miércoles, 28 de noviembre de 2012

COSTRATOUR 2012 (I/II)



Cebra de montaña en Palmwag

La crisis, entre otros efectos, nos ha privado de la visita de muchos amigos y familiares a los que les habrían encantado venir a vernos a Namibia si la situación económica fuera mejor. Sin embargo algunos han tirado la casa por la ventana y han roto el cerdito para llegarse hasta aquí, con gran placer por nuestra parte.

Los que así de atrevidos han sido son Pedro, Iñaki, Inma y Alberto, al que no conocíamos antes pero que venía garantizado por Iñaki, que tiene muy buen criterio para estas cosas. Pedro es un incondicional de los Costratour, que sólo se perdió Senegal por un despiste; Iñaki repetía Namibia pues ya vino el año pasado; Inma es una mega-recia que ha sabido organizarse para venir incluso teniendo dos niñas pequeñas, y Alberto ha resultado ser un costratourero de pro.

Tras muchas disquisiciones por correo electrónico, convenimos en hacer un viaje de un par de semanas viendo con calma algunos de los sitios más chulos de Namibia: Cape Cross, Twyfelfontein, Palmwag, Etosha, Sossusvlei y Mirabib. Diseñamos el viaje de forma que la costratourera residente, Silvia, pudiera apuntarse al menos a Etosha un par de días.

Como aperitivo, nos dimos un paseo por el Parque de Dan Viljoen, el que está a 20 km de casa, que ofrece la rara oportunidad de pasear entre animales espectaculares como jirafas, ñúes y cebras. Las jirafas no nos defraudaron y disfrutamos mucho de las caras de los costras al verse frente a tamaños animalitos. También aprovechamos para saludar a Oscar, el facócero domesticado que se ha adueñado de un sofá en la recepción y más parece ya un gato que un jabalí.

Tras el aperitivo y ya bien pertrechados de toyotón de alquiler con todo el equipo de camping, nos lanzamos a la carretera para visitar la colonia de “focas” (en realidad, otarios de la especie Arctocephalus pusillus) en Cape Cross. Con el retraso del primer día, llegamos tarde y nos tuvimos que solazar viendo las huellas de las hienas marrones en la playa (a sólo decenas de metros del Lodge) y los chacales entrando por la noche a la distante colonia. Incluso nos dimos una vuelta nocturna con el foco para intentar ver alguna hiena, lo que sólo produjo algunos springbocks y que nos persiguieran un par de afrikáners cabreados que temían por la integridad de su mina de sal. Debe haber mucho ladrón de sal por aquí, porque estaban de muy mal humor los cafrikaners estos.

A la mañana siguiente nos desquitamos a gusto y estuvimos largas horas viendo a los otarios, de hecho tan largas que el retraso se nos acumuló de nuevo y por la tarde no llegamos a tiempo para ver los grabados rupestres de Twyfelfontein. Como no hay mal que por bien no venga, nos dimos a cambio un bonito paseo por los alrededores del Abadi Camp, un bonito camping enclavado entre colinas. No tuvimos la suerte de verlos, pero en el camino principal se veían abundantes rastros de elefantes.

Al día siguiente, tras una breve visita a los grabados rupestres de Twyfelfontein, y ya con Iñaki rabiando por llegar a Palmwag, nos dirigimos hacia allá por las traicioneras pistas de tierra.. . que nos regalaron un par de pinchazos consecutivos (en realidad, un reventón y un pinchazo, suerte que no pasó nada). Le tocaba conducir a Pedro y los dos percances consecutivos, añadidos a nuestros insistentes consejos sobre conducción en pistas, acabaron tocándole la moral (u otra cosa, probablemente) un poquito (¡qué paciencia, Pisha!). Todo tiene su lado bueno, y tras los pinchazos Iñaki avistó casi milagrosamente un rinoceronte negro bajando por una ladera y acostándose a dormir bajo una acacia. Estaba lejos y la calima era muy fuerte, pero por fin vimos uno de los famosos rinocerontes de Kaokoland, que son uno de los orgullos de Namibia.

Llegamos por fin a Palmwag sin más problemas, y nos encargamos inmediatamente de reparar la segunda rueda de repuesto y de comprar una sustituta para la primera que había reventado. No era cuestión de internarnos en el campo sin dos ruedas de repuesto porque el terreno en Palmwag es bastante difícil.

