, no una sola como creíamos. Parece que a los leones les va muy bien por aquí.

 Klass en el campamento de la tercera noche, en un mirador
A regañadientes casi, salimos de Palmwag definitivamente y nos acercamos al Lodge para reponer agua y combustible antes de salir hacia nuestro siguiente destino: Purros.

Purros (o Puros en la lengua local) está aún más al noroeste de Namibia, ya en Kaokoland, tierra famosa por sus habitantes de la etnia “himba” que conservan sus costumbres y atuendos tradicionales. Las mujeres se pintan el cuerpo con tintes de color ocre y no se lavan nunca con agua. Purros también es conocido por ser uno de los mejores sitios para ver elefantes del desierto. Estos animales están poco acostumbrados a la presencia de turistas y desgraciadamente en agosto pasado se cobraron la vida de un turista español en el mismo camping donde vamos a quedarnos. Una elefanta mal humorada se topó con un turista a pie y lo mató inmediatamente, yéndose después hacia su mujer que corrió a refugiarse en el coche. Por suerte los empleados del camping vieron el ataque y, aunque no pudieron hacer nada por el hombre, sí consiguieron impedir que la elefanta matara también a la mujer. Varios días después el Ministerio de Medio Ambiente abatió a tiros a la elefanta, que ya había atacado a un chaval días antes con consecuencias más leves. Algunos en Namibia, seguramente con cierta razón, critican la creciente presencia de turistas en un sitio tan remoto en el que los animales no tienen más que contactos esporádicos con los habitantes locales.

A Purros se llega por una pista en malas condiciones que va adentrándose por valles entre altas montañas pedregosas hasta llegar al valle del río Hoarusib, arenoso y poblado por un bonito bosque de galería en el que se sitúa el camping comunal. Allí no hay ninguna valla protectora y nos advierten de que los elefantes suelen atravesar el camping dos o tres veces por semana, por lo que hay que estar relativamente alerta y, llegado el caso, retirarse rápidamente al coche o a la tienda de campaña. Los elefantes no van por la vida deseando toparse con gente y matarla, pero son animales imprevisibles y caprichosos a los que hay que dejar un amplio margen de maniobra en toda ocasión. Nos instalamos en el camping y pasamos una primera noche calurosa pero sin incidente alguno, disfrutando por fin de una buena ducha que falta nos hacía.

A la mañana siguiente partimos con un guía local himba en busca de los elefantes, en coche por supuesto. El valle es precioso, el bosque ripario se extiende durante muchos kilómetros por el cauce del río, que en algunos puntos es bastante ancho, aunque ahora sólo hay agua en algunos charcos. De vez en cuando subimos a colinitas que hay junto a las orillas para otear desde las alturas en busca de los elefantes. Como anoche llovió un poco, es fácil distinguir las huellas frescas de un par de elefantes, pero no conseguimos dar con ellos. No sabemos si se han ocultado en algún recodo especialmente frondoso o si ya se han marchado de la zona. Lo que sí abundan son las jirafas, los springboks y los avestruces, y en las laderas de las montañas, las cebras y los oryx. Después de tres horas, ya volviendo al camping, vemos algo que parecen chacales corriendo desde el cauce del río ladera arriba. ¡No son chacales, son cachorros de guepardo! El guía los había visto en otra ocasión y calcula que ahora tendrán 3 ó 4 meses de edad, así que pensamos que debían estar esperando en la sombra de los árboles la vuelta de su madre. Me apeo del coche para echar un vistazo más detallado con el telescopio e inmediatamente oigo unos gruñidos insistentes que me hacen pararme en seco. Fijándome más, veo a unos 100 metros de nosotros a la madre de los guepardos, que está tumbada al principio de la ladera y me amenaza para que no me acerque más. Ahí tumbada en la ladera pedregosa su camuflaje es perfecto. 

 Recibimiento poco amistoso de una hembra de guepardo (foto disparada por África Coloma)
No se hable más, me vuelvo a meter en el coche y salimos por el lado contrario con cuidado para no espantarla. Con el telescopio vemos que junto a ella hay un springbok que parece recién muerto. ¡La gueparda ha debido cazarlo hace unos minutos! Seguramente todavía se está recuperando del esfuerzo de la caza y por eso no ha salido corriendo como sus cachorros. La vemos un buen rato a placer pero al cabo de unos minutos se retira un poco y se sienta a mirarnos. Para no molestarla más nos alejamos unos cientos de metros y nos escondemos detrás de unos arbustos. Al ratito oímos a la madre llamando y vemos a los cuatro cachorros trotando en su dirección. El sol aprieta con mucha fuerza y decidimos marcharnos antes de que nos dé una insolación.

