Orilla del río Paraguay |
El agua está templada, pero refresca.
Con el calor del principio de la tarde y tras algunas horas de viaje en lancha
motora, teníamos ya ganas de parar para darnos un chapuzón. Nos ponemos las
gafas de bucear para asomarnos al escaparate tranquilo de este brazo lateral
del río Paraguay.
El río se dirige hacia el sur, a
la frontera con el país al que da nombre. Aquí, unos 100 km al norte de
Corumbá, la ciudad más occidental del estado brasileño de Mato Grosso do Sul, el
Paraguay empuja con fuerza en un frente que a veces llega a los 500 m de
anchura. Llevamos todo el día remontándolo hacia el norte, dejando a pocos
kilómetros al este la frontera con Bolivia.
Puede haber caimanes, sí, pero son
yacarés y no atacan a las personas, aunque puedan llegar a sus 2,5 m de largo. No
hay que preocuparse. Inma y yo somos los primeros en bañarnos, cerca de la
orilla. El agua nos llega al pecho. Metemos la cabeza buscando los peces que se
ven desde la superficie. Hay un grupito de seis, de tamaño mediano, que nos
observa con aparente curiosidad. Sí, estoy seguro de conocerlos, los he visto muchas
veces….
—¿Sabes lo que son, no? —le digo.
Inma sonríe: —Sí, ¿doradas, no?
Me da la risa: —¡No, son pirañas!
No es un peligro inminente: se
supone que atacan en aguas turbias, por la noche o cuando hay sangre o mucha
agitación en el agua. Sin embargo Lucas, el piloto de la lancha, dice que lo
normal es que se queden escondidas entre la vegetación subacuática de la
orilla, por lo que mejor nos movemos a otra parte.
Bienvenidos al Pantanal, el
corazón mojado de América del Sur. Es una inmensa zona húmeda interior de
160.000 km2, una extensión igual a un tercio de la España
peninsular, repartida entre Brasil –la mayor parte-, donde estamos, Bolivia y
Paraguay. Silvia, Mateo, Inma, Pedro y yo comenzamos un viaje para conocer esta
región e intentar ver a sus habitantes más famosos: los jaguares.
Seguimos en el Paraguay y ahora
el río bordea los elegantes contrafuertes de la Sierra de Amolar, montañas
contenidas que rompen con tonos verdes y marrones la plana fluvial. Unos
minutos antes de llegar al destino, la lancha zumba junto a una cabeza redonda
que emerge con curiosidad en el centro de la corriente. A nuestro paso, el
oscuro animal se espanta y nada hacia la protección de los nenúfares, pero
ahora son más bien tres cabezas y tres lomos: ¡nutrias gigantes del Amazonas!
Nos echan miradas furibundas y se internan con prisas entre la vegetación
acuática.
Cerca de ese punto, en otro remanso
del río, florecen las enormes rosas crasas de los nenúfares gigantes entre las
hojas de un metro de diámetro que parecen un ejército de elegantes escudos flotantes,
verdes y redondos. Por encima de ellos pasean las jacanas, aves pequeñas de
largas patas y dedos lobulados, caza de insectos sobre la alfombra flotante.
Victoria amazonica |
Al final del día, tras doscientos
kilómetros de navegación, arribamos a Acurizal, la remota estación del Instituto
Homem Pantaneiro, en el límite del Parque Nacional del Pantanal Matogrossense. Nos
acompañan al llegar una piara de pecaríes de mandíbula blanca, comensales de la
estación, y una miríada de mosquitos, ávidos de que les alimentemos. Junto a la
lancha amarrada, hace guardia Romario, un yacaré grande y también acostumbrado
a la gente. Cuando cierra la noche aprieta, una tarántula de abdomen pelirrojo sale
a cazar por los senderos, mientras los zorros cangrejeros merodean por los
alrededores y un gran búho de Virginia observa todo desde la copa de un árbol.
La estación nos acoge durante dos tranquilos días, tras lo que deshacemos
camino y nos dirigimos al Este, en la parte sur del Pantanal.