A primera hora de la tarde ya estábamos listos para entrar en la concesión turística: varios miles de kilómetros cuadrados que forman una pequeña parte de una “Communal Conservancy”. Para darnos la bienvenida, y por ser vos quien sois, una manada de elefantes del desierto cruzó parsimoniosamente la pista principal a pocos minutos de salir del Lodge hacia la concesión. Eran hembras con algunas crías muy pequeñas y dejamos por tanto una buena distancia para no alterarlas con nuestra presencia. La suerte nos había sonreído ya dos veces: elefantes y rinoceronte en el mismo día… y en una zona comunitaria que no es un área protegida. Los namibios pueden estar orgullosos, desde luego. 

Elefantes del desierto en Palmwag

Nos adentramos un poco en la concesión  y nos dirigimos en seguida a ver el punto en el que acampé con otros amigos en marzo, que no es más que una pequeña colina en el valle colindante con la pista principal que lleva a Sesfontein, pero que tiene unas vistas magníficas y está en una zona en la que los animales, incluídos los leones, son muy abundantes. Un poco menos que en la visita anterior, porque estamos en el final de la época seca, pero igualmente espectacular: springboks, oryx, cebras de montaña, avestruces y steenboks abundan por doquier.

Desde la colina nos dispusimos a buscar guepardos, pues la última vez un guía nos dijo que un guepardo había estado bebiendo en el manantial que hay al pie de esta elevación. Estuvimos un rato dejándonos los ojos en el telescopio intentando descubrir alguno de estos animales, que tan bien se camuflan, sesteando a la sombra de los arbustos. Y mientras tanto, Pedro decidió aliviar la vejiga a unas decenas de metros, siempre sin bajar de la colina. Alberto y yo, que estábamos un poco más alejados, vimos de repente a los demás gesticulando como locos, señalando algo a lo lejos: ¡un guepardo corriendo colina abajo hacia el arroyuelo como alma que lleva el diablo! Evidentemente, el guepardo debía estar oteando en la ladera de la colina tan confiado cuando Pedro se le echó prácticamente encima con las aviesas intenciones de cubrirlo de orina, y el animal se marcó un sprint fulminante para ponerse a salvo de tamaño despropósito. Como tuvo que atravesar una buena porción de campo abierto, pudimos disfrutar unos segundos del ser vivo más rápido de la tierra a pleno rendimiento. Rinoceronte, elefantes y un guepardo: Palmwag es un filón que no defrauda.

Tras dar una vuelta sin localizar al guepardo (pero sí huellas de leones), pasamos la noche tranquilamente en nuestro mirador particular, sin ninguna incidencia destacable, aparte de escuchar el coro de leones a lo lejos (a unos 3-4 km) y un león solitario contestando más cerca, quizás a 1 ó 2 km hacia la carretera. Los leones no vinieron a vernos, y sabemos que en los alrededores hay al menos dos manadas. Es una experiencia cocinar, cenar, dormir  y desayunar en un sitio auténticamente salvaje, sin vallas, sin gente y con nuestras tiendas por todo refugio por la noche.

Al día siguiente, nos dimos unas vueltas por la zona y visitamos el pequeño pero bello cañón del río Aub, donde Iñaki -aka Aquaman-, no pudo resistir la tentación de bañarse y se dio un rápido chapuzón con mucho meneo de culo en pompa para que no le picaran unos insectos acuáticos ávidos de nalgas.

Por la tarde nos dirigimos a la zona donde habíamos oído (y, en la visita anterior, visto también) los leones. Vimos abundantes huellas pero no a los leones. Y más allá, nos topamos con un sorprendente encuentro: una jirafa adulta con una pata trasera raquítica, que se desenvolvía perfectamente en compañía de otras jirafas sanas. El defecto era, aparentemente, de nacimiento, y aun así la jirafa había podido sobrevivir perfectamente a pesar de renquear tremendamente, lo que le hacía andar muy lentamente, en una zona tan seca y con leones (precisamente he visto fotos de estos leones atacando a jirafas adultas en pleno día).

Con la tarde ya empezando a caer, nos enzarzamos en una ardua discusión sobre donde dormir esa noche. Iñaki, como Ulises, quería estar todo lo cerca posible de los reclamos de la manada de leones y yo mantenía la postura de no exponernos tanto. Al final llegamos a una entente aceptable y dormimos en la primera zona donde la acampada está permitida (o recomendada), a unos 2 ó 3 km del centro de actividad de los leones, pero algo refugiados en la base de una ladera, un poco por encima del valle escasamente arbolado por donde transcurre el camino. Palmwag no es Etosha y los leones están menos acostumbrados a la gente, por no hablar de los elefantes… Sé que Iñaki quería más adrenalina, pero creo que para todos los demás la cosa ya estaba suficientemente bien.