Podemos considerarnos muy afortunados por haber presenciado este espectáculo, ya que nuestro guía nos dice que es sólo la tercera vez en su vida que ve guepardos aquí, mientras que otro de los guías tan sólo los ha visto dos veces. Definitivamente tenemos mucha suerte, a pesar de no haber visto los elefantes. Hasta el año pasado aquí también había leones del desierto, pero alguien envenenó a los tres ejemplares que solían verse cerca del pueblo. Espero que con el tiempo vengan otros.

Por la noche introducimos una novedad en las actividades que propone el camping: un paseo nocturno en coche para ver animales (lo que aquí se llama un “night drive”, y en España tiene el horroroso nombre de “foquear”), con un foco de mano en ristre. Nos llevamos al guía para no perdernos y el hombre se lo pasa pipa, pues es la primera vez que hace esto. Nos limitamos a la pista principal y evitamos circular por dentro del bosque para no tener disgustos con los elefantes, si anduvieran cerca, ni asustarlos, pero aún así vemos bichos interesantes: liebres, una jineta, una especie de mofeta (striped polecat, que en realidad es un mustélido como los tejones y las nutrias), etc.

A la mañana siguiente volvemos a buscar los elefantes con nuestro guía. Ha vuelto a llover y al cabo de un rato localizamos dos rastros frescos de sendos elefantes, que parecen haberse internado en un paraje de vegetación muy tupida en el cauce, al pie de una colinita desde la que pasamos un buen rato oteando. Oímos ruidos que nos parecen de elefantes comiendo, pero no conseguimos verlos y al bajar de la colina descubrimos que los elefantes habían pasado de largo. Un buen rato más tarde, desistimos porque se hace demasiado tarde y tenemos que emprender la vuelta a Windhoek. Lástima, no hemos visto los elefantes… y es decir esto y el guía señalar “¡Elefantes!” al instante. ¡Cuatro elefantes bajan la ladera hacia el río, a lo lejos! Apenas unas manchitas en la inmensidad de la ladera reseca, pero debemos darnos prisa para volver al oteadero antes de que bajen al río. Desde la colina los vemos durante una media hora acercándose poco a poco al río, un macho, dos hembras y una cría de unos cuatro años; la hembra de mayor tamaño lleva un collar de radio marcaje.  Justo antes de que bajen al cauce a beber, salimos zumbando junto con otro coche que ha aparecido mientras buscábamos río arriba. Siguiendo al otro coche, también dirigido por un guía local, encontramos a los elefantes mientras beben.

 Elefantes del desierto (Purros)
Dejamos una buena distancia y apagamos el motor para molestarlos lo menos posible, pero la cría decide que no es bastante y carga barritando contra el otro coche, que lo esquiva sin problemas. En realidad es una carga de farol, pero nos da una idea de lo rápidos que son los elefantes cuando quieren y los susceptibles que son a la presencia de humanos. Nos maravillamos un buen rato viendo a estos elefantes que viven en unos parajes tan áridos y volvemos al camping más contentos que un tonto con una tiza.

De vuelta a Windhoek atravesamos uno de los puertos de montaña más bonitos de Namibia, el Grootberg Pass, que ahora en época de lluvias tiene un color verde exuberante, salpicado por cebras de montaña aquí y allá. En esta zona también hay leones, rinos (nos deben una estos animales) y elefantes. Paramos a tomar un café en el Grootberg Lodge, que está colgado al mismo borde del abismo en el puerto y tiene unas vistas de entre las mejores que he visto en mi vida, y luego continuamos hasta el camping comunal de Hoada, a unos pocos kilómetros. Aquí es donde se han bajado los caballos del Lodge después de un ataque de los leones. Ya en el llano de nuevo, rodeados de pacíficas vacas, pastos y roquedos, nos sentimos como en un jardín inglés, muy lejos de las sensaciones de Palmwag y Purros, pero no por ello menos bonito. Tras una última noche, la mañana nos despierta con un terremoto de 4.5 en la escala Richter que no tiene ninguna consecuencia más que dejarnos perplejos, ya que aquí es muy inusual. Un curioso final para un viaje apasionante.