Pecarí de labios blancos (Tayassu pecari) |
Tres noches después, circulamos
por un camino en un vehículo de safari, junto a otros pasajeros. Hace frío y
nos apretamos en el banco corrido, atentos a los erráticos movimientos del foco
que maneja el guía, sentado en un asiento giratorio sobre la cabina del
todoterreno. Nos hemos alejado mucho de Acurizal, estamos en las cercanías del
pueblo de Miranda y del río del mismo nombre.
El vehículo se detiene de sopetón:
ha aparecido algo en el campo abierto tachonado de termiteros. Es un verdadero galimatías
andante. Mi compañero me mira compungido: ¡no entiendo este bicho! Cuesta un
poco ordenarlo en cabeza cabeza-cuerpo-cola. Tiene una cabeza larga y estrecha
con dos orejas minúsculas, patorras
delanteras y traseras, cola en un arco prolongado y mucho pelo envolviéndolo
todo… pero lo peor es que en su lomo hay otro igual, pero más pequeño, como una
réplica a escala. Es su cría, que la madre transporta sobre su espalda, tumbada
en diagonal sobre ella. Las formas inverosímiles del ensamblaje de tamandúas bandeiras, osos hormigueros
gigantes, nos dejan extasiados. Es una de las especies más esperadas del viaje.
Oso hormiguero gigante (Mirmecophaga tridactyla) |
En esta enorme propiedad–la fazenda San Francisco, de 15.000 ha-, la mitad del terreno es una reserva de fauna y el resto está dedicada a la ganadería y a arrozales. Los dueños lo han hecho de maravilla y la estancia turística que han creado funciona a todo rendimiento, proporcionado muchos puestos de trabajo, buenos beneficios económicos y un feudo seguro para una fauna riquísima y abundante, ¡incluidos todos los depredadores!. Al mismo tiempo, prosigue la actividad agropecuaria que desarrollan desde finales del siglo XIX.
Capibara (Hydrochoerus hydrochaeris) y garrapatero aní (Crotophaga ani) |
Y, aquí, realmente se ven
animales: ciervos del pantanal, capibaras, zorros cangrejeros (lobinhos) y yacarés, son muy abundantes,
pero también ñandúes, diversos loros y guacamayos, monos capuchinos, pecaríes (catetos), innumerables aves acuáticas,
rapaces (también búhos)… y con más suerte –esquiva esta vez, para nosotros-, se
pueden encontrar tapires (antas),
jaguarundis, el rarísimo arará guasú -el
lobo de crin- y muchos otros.
Ciervo del pantanal (Blastocerus dichotomus) |
El todoterreno vuelve a parar: por
el borde de un canal deambula un felino en busca de roedores y pájaros incautos.
Es bellísimo, del tamaño de un lince, con hechuras de pantera estilizada, cola
mediana y un deslumbrante pelaje de manchas anaranjadas con borde negro sobre
fondo claro: ¡un ocelote! Se deja ver durante unos minutos y a continuación se escabulle
con timidez fuera de nuestro alcance. Es impensable ver este animal en
cualquier otro lado, más que por una rarísima casualidad, pero que aquí se ve
con regularidad en los safaris nocturnos.
En San Francisco se distribuye
con mucha organización a los grupos de turistas en diferentes actividades en
torno a la observación de fauna, con un programa establecido de antemano para
cada uno. En los cuatro días que nos quedamos, vamos conociendo a muchos guías,
especialmente a una trabajadora senior llamada
Eliani. Es una mujer madura y recia, de familia de pantaneiros. Se presenta en nuestra primera salida, en la que nos
llevan a un galacho del río Miranda -un coruxo-
a ver algunos animales y a pescar pirañas. Es una salida populachera, en la que
la guía se luce con sus colaboradores. Primero coge uno de los pescados y,
sujetándolo en alto, llama por su nombre a una garza cocoi: ¡Magoriii! El ave,
silvestre pero acostumbrada a esto y ya preparada en su posadero favorito, se
lanza a atrapar el pescado de la mano de la mujer, para asombro de la
asistencia. Después hace lo mismo con una rapaz –un busardo urubutinga, color azabache
llamado “Negro” - y, como plato fuerte final, hace saltar desde el agua a un
yacaré –sin bautizar- para que atrape una de las pirañas que cuelga de una
corta caña. Los vuelos y saltos son muy fotogénicos y emocionantes, pero el
espectáculo no encaja con nuestro estilo de acercarnos a la naturaleza.