Y la adrenalina subió a la mañana siguiente. De nuevo, la llamada de la vejiga deparó nuevas sorpresas. Esta vez le tocó el turno a Iñaki, que subió un poco por la ladera para aliviarse con vistas y al poco comenzó a oír unos extraños gruñidos. Los demás, que no estábamos lejos, también los oímos y nos pusimos a intentar localizar su procedencia. Al principio pensábamos que podían ser elefantes a lo lejos, de forma que el sonido rebotara en la ladera, pero no conseguíamos verlos por ninguna parte. Seguimos avanzando un poco en la dirección de la que provenían los gruñidos y no veíamos nada todavía. Pero los gruñidos iban aumentando según nos acercábamos a ellos. La ladera estaba totalmente pelada y era muy pedregosa, con abundantes recovecos en la roca. 

Ya a unos 200 m de donde venía el sonido, seguíamos viendo sólo rocas, pero estaba claro que algún animal estaba escondido en los recovecos y, dado que no había salido corriendo antes cuando aún estaba a tiempo de huir, y que nos amenazaba con mucha intensidad, dedujimos que probablemente era una hembra con crías defendiendo a su prole. Seguramente un guepardo (lo mismo nos pasó una vez en Purros y el sonido era muy parecido), pero también podría haber sido un leopardo. Así que tras esta interesante conversación a pie de felino cabreado, dimos marcha atrás más o menos en el momento en que la madraza debía estar pensando en darle un acelerón definitivo a la adrenalina de Iñaki.

Para despedirnos con más suavidad, una suricata salió al final de la mañana  a hacernos los honores, para gran alegría de Alberto que profirió en gritos de “suricato-suricato-suricato”, que debió aprender en sus lecciones de japonés o de karate, quizás.

Hora de despedirse de Palmwag para ir a… ¡Etosha!, el plato fuerte de Namibia. Primero atravesamos el precioso Grootberg Pass, un puertecito de montaña con unas vistas tremendas sobre el valle, aunque menos lucidas durante la estación seca. Siempre se ven cebras de montaña en la subida, y un par de águilas de Verreaux (parecidas a nuestras águlas reales, pero negras y blancas) nos dieron unos pases magistrales intentando cazar ardillas o damanes en la misma cuneta de la pista.

Llegamos por la tarde a Okaukuejo, primer campamento de Etosha (esta era mi décima visita, pero no me regalaron nada) y centro neurálgico del parque en esta época del año. Tras una tarde tranquila, visitamos largo y tendido el waterhole por la noche, que nos regaló una buena colección de jirafas y rinocerontes negros bebiendo por la noche. Mientras yo dormía, el resto de los costreros aguantaron el tipo y como premio vieron una hiena marrón ya cerca de medianoche.

Jirafa cerca de Okaukuejo
Al día siguiente visitamos, entre otros waterholes, Oliphantsbad, donde vimos por fin los primeros leones del viaje: un par de machos abrevando en la charca, entre números kudúes, impalas, heartebeest, etc. Como es habitual, después vimos un puñado de enormes elefantes machos bebiendo al mediodía en Newbrownii.

A la hora de comer se nos unió Silvia que llegaba desde Windhoek para pasar el fin de semana con nosotros, y por la tarde nos acercamos a probar suerte con la manada de leones de Okondeka. Sólo una leona hizo acto de presencia (de los 22 leones de la manada), pero aún así mereció la pena, nos pasó cerca del coche y se tumbó a rugir un rato, mientras oryx, jirafas y ñúes desfilaban para beber en la charca. De nuevo, por la noche, espectáculo nocturno en la charca de Okaukuejo que acompañamos, por una vez, con una riquísima cena en el buffet del restaurante (no hay que perderse el filete de eland, una de las mejores carnes del mundo).