Nota: “Un edén árido” (An arid Eden) es el título de un fascinante libro de Garth Owen-Smith, el precursor de la conservación con la participación de las comunidades locales en Namibia. Es uno de los mejores libros de conservación que he leído.

miércoles, 28 de marzo de 2012

Cien años y cuatro días de soledad

Anochecer en las cercanías de Homeb, desierto del Namib



Últimamente he hecho dos viajes un poquito largos por Namibia. El primero en solitario, a la parte central del desierto del Namib, entre Windhoek y la costa. Allí hay varias zonas básicas de acampada en las que uno puede quedarse previo pago de unas pequeñas tasas. Las instalaciones son básicas: un lugar para hacer fuego, una mesa rudimentaria y una letrina. Lo demás es superlativo: acampar en una de las zonas más solitarias del mundo, rodeado de kilómetros y kilómetros de paisajes sobrecogedores ocupados sólo por las criaturas del desierto y con Cien años de soledad a mano.

La primera noche la pasé en Homeb, una zona de acampada en un lugar marcado por la confluencia del pre-desierto y el desierto puro de dunas de arena, separados por un río seco (el Kuiseb) que sustenta un gran bosque de galería. En Homeb, sin embargo, hay un pequeño asentamiento humano de “topnaar” que poseen allí abundantes burros, vacas, cabras y caballos. Es un buen principio para adentrarse en el Namib, con sombra abundante, agua y un mínimo de presencia humana. La confluencia de tres ecosistemas diferentes del Namib en esta zona tiene muchísimo interés científico y por eso el centro de investigación del Namib (Gobabeb) se encuentra situado a unos 20 km al oeste de Homeb a lo largo del mismo río.

 Bosque ripario en Homeb
 
Sin embargo, no me apetecía mucho ver a nadie, ni siquiera a los burros, y después de pasearme por las dunas, por el río y por las gargantas rocosas, me fui de allí al día siguiente en pos de un sitio más solitario. A unos 30 ó 40 km al noreste encontré precisamente lo que buscaba: la zona de acampada de Mirabib. Consiste en varias plazas de camping en la base de un gran koppie (un roquedo granítico aislado y de gran tamaño) y tuve la suerte de tenerlo enterito para mí solo. Desde lo alto del koppie, a unos 50 m sobre el suelo, hay una vista panorámica de 40 km en la redonda en los que no hay absolutamente nada más que pastizales, arena y otros koppies. Ni un ruido, ni un tendido eléctrico, ni un avión surcando el cielo, ni un coche en lontananza, absolutamente n-a-d-a. 

 Amanecer desde lo alto del koppie de Mirabib, desierto del Namib

Sólo me rodeaban antílopes del desierto (los preciosos oryx del sur de África), cebras de montaña, facóceros y los ubicuos springboks (un tipo de gacela) en los pastizales que se extienden hasta que la vista se pierde. En el koppie otros habitantes se dejan ver con más dificultad: conejos de roca, damanes, ratas-damanes, cernícalos… Y a la mañana siguiente un único compañero se arrimó al amanecer a mi vera: un zorro de El Cabo pedigüeño al que otros visitantes han debido malacostumbrar dándole comida, igual que en tantos otros sitios del mundo.

Zorro de El Cabo rebotado porque no le he dado nada de comer

Picado por la curiosidad de conocer sitios nuevos, me marché de nuevo a buscar otro campamento. Yendo hacia el norte los pastizales cobran brío y la fauna es más abundante: muchos oryx, cebras, avestruces y springboks se congregan en torno a Ganab, una zona de acampada establecida bajo la sombra de una línea de acacias batida por el viento. En las cercanías ví la primera suricata desde que vivo aquí, no sé qué manía me han cogido estos animales… 

  Suricata

Ganab es un sitio menos aislado, está a unos 3 km de una pista principal entre Windhoek y la costa por la que pasa algún coche de vez en cuando. Aún así, tuve de nuevo el campamento para mí solo, y me solacé largamente con la presencia de montones de animales, incluyendo uno bastante difícil de ver: un proteles o aardwolf, que es una pequeña hiena rayada que se alimenta de termitas y que aquí parece bastante desinhibida, pues se paseó por delante de mis narices al anochecer sin parecer importarle mucho mi presencia.

Aunque no hay leones en esta zona del Namib, sí que hay hienas manchadas que son potencialmente peligrosas. Por eso conviene –y siempre  que no se sepa que hay en los alrededores- dormir en una tienda de campaña cerrada. Dicho esto, en las tres noches no oí hienas ni por asomo y no encontré ningún indicio de que se hubieran acercado a mi tienda en busca de restos de comida, como pasa en otros sitios en África. Otra razón para no dormir al raso, por muy bonito que sea, es la abundancia de serpientes venenosas y de escorpiones, que aunque son animales pacíficos pero que pueden darte un susto.