miércoles, 28 de marzo de 2012

Cien años y cuatro días de soledad

Anochecer en las cercanías de Homeb, desierto del Namib



Últimamente he hecho dos viajes un poquito largos por Namibia. El primero en solitario, a la parte central del desierto del Namib, entre Windhoek y la costa. Allí hay varias zonas básicas de acampada en las que uno puede quedarse previo pago de unas pequeñas tasas. Las instalaciones son básicas: un lugar para hacer fuego, una mesa rudimentaria y una letrina. Lo demás es superlativo: acampar en una de las zonas más solitarias del mundo, rodeado de kilómetros y kilómetros de paisajes sobrecogedores ocupados sólo por las criaturas del desierto y con Cien años de soledad a mano.

La primera noche la pasé en Homeb, una zona de acampada en un lugar marcado por la confluencia del pre-desierto y el desierto puro de dunas de arena, separados por un río seco (el Kuiseb) que sustenta un gran bosque de galería. En Homeb, sin embargo, hay un pequeño asentamiento humano de “topnaar” que poseen allí abundantes burros, vacas, cabras y caballos. Es un buen principio para adentrarse en el Namib, con sombra abundante, agua y un mínimo de presencia humana. La confluencia de tres ecosistemas diferentes del Namib en esta zona tiene muchísimo interés científico y por eso el centro de investigación del Namib (Gobabeb) se encuentra situado a unos 20 km al oeste de Homeb a lo largo del mismo río.

 Bosque ripario en Homeb
 
Sin embargo, no me apetecía mucho ver a nadie, ni siquiera a los burros, y después de pasearme por las dunas, por el río y por las gargantas rocosas, me fui de allí al día siguiente en pos de un sitio más solitario. A unos 30 ó 40 km al noreste encontré precisamente lo que buscaba: la zona de acampada de Mirabib. Consiste en varias plazas de camping en la base de un gran koppie (un roquedo granítico aislado y de gran tamaño) y tuve la suerte de tenerlo enterito para mí solo. Desde lo alto del koppie, a unos 50 m sobre el suelo, hay una vista panorámica de 40 km en la redonda en los que no hay absolutamente nada más que pastizales, arena y otros koppies. Ni un ruido, ni un tendido eléctrico, ni un avión surcando el cielo, ni un coche en lontananza, absolutamente n-a-d-a. 

 Amanecer desde lo alto del koppie de Mirabib, desierto del Namib

Sólo me rodeaban antílopes del desierto (los preciosos oryx del sur de África), cebras de montaña, facóceros y los ubicuos springboks (un tipo de gacela) en los pastizales que se extienden hasta que la vista se pierde. En el koppie otros habitantes se dejan ver con más dificultad: conejos de roca, damanes, ratas-damanes, cernícalos… Y a la mañana siguiente un único compañero se arrimó al amanecer a mi vera: un zorro de El Cabo pedigüeño al que otros visitantes han debido malacostumbrar dándole comida, igual que en tantos otros sitios del mundo.

Zorro de El Cabo rebotado porque no le he dado nada de comer

Picado por la curiosidad de conocer sitios nuevos, me marché de nuevo a buscar otro campamento. Yendo hacia el norte los pastizales cobran brío y la fauna es más abundante: muchos oryx, cebras, avestruces y springboks se congregan en torno a Ganab, una zona de acampada establecida bajo la sombra de una línea de acacias batida por el viento. En las cercanías ví la primera suricata desde que vivo aquí, no sé qué manía me han cogido estos animales… 

  Suricata

Ganab es un sitio menos aislado, está a unos 3 km de una pista principal entre Windhoek y la costa por la que pasa algún coche de vez en cuando. Aún así, tuve de nuevo el campamento para mí solo, y me solacé largamente con la presencia de montones de animales, incluyendo uno bastante difícil de ver: un proteles o aardwolf, que es una pequeña hiena rayada que se alimenta de termitas y que aquí parece bastante desinhibida, pues se paseó por delante de mis narices al anochecer sin parecer importarle mucho mi presencia.

Aunque no hay leones en esta zona del Namib, sí que hay hienas manchadas que son potencialmente peligrosas. Por eso conviene –y siempre  que no se sepa que hay en los alrededores- dormir en una tienda de campaña cerrada. Dicho esto, en las tres noches no oí hienas ni por asomo y no encontré ningún indicio de que se hubieran acercado a mi tienda en busca de restos de comida, como pasa en otros sitios en África. Otra razón para no dormir al raso, por muy bonito que sea, es la abundancia de serpientes venenosas y de escorpiones, que aunque son animales pacíficos pero que pueden darte un susto.

1 comentario:

Yoya Fernández dijo...

Ay madre, no sé cuál me ha dado más miedo, si el último post o este... Ja, ja.