Busardo urubitinga (Buteogallus urubitinga) |
Una mañana Eliania nos guía a pie por unas pasarelas de madera sobre la vegetación inundable –varzea- y entre palmeras. Sólo cabemos en fila india y las explicaciones de la guía sólo llegan a los primeros de la línea. Un buen guía tiene que esperar al grupo y procurar que todos oigan lo que cuenta, por lo que no quedamos muy contentos.
Aratinga ñanday (Aratinga nenday) |
Sin embargo, a lo largo de
diferentes salidas comprobamos que, más allá de todo eso, Eliani es una
auténtica apasionada de la naturaleza y disfruta mucho con su trabajo. A Mateo,
mi hijo de 8 años, le coge cariño y se preocupa de que vea los animales y
pesque buenas piezas en el coruxo.
Cuando ve nuestro interés tan intenso por los bichos, se va animando y nos
dedica más atención a todos, enseñándonos fotos de sus avistamientos y buscando
los pájaros más interesantes. Llegamos a un estado de reconocimiento mutuo.
…O eso creíamos. Una tarde le
comentamos que vamos a hacer una saída
privativa (una salida particular, sin más turistas) para probar suerte con
los felinos al amanecer, porque nos parece que las salidas regulares, son muy
tardías. La guía nos intenta disuadir
diciendo que no merece la pena porque los jaguares se ven sobre todo por la
tarde o por la noche. Por supuesto, concluimos no hacer ni caso: el amanecer
ofrece siempre y en todas partes las mejores oportunidades para ver mamíferos,
diga lo que diga Eliani.
Estadísticas de las salidas nocturnas en San Francisco |
Salimos al alba los cinco solos en el todoterreno abierto con nuestra guía, ¡que no es otra que Eliani! No nos lo esperábamos, pero aquí está ella muy dispuesta, incluso se ha traído los prismáticos de las grandes ocasiones, que normalmente no saca de paseo. Salimos por la pista principal, avanzando entre pastizales con vacas –y algunos búfalos acuáticos, que son agresivos frente a los depredadores-, intercalados con charcas y pequeños bosquetes. Todo está tranquilo y las lechuzas vuelven ya a sus cajas-nido. Al cabo de un par de kilómetros, Eliani avista un lobinho en el prado a nuestra izquierda. Son dos zorros, de hecho, que huyen al vernos parar, pero dejan atrás un bulto más grande en el suelo. ¿Qué es eso, qué estarían comiendo? Al mirar por los prismáticos, los ojos casi chocan contra las lentes… ¡Lo que estoy viendo! Sentado detrás de un animal muerto, ¡hay un puma! Lo hemos sorprendido in fraganti y nos mira perplejo, Es inconfundible, pardo y con sus característicos belfos blancos. Al segundo, reacciona y se aleja a grandes zancadas… y detrás de él sale otro más pequeño y aún un tercero. Son una madre y sus dos cachorros ya grandes, de dos tercios de su tamaño, que estaban ocultos por su propia presa. Los tres se internan en un pequeño bosquete al fondo de la pradera, por lo que Eliani decide meterse en ese potrero para buscarlos. Conduciendo campo a través en pos de las onças pardas, no hay bache que la pare. No las vemos de este lado de la arboleda, así que retrocedemos y rodeamos el bosquecillo por el lado contrario para ver si han salido por ahí. Llegamos justo cuando los pumas cruzan el camino y pasan a pocos metros del vehículo. Vemos bien la madre y uno de los cachorrones: esbeltos, con largas patas traseras y pequeñas y estilizadas cabezas. Nos quedamos en éxtasis viendo cómo desaparecen entre la vegetación en unos pocos y atléticos saltos.
