sábado, 3 de septiembre de 2011

¡Tucán, sale!


[Algunas impresiones de Ecuador, 2008]

Obediente, al segundo de la orden, una cabezota de colores con un pico enorme asoma de lado, expectante, por el agujero del árbol.

-       Ahí está el agujero del tucán, esperen a que le llame para que lo vean.
-       ¿Cómo, que ahí vive un Tucán y usted lo va a llamar?
-       Sí, claro… ¡tucán, sale!

Y sí, el tucán sale cuantas veces haga falta porque está muy bien mandado.

La mañana también asoma, desenredándose entre las nieblas del bosque de Mindo mientras se pasea de una a otra ladera pintando de verde los árboles imposibles, de marrón los terroncitos de la tierra modesta que todo lo sujeta, de gris el arroyo rugiente y de plata de los charquitos en los que se tumbó la lluvia ayer. No caben más verdes, más árboles, en esta frondosidad húmeda. De sopetón, el arco iris se destila en cada rama en un desfile asombroso de plumas: tangaras azules con reflejos metálicos, verdes iridiscentes, flamígeras, amarillas y negras; pardas pavas balanceándose a treinta metros del suelo, colibríes zumbones azules y blanquinegros flechando las flores, loros violetas coronando las alturas, enormes pájaros carpinteros de negra librea y cocorota encarnada, oropéndolas desmedidas y doradas… Aquí, en el ecuatoriano Mindo, los fogonazos del arco iris y la flora fecunda han procreado más de cuatrocientas especies de pájaros, la prole de aves más extensa de entre todos los bosques del planeta.

En una ladera de la solana con algunas rocas escondidas por los árboles, un elenco de pájaros naranjas, del tamaño de una tórtola, se afanan en torno a la solitaria mozuela que se ha dignado a visitar el escaparate de machos vocingleros. El bosque se inunda con los gritos estrambóticos de los gallitos de roca que van paseando de rama en rama sus copetes de naranja galáctico en forma de rodaja de fruta. Ellos, tan exquisitos, compensan tanta pluma extravagante portando por detrás una librea de negro azabache y blanco purísimo, perfecta para el recital.

“Pájaro a pájaro, conocí la tierra” …aquí, en Mindo, Neruda habría rematado su magisterio.

            Y después, como un martín pescador, se habría zambullido de cabeza en la naturaleza desmesurada: la Amazonía. Llueve sobre la plataforma de madera que el ceibo sujeta, paciente, a cuarenta metros de altura sobre el suelo y no tan lejos de los guacamayos amarillos y azules que reman en el cielo plomizo. Abajo, el agua mece la espesura, adornándose con una cohorte de caimanes negros y pirañas que la guardan a todas horas. Junto al camino, el tapir ha señalado su deambular de anoche en el barro. Los hoatzines, unas aves que todavía se ufanan de su ascendencia reptiliana, se cuelgan de las ramas bajas para beber largo y tendido. Y cuando parece imposible que llueva más, llueve el triple. No todo es lo que parece: esa hoja es una rana, aquella otra, una mariposa, y esa rama tronchada es un pájaro que se hace el dormido, un nictídeo que vigila con el rabillo del ojo. Dentro de esta ramita, hay unas minúsculas hormigas con sabor a limón. Allí arriba, los monos aulladores pelirrojos nos miran con desdén, y en el hueco de ese árbol, sus primos nocturnos asoman sus caras estupefactas por tanto ajetreo. Y aquí mismo, bajo nuestra cabaña, dormita una anaconda jovenzuela, mientras en alguna parte, el jaguar se divierte observando a los delfines saltar en el lagunazo.

Yo, poeta,
Popular, provinciano, pajarero,
Fui por el mundo buscando la vida:
Pájaro a pájaro conocí la tierra:
Reconocí donde volaba el fuego:
La precipitación de la energía
Y mi desinterés quedó premiado
Porque aunque nadie me pagó por eso
Recibí aquellas alas en el alma
Y la inmovilidad no me detuvo.

Pablo Neruda

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