miércoles, 28 de noviembre de 2012

COSTRATOUR 2012 (II/II)







Amanecer desde una duna cerca de Sossusvlei

Tras nuestro rápido paso por Windhoek, salimos de nuevo para hacer la segunda parte del viaje: el desierto. Esta vez pasamos por un puerto de montaña que no conocía todavía: el Spreethogte Pass. Si bien la primera parte del camino es muy similar a todos los demás, colinas y colinas con acacias y ganado, cuando se llega al paso se abre una vista panorámica sobre el valle auténticamente espectacular. A 200 m más abajo, el desierto del Namib parece interminable. En el paso hay una casa colgada al borde del abismo cuyos dueños seguro que no han oído hablar de la claustrofobia.

Spreethogte Pass
 
Comimos allí mismo, refugiados bajo un toldo improvisado por nuestros zapadores, Iñaki y Alberto, con un sol enfurecido y aprovechamos las vistas para fotografiarnos haciendo monerías varias.

Inma (después de las monerías)

Ya en el valle, por un pequeño despiste acabamos en Solitaire, un mínimo desvío que no teníamos previsto para ese día que nos llevó de cabeza a la temible… ¡pastelería de Moose! Moose es un panadero que hace unos pasteles de alucinar en medio del desierto, así que nos dejamos llevar por el destino y la tarta de manzana. Solitaire es un cruce de caminos importante y allí se conservan múltiples artilugios antiguos de los moradores de la zona, incluído este coche de época tan bonito:

Solitaire
 
De allí, en una hora más, nos plantamos en Sesriem, la antesala del mar de arena donde se encuentra Sossusvlei. Entre Solitaire y Sesriem alucinamos con un guiri que corría por la pista bajo el sol fulminante llevando sus pertenencias en un carrito de la compra. Hay gente para todo y aún más.

En Sesriem dejamos las cosas en el camping y nos fuimos a dar una vuelta por las dunas. La carretera que une Sesriem con Sossusvlei (una laguna) recorre un valle que se va adentrando en el mar de dunas de arena, de imponente altura, estrechándose paulatinamente. Abundan los oryx, los springboks, los avestruces y los buitres orejudos (enormes aves muy similares a nuestro buitre negro). Nos paramos en la Duna 45, muy famosa porque es la que todo el mundo suele escalar. Allí mandé a los costrosos duna arriba, mientras yo me quedé a recuperarme de un dolor de cabeza causado por una pequeña insolación.  En la parte superior de la duna había un oryx aprovechando el aire que corría ahí arriba. A los costras se les fue la mano con el tiempo y tuvimos que volver casi de noche (45 km) conduciendo a 100 km/h, lo que me hizo bastante poca gracia porque los antílopes y los chacales abundan en la carretera, pero llegamos sin problemas.

El desierto en las proximidades de Sossusvlei
 
Al día siguiente, madrugón (4:15) para estar listos a las 5 de la mañana, hora a la que abrían la verja de acceso a las dunas y a Sossusvlei. Lo mejor es estar en las dunas al amanecer y nos dimos prisa para escalar la duna 40 (unos hasta arriba del todo y otros hasta donde nos pareció suficiente) y ver el amanecer desde allí. Esta duna tiene una pendiente mucho mayor que la 45 y no es de extrañar que no hubiera nadie más. El amanecer fue muy bonito, pero no tuvimos la mejor luz posible tampoco, y contamos con el acompañamiento sonoro de un macho de avestruz en celo, que suena como un potente “boom”.

Después de desayunar al pie de la duna, seguimos camino hacia Sossusvlei. Este es uno de los tramos favoritos de Iñaki, pues la pista transcurre por arena profunda durante unos 5 km, así que fuimos turnándonos a la ida y a la vuelta para disfrutar de la experiencia. Creo que si pudiera, Iñaki iría y volvería diez o doce veces seguidas.