Puma (Puma concolor) (foto testimonial) |
La tarde anterior le había preguntado a Eliani si veían pumas a veces: muy de vez en cuando, son muy tímidos. En concreto, no veía uno desde abril (estamos en agosto). Tenemos una suerte inmensa: en las estadísticas de las salidas nocturnas de la fazenda, la frecuencia de aparición del puma es del 2%; en salidas diurnas no hay cifras, pero debe ser aún menos. ¡Viva Eliani! Lógicamente, nadie hace más comentarios sobre qué momento del día es el mejor para salir a buscar animales…
Camión de safari |
En la fazenda los safaris se hacen por la zona agropecuaria: una matriz de campos de cultivo, bosquetes, cañaverales y pastizales, entreverada por numerosos esteros de unos 10 m de anchura. No es el paisaje más atractivo, pero aquí es más fácil ver animales que en el bosque; incluyendo predadores, que tienen buenas oportunidades de caza en los esteros. Como tantas veces, lo que a primera vista es un ambiente alejado de la imagen utópica de la naturaleza, resulta ser un hervidero de vida silvestre.
Conduzca despacio: riesgo de animales en el camino |
De nuevo toca safari nocturno, ahora con una veintena de personas en un camión todoterreno abierto. Después de ver un ocelote y algunos zorros, llegamos a un cruce de caminos y el guía pide completo silencio a partir de ahí porque puede estar cerca la estrella de la fazenda… y de todo El Pantanal. Al avanzar despacio, un olor inconfundible impregna el aire: hedor a bicho muerto. A la izquierda del camino, en un tupido cañaveral a la orilla de un canal, el guía ilumina los restos de un tapir, abierto como una lubina a la espalda. Apenas quedan huesos y pellejos, debieron matarlo hace ya algunos días. Rodamos unos metros más, tumbando a nuestro paso las hierbas crecidas del camino. El corazón se acelera y los ojos siguen fielmente el vaivén del haz de luz entre las cañas. Paramos. El foco de mano está iluminando una mancha naranja-amarillenta, salpicada de negro, semioculta entre las cañas a pocos metros de distancia. Nos levantamos en silencio para agolparnos al lado izquierdo del todoterreno. La mancha se agita un poco y surge despacio una cabeza maciza sobre un cuello fuertemente musculado. El animal está tumbado, mostrándonos el flanco. Se limpia el pelaje del pecho con la lengua, como un gato remolón, intercalando lametones con sentidos bostezos. En cada uno muestra los rotundos colmillos que rompieron el cuello del tapir, ya consumido. Necesita cambiar de postura, debe llevar mucho tiempo inmóvil. Se levanta con parsimonia y podemos ver su cuerpo al completo: rotundo, puro músculo, un tronco macizo sobre patas algo cortas, cola mediana y una cabeza desproporcionada, grande y robusta, con un morro bastante corto, al igual que las orejas. El dibujo de su piel es de una belleza insuperable: un mosaico de rosetones de color marrón anaranjado y con borde negro, con un punto negro central en los de mayor tamaño, todo ello sobre un fondo más claro, cercano al amarillo. Se da la vuelta y se tumba de nuevo, esta vez mirando en nuestra dirección con sus bonitos ojos de color ámbar. Es una mirada tranquila y con un punto de curiosidad; no está alarmado, no tiene nada que temer… al menos en esta finca. Tenemos delante el motivo porque el que hemos venido tan lejos: un macho de onça pintada, ¡un jaguar salvaje! Es un animal tan poderoso en carne y hueso como lo caracterizan casi todas las culturas americanas.
Jaguar macho (Panthera onca) |
Cuando la pantera vuelve a
tumbarse para seguir con su digestión, el vehículo da marcha atrás para salir
del camino. Giramos en perpendicular al canal y a unos 50 metros el foco
ilumina otra cabeza moteada entre una maraña de cañas en una zanja, a poca distancia.
Es una jaguaresa, dedicada a
descansar con la barriga llena, al igual que su pareja. Esta vez el cuerpo
queda oculto por las cañas, sólo vemos que el animal baja y sube la cabeza con frecuencia.
Es difícil verla y más fotografiarla. Además, se diría que no está tan
tranquila como su compañero. Observando con detalle con los prismáticos,
descubro por qué: una zarpa pequeña, de un color más apagado que el de la
hembra, aparece intermitentemente sobre su cara. No puede ser su propio brazo.
Un instante después aparece una cabecita junto a la de la hembra: ¡tiene un
cachorro! La cría está jugando a atrapar la cabeza de la madre y ella se
muestra paciente. Los jaguares no forman manadas, pero aquí tenemos un macho y
una hembra con su cría a pocos metros unos de otros. Quizás sea el macho el
padre de la cría, porque de otro modo él podría haber matado ya a la cría. La
hembra y la cría no cambian de postura y al cabo de unos minutos nos retiramos
para dejarlos tranquilos.
