lunes, 8 de junio de 2009

Jirafeando


Foto: Silvia Frías Nebra

No muy lejos de Dakar hay una reserva privada de fauna llamada Bandia (www.reservedebandia.com) en la que se están reintroduciendo muchas especies de grandes mamíferos desaparecidos de la mayor parte del país. Algunos de los animales los han traído del lejano Parque Nacional de Niokolo Koba, que es su último reducto en Senegal, y otras de Sudáfrica. Al visitar un sito así siempre tienes la sensación de que "no es auténtico", como si fueras a un safari-park en Europa, pero qué porras, la mayoría son animales de especies y razas autóctonas que han vuelto a su área de distribución de forma artificial, nada más. Así que fuimos para allá a disfrutar un rato del espectáculo, como aperitivo para futuras excursiones.

La reserva está en una zona de savana costera con abundantes acacias y enormes baobabs, protegida por una valla en todo su contorno. Se puede visitar con coche propio (no hace falta 4x4 en la estación seca, que está terminando ahora) o en ruidosos camionazos del propio parque (lo que es peor porque los animales más tímidos se asustan un poco). La entrada es cara, 15 € por persona, y hay que pagar lo mismo por meter el coche y 6 € por los servicios del guía obligatorio. Es una pena que pongan esos precios, que nosotros podemos permitirnos pero que resultan muy altos para la mayoría de los senegaleses que podrían estar interesados en conocer sus propios animales en su hábitat natural. Claro, que Bandia está estratégicamente situada a pocos kilómetros del principal complejo turístico playero de Senegal: Saly-Portudal (dejando aparte la región de Casamance), así que es obvio el público al que quieren captar.

De momento la mayoría de los animales reintroducidos son herbívoros, el único gran predador que hay es el cocodrilo, pero pudimos constatar la presencia de pequeños carnívoros por sus huellas (chacales, gato montés… quizás haya también algún caracal) y de dos especies de monos típicos de espacios abiertos que estaban allí antes que la reserva (mono verde Chlorocebus sabaeus y mono patas Erythrocebus patas).

Entre los antílopes, vimos impalas (Aepyceros melampus), antílopes ruanos (Hippotragus equinus), elands del cabo (Taurotragus oryx, el mayor antílope de África, del tamaño de una vaca; están estudiando la posibilidad de introducir la otra especie de Eland, el de Derby, que es el autóctono en Senegal, pero tendrían que llevarse los que tienen ahora para que no hibriden). Pero se nos escaparon varias especies: kobos (Kobus kob), antílopes acuáticos (K. ellipsiprymnus), grandes kudúes (Tragelaphus strepsiceros), antílope-jeroglífico o bushbuck (T. scriptus) y gacelas (Gazella dama mohrr).

Tampoco conseguimos ver las cebras, pues llevan poco tiempo en la reserva y todavía son muy esquivas. Sí vimos una manada de búfalos senegaleses (Syncerus caffer), pequeños y rojizos, muy diferentes a sus enormes parientes de la savana del este y sur de África.

Además de antílopes y otros bóvidos, hay facóceros o jabalíes verrucosos (Phacochoerus aethiopicus que habían sobrevivido aquí junto a los monos), una pareja de espectaculares rinocerontes blancos de Sudáfrica (Ceratotherium simum), con su pachorra habitual, afortunadamente, y … ¡las protagonistas del día: las jirafas! (Giraffa camelopardalis). Momento emocionante, el encuentro con las jirafas, porque íbamos con la amiga Mercedes, para quien son sus animales favoritos y que sólo las había visto una vez… en el zoo de Madrid. Así que tremendo fue su subidón cuando el guía le dió permiso para bajar del coche y posar entre las gentiles y tolerantes jirafas, que la ignoraron totalmente pero al menos no la echaron a coces, algo es algo. ¡Ya veremos más, Mercedes, no te preocupes!.

La nota fea del día fue ver el comportamiento de los turistas y del propio personal del bar de la reserva, dándole de comer a un mono verde alegremente. Es un espectáculo habitual, pero no por ello nos deja de repudiar. El mono se pasa el día sentado en una valla junto a las mesas del merendero y, en cuanto a alguien le traen cacahuetes con la bebida o un azucarillo para el café, salta a la mesa, atemoriza a los turistas con grandes alharacas y sale pitando a zamparse el botín en la valla. Y así una y otra vez. Con nosotros no coló, le pegamos más bien un buen susto al mono cuando intentó hacernos la gracieta, que a burros no nos gana nadie, pero los camareros no paraban de repetir la secuencia con azucarillos y azucarillos… Muy edificante para todo el mundo, y sorprendente la participación de algunos visitantes a las que se les presupone –muy equivocadamente- un elevado nivel de concienciación en estos asuntos.

Ya sabéis, es mejor para ambos, personas y animales, mantener las distancias. Se evitan sustos, comportamientos peligrosos, enfermedades (por sendos lados) y resulta mucho más interesante ver a un mono haciendo su vida normal que robando azucarillos, además de que es un coñazo tener que estar al quite con el maldito mono. En el fondo, es el mismo problema que está causando tantos quebraderos de cabeza con los jabalíes que desvalijan los cubos de basura en las zonas residenciales del extrarradio de Madrid y que causan un buen número de accidentes de tráfico. Todo empieza con un “ay, qué gracioso es darle de comer a los animalitos” y acaba con problemas para todos. Si queréis darle de comer a algún animal, os recomiendo un perro, y si no, me podéis enviar vuestros jamones de pata negra, que yo también soy un primate hambriento.

1 comentario:

Ricardo y Teresa dijo...

Que gonita foto. Os advierto que me he comprado una camiseta con un baobab y tengo que ponermela en su ambiente....
T y R