Pasamos un rato en Sossusvlei: la laguna estaba casi seca ya y había mucha gente. Algunos incluso se metían en el agua para fotografiar un flamenco juvenil que andaba allí alimentándose. Es curioso, como locos por fotografiar un flamenco aquí, teniendo que meter los pies en el agua salobre y calentorra y en Walvis Bay hay miles…

Fuimos también a visitar el Deadvlei (la laguna muerta), donde se yerguen imponentes esqueletos de acacias que crecían cuando el agua aún llegaba a esta laguna. Hay dos tandas de acacias muertas, de distintas edades (algunos siglos) y una pequeña fila de acacias vivas incipientes. Es una vista muy particular y está rodeada de algunas dunas altísimas. Desde la más alta vimos bajar a un turista esquiando, quizás un desnivel de 300 m con una pendiente casi vertical.
Alberto, Pedro e Inma buscando la playa
 
En las dunas –y alrededores- hay mucha vida aunque no lo parezca, y esta vez vimos una víbora de la arena (Bitis peringueyi), de apenas 25 cm, que tiene los ojos en la parte superior de la cabeza para poder ver incluso enterrada. Hacen esto y a la vez mueven la punta de la cola para que las lagartijas se crean que es un gusano y entren al trapo, resultando el cazador cazado en tan ingeniosa trampa. Una especie de lagartija que habita las dunas tiene la cabeza en forma de pala para poder enterrarse rápidamente en la arena en caso de peligro. Y abundan los escarabajos y hormigas de formas de vida también muy especializadas. Lo que no llegamos a ver nunca son los famosos topos dorados de las dunas, que también viven bajo la arena y son endémicos de Namibia. Igual si Iñaki hubiera traído las gafas de bucear y el tubo…

Víbora de la arena

Con el sol ya muy alto, a media mañana volvimos a Sesriem para descansar un rato y comer a la raquítica sombra de la peor plaza del camping, la que nos había tocado. Por la tarde seguimos hacia el siguiente destino, Mirabib, teniendo que deshacer una parte del camino hasta Solitaire. En la pista vimos al guiri loco acampado bajo un árbol con y su carrito al lado.

La pista atraviesa el cañón del río  Gaub y luego la del Kuiseb, que desde ese punto se dirige al oeste hasta el mar y para la arena, de forma que no hay dunas en su orilla norte. Ambos son paisajes también fascinantes y despertaron muchas ganas de recorrerlos por parte del hombre-suricato. No es posible porque son reservas integrales, ya que suelen llevar algo de agua y constituyen un punto de refugio muy importante para la fauna local.

La fauna local conquistando otro paralelo
Este año la carretera (pista) está en bastantes malas condiciones –demasiados camiones y pocas reparaciones- y entre esto y la consabida parada en el cartel que marca el trópico de Capricornio, se nos hizo un poco tarde y la puesta del sol nos sorprendió a 30 km todavía de Mirabib. Sin embargo, ver el sol poniéndose sobre la planicie desértica con una manada de oryx corriendo tampoco es para hacer ascos, ¿no?

Entre la carretera principal y Mirabib nos topamos con una familia de zorros orejudos, que son nocturnos y se dedican a comer termitas. Son unos animales muy particulares y muy bonitos.

Llegamos a Mirabib ya de noche y pudimos acampar en mi sitio favorito, bajo el inmenso roquedo granítico sin más compañía que la luna. No había nadie más (allí hay 7 plazas de camping, sin más infraestructura que barbacoa, mesa y letrina en cada una). 

Acampados al pie del roquedo, cual trogloditas
Mirabib es el gran koppie solitario en el que estuve acampado yo solo hace unos meses y tenía muchas ganas de enseñarles este sitio poco conocido a los amigos. Nos preparamos una buena cena mientras veíamos las lechuzas pasar y dormimos a pierna suelta.

¿Qué decías de buena cena?

