miércoles, 9 de mayo de 2012

The wild, wild East! (Khaudum y Mahango)


Lechwes
En Namibia hay muchos parques nacionales, pero sólo uno hace resoplar a los aguerridos viajeros y biólogos del país cuando se les menciona: el Khaudum.Y eso porque está en una zona muy remota, en el noreste del país y de la región que se conocía como Bushmanland (la tierra de los bosquimanos, en pleno “desierto” del Kalahari), se accede y circula en él por difíciles caminos de arena profunda y las instalaciones para los visitantes están supuestamente  abandonadas desde hace años. El suministro de combustible en los alrededores del parque es muy irregular (hay que llevar dos bidones y dos ruedas de repuesto por coche) y no se puede entrar en el Khaudum con un sólo coche por si hay problemas. Por no haber, puede no haber ni siquiera agua para beber y también hay que llevarla en el coche por si acaso.

A cambio, es el único parque namibio con presencia regular de licaones (el perro salvaje africano o perro pintado, Lycao pictus, que por todos estos nombres se conoce), tiene una población de elefantes que llega a veces a los 3000 ejemplares y también alberga antílopes sable y ruanos, especies relativamente raras en este país, además de muchos otros animales comunes en Namibia (leones, leopardos, oríces, jirafas, etc.).

¿Qué más se puede pedir? Aprovechando unas fiestas nacionales, nos hemos juntado una partida de amigos en un par de coches y nos hemos ido a comprobar si el Khaudum es tan fiero como lo pintan. Con los coches cargados hasta los topes de comida, agua, gasolina, ruedas y siete aguerridos exploradores, nos llegamos hasta Tsumkwe, la población más cercana al Khaudum, para comprobar que, efectivamente, la gasolinera está completamente seca. Venimos preparados para esta eventualidad, pero nos entran los nervios y solicitamos al tercer coche que se va a juntar con nosotros al día siguiente, que nos traiga más combustible por si acaso. 


Ver Khaudum y Mahango en un mapa más grande


Por fin, nos adentramos en el campo para recorrer los 60 kilómetros hasta la puerta del parque. No hay ningún cartel indicando la dirección, por cierto. Todo marcha sobre ruedas hasta que llegamos a los primeros tramos de arena profunda. El coche de nuestro amigo Samuel, un Suzuki Vitara, no consigue salvar el obstáculo porque va realmente muy cargado y tenemos que parar tres veces en una hora a remolcarlo. Ahí se evaporan nuestras esperanzas de poder atravesar el Khaudum de sur a norte para salir a la carretera principal del Caprivi al otro lado del parque. Son unos 200 km en total solamente, pero por lo que sabemos pueden llevar unas 14 horas, y lo más difícil está al final.

¿Qué hace un Vitara en un sitio así? Bueno, nos hemos atrevido a venir con ese coche (en vez de alquilar un 4x4 más grande y más alto) porque nuestros amigos Carmen y Alberto (¡olé los valientes!) hicieron la proeza de atravesar el Khaudum en solitario con un coche igual. Eso sí, quemaron el embrague y tuvieron que hacer tropecientos kilómetros en segunda hasta la ciudad más próxima, pero eso es un detallito sin importancia. Suerte que no se quedaron tirados y que no tuvieron encontronazos con elefantes.

Pero conseguimos llegar a la entrada del parque con gran alegría para todos. ¿Todos? Habíamos avisado a los guardas de nuestra visita, pero en la puerta del parque no hay nadie ni nada más que carteles y calaveras de animales. 

Llegada a Khaudum. De izda. a dcha.: David, Silvia, Min, servidor y África (foto robada de facebook con permiso de Alba, ¿no?).
Seguimos hasta