Nos vamos a dormir felices. Hemos venido con el objetivo principal de ver este animal en su medio, y hemos conseguido ver tres gracias al buen hacer de la gente del Pantanal, que sabe que conservar su patrimonio natural es fundamental para preservar también su propio modo de vida.
Quebra-torto (desayuno) pantaneiro |
No era fácil, porque aquí en la parte sur del humedal, a diferencia de lo que sucede en el norte, los jaguares no están habituados a la presencia humana (excepto en la fazenda Caimán). A cambio, en el sur se ven más especies de animales en el norte y, sobre todo, no hay turismo masificado, no se amontonan las barcas en torno a cada jaguar que se deja ver. Ambas cosas están bien, pero cada uno que elija lo que va con él o con ella; nosotros hemos escogido lo difícil… y nos ha gustado mucho.
Ameiva ameiva |
Es la última tarde de campo del viaje. Hemos vuelto a la casilla de salida, a la fazenda donde dormimos el primer día. Paseamos entre las balsas de la piscifactoría que constituye la actividad principal de la finca, viendo pájaros y los últimos yacarés y capibaras. Los impresionantes guacamayos jacinto, de color azul cobalto, sobrevuelan la estancia hacia su dormidero. Sabemos que también en esta misma fazenda una hembra de jaguar se oculta en el bosque que hay tras las construcciones de la granja; es estupendo pensarlo.
Tucán toco (Ramphastos toco) |
Llegamos a la última balsa, junto
a la linde de un bosquete que queda un poco más abajo, al pie de un terraplén.
Algo me hace parar en seco: hay un mamífero pequeño y casi negro entre los
árboles, que se ha detenido al verme aparecer; se sienta, intentando pasar
inadvertido. Al moverme para colocarme los prismáticos, huye. Carece prácticamente
de cola y tiene unas almohadillas plantares claras, con varios dedos, como un felino
o un cánido, pero no consigo verle bien la cabeza antes de que desaparezca en
el bosque como un fantasma. Los demás también lo han visto y tienen más o menos
las mismas impresiones. Por la forma en que ha reaccionado y se ha movido, es
seguro que era un carnívoro y no un agutí ni una paca. El color tampoco encaja
con estos. Una tayra no podía ser por la ausencia de cola y tampoco corría como
un mustélido. Era algo más pequeño que un zorro y más oscuro, desde luego.
Tengo una sospecha… pero me parece una idea muy descabellada, ¡no puede ser!
Hablo con Eidinho, el vaquero que
atiende a los huéspedes en la fazenda y
que, por una enorme casualidad, es hermano de Eliani, la guía de San Francisco.
Le cuento lo que hemos visto y juntos repasamos qué animal podía ser, pero no
le menciono el que en realidad creo que es para evitar sugestionarlo o que me
dé la razón sin más. Cuando ya hemos descartado todas las especies más comunes,
Eidinho comenta:
—Pode ser também o cachorro vinagre…
—¿Cachorro vinagre? —. Ese es el nombre brasileiro del perro del
Amazonas.
—Pero ese es un animal rarísimo, ¿no?, que vive en el corazón del
Amazonas principalmente.
—Sim, mas aqui os vemos às vezes.
—¿Pero viven en manada, no? Era un ejemplar solo.
—Não, aqui vemos apenas um ou dois.
Busco el perro del Amazonas en la base de datos de inaturalist. El mapa me muestra un par de citas justo a unos 100 km al norte de donde estamos… Y eso es lo que creo que era. No daré la cita porque no estoy seguro al cien por cien, ni tengo pruebas, pero estoy convencido de que hemos visto fugazmente un animal del que no había ni siquiera vídeos en libertad hace 25 años.
El viaje termina. De vuelta en
Campo Grande, la capital de Mato Grosso do Sul, sale a despedirnos una pareja
de guacamayos azuliamarillos sobre la avenida que lleva al aeropuerto. Brasil
es un inmenso tesoro natural. Queda mucho por ver.
Armadillo de seis bandas (Euphractus sixcinctus) |
Homo viator, para servirles |
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