Oryx nerviosillo

A la mañana siguiente repetimos Olifantsbad y Nebrownii y algunos otros waterholes sin novedades destacables. Después de comer, Silvia volvió a Windhoek y nosotros seguimos viaje hacia Halali, el siguiente campamento hacia el este. Había un incendio al sur, más allá del parque y el cielo estaba muy gris, lo que unido a la caída del sol produjo unos colores espectaculares:

Manada de ñúes bajo el humo del incendio
 
Junto a la entrada a Halali, descubrimos un pequeño nuevo waterhole en el que los elefantes estaban muy atareados bebiendo. Ya en Halali, nos asomamos al waterhole y, aunque  no apareció el leopardo, vimos otra vez rinocerontes negros y una hiena moteada. El rinoceronte sin orejas del año pasado no lo he vuelto a ver, por cierto.

Rinoceronte negro en Halali

Un día más en Etosha, nos acercamos temprano a Goas, un muy buen waterhole. Como casi siempre, los leones acudieron a la cita: al menos un macho y cuatro hembras. Mostraban  interés en cebras e impalas, pero el viento acababa traicionándolos siempre. Cuando el calor empezó a apretar (y mucho), se refugiaron en las sombras y una de las hembras, probablemente empezando el celo, despertaba mucho interés en el macho, pero al final se limitó a regalarle esta sonrisa al jefe:

Mucho cuidado con lo que haces...
 
Cerca ya de Namutoni, tercer campamento, en el límite este del parque, los elefantes eran cada vez más abundantes y en algunos momentos incluso tuvimos que andar espabilados para que no nos bloquearan el camino. Por un pequeño fallo de coordinación, mientras hacíamos fotos, un elefante nos tuvo que barritar para que nos apartáramos de su recorrido. Ver una mole inmensa por el retrovisor pidiendo paso, aunque sea con toda educación, impresiona.

Unos minutos después, estaba detrás de nuestro coche pidiendo paso.
 
También vimos otro precioso león macho cerca de la orilla de la laguna y llegamos al waterhole de Kalheuwe, donde una hiena moteada nos dio una lección de baño y pose para fotografía. Realmente hacía mucho calor (37ºC a la sombra) y la hiena nos daba envidia. 

Hiena moteada

De Kalheuwel a Chudop y de allí, con el sol casi metiéndose, a hacer la última foto en la charca de Klein Namutoni. Como guinda y complemento de postal, encontramos otro león macho tumbado a la orilla de la charca, dorado por el atardecer.

Una vez en Namutoni nos acordamos de que no habíamos hecho el safari nocturno, así que nos apuntamos a hacerlo, lo que nos dejó tiempo para tomar un bocata rápido y, apenas sin descansar, meternos el camión para pasar otras tres horas buscando bichos. A esto se le llama vicio, y en ocasiones puede acabar con quien lo practica: Inma y Pedro se turnaron para dar ronquidos durante casi el trayecto. Es verdad que el safari nocturno en Namutoni no es tan emocionante como en Okaukuejo, porque aquí los guías se dedican a hacer esperas en dos o tres charcas, mientras que allá se recorre mucho camino y se ven más animales. A pesar de todo, vimos muchas hienas moteadas, jirafas (emparejadas por la noche ya que es la época de amores y parece que de día tienen cosas más importantes que hacer), y buenas manadas de elefantes. 

También bastantes rinocerontes negros, algunos demostrando por fin a Inma, que los tomaba por tortugas con cuernos, que son capaces de correr muy rápido.
Por fin, a dormir y gracias que en el waterhole de Namutoni no se suele ver nada, menos mal.

Hiena madrugadora
 
El último día en Etosha, nos empeñamos en ver un leopardo. Se suele ver bebiendo temprano en Chudop y allí estuvimos esperando cosa de hora y media, para enterarnos a la vuelta de que el muy caprichoso apareció una hora más tarde de nuestra salida de allí. Cosas de las estrellas.

Ñúes
Nos despedimos de Etosha con una buena ojeada a los más pequeños de los antílopes: los dik-dik (de Damara, en este caso), que tienen mucho menos reparos y son animales también dignos de mención, con apenas 5 kg de peso y unos ojazos superlativos.

Dik-dik de Damara

De Etosha nos fuimos hacia el desierto, al sur de Namibia, pasando una noche de descanso en casa en Windhoek para recuperarnos de los codazos y capones que nos dimos mutuamente en Etosha intentando conseguir la mejor posición para fotografiarlo todo. 

Gran Kudú

1 comentario:

Pablo Aransay dijo...

Oh! Qué bonitas fotos! Viva! Luego leo los otros.