Por la mañana, antes de amanecer, trepamos a la parte superior del roquedo para disfrutar de las interminables vistas sobre la planicie desértica, salpicada de springboks, oryx y avestruces. Hay una vista sin obstáculos hasta el horizonte, sin tendidos eléctricos ni ningún rastro del ser humano más allá de las pistas y de los pequeños carteles indicadores, hechos en piedra con muy buen gusto. Hacia el norte, la vista acaba en el mar de dunas que se extiende al otro lado del río Kuiseb. Éste está hundido en su cauce y no se alcanza a ver desde Mirabib. Es una vista incomparable y totalmente salvaje que pocos sitios en el mundo pueden igualar.

Yo mismo en lo alto de Mirabib
Iñaki, instantes antes de salir corriendo a escalar
Inma, preferiría otro café para apreciarlo mejor
Pedro, mayestático (y Alberto se escapó a escalar)
 
Alrededor del koppie se pueden ver innumerables “círculos de hadas”, un nombre un tanto tonto para un extraño fenómeno natural. Los círculos son extensiones más o menos redondas desprovistas de vegetación que aparecen regularmente espaciadas en los pastizales del desierto. Son, pues, parches redondos de tierra desnuda. A pesar de todas las investigaciones que se han hecho sobre ellos, todavía no se conoce qué los causa. Una hipótesis es que bajo cada círculo hay una colonia subterránea de hormigas, altamente agresivas y territoriales (lo que explicaría la separación regular entre círculos), y otra que donde hay un círculo se producen emanaciones radioactivas o de otra naturaleza provenientes del uranio u otras sustancias que abundan en el subsuelo de Namibia. Nada se ha demostrado todavía y es muy emocionante ver algo natural para lo que la ciencia no tiene respuesta aún. 

Algunos, Alberto, Iñaki y Pedro, no pudieron resistirse a la tentación de la piedra y escalaron hasta el mismo vértice del gigantesco boulder. Aquí habitan conejos de roca, ratas-damán, damanes, halcones borníes y cernícalos, lechuzas y, en las cercanías, zorros del Cabo e hienas marrones. Los koppies son islas de vida en el desierto.

Para completar la visita y tener una mejor idea de la variedad de ecosistemas que hay en una región aparentemente tan desolada, nos acercamos después a visitar el bosque de galería del río Kuiseb en Homeb, que es un pequeño poblado habitado por Damaras-Topnaar y su ganado (vacas, burros, caballos y, sobre todo, cabras), junto al que también hay un punto de acampada. 

Iñaki preparando su próxima producción
Por el camino, Alberto pudo prorrumpir de nuevo en su afamado grito de “suricato-suricato-suricato”, porque vimos otra colonia de estas flipantes mangostas que viven en –pero no sólo- el desierto del Namib. 

El río Kuiseb, con su cauce arenoso flanqueado por enormes árboles llenos de vida, separa la planicie del mar de dunas de arena, por lo que constituye la confluencia de tres ecosistemas distintos. Como la mañana ya estaba avanzada, el calor era muy fuerte y ni siquiera los recios escaladores, Iñaki y Alberto, fueron capaces de avanzar gran cosa más allá de la sombra de los árboles. Bajo esa cobertura comimos un bocata y nos encaminamos hacia Windhoek para terminar el viaje, pasando esta vez por el puerto del Gamsberg.

Cebra de montaña cerca de Zebra Pan

Habrá también pocos países donde se puede recorrer 200 ó 300 km de pistas para llegar, casi sin pisar el asfalto, hasta la capital, y Namibia tiene 4 ó 5 itinerarios así hasta Windhoek. El toque final del viaje lo dio una suricata, demostrándonos que no sólo viven en el desierto, pues ésta ocupaba un pequeño roquedo en una granja de ganado bien poblada de acacias y altos pastizales, a escasos 100 km de la capital.

Llegamos a Windhoek un poco antes de anochecer, sanos y salvos con otro maravilloso viaje a las espaldas. Pedro, Alberto e Inma volvieron a España al día siguiente, e Iñaki se quedó en Namibia una semana más, aunque esta vez no pude acompañarle. Espero que también ponga por escrito esta parte de su viaje. 

Oyrx buscando la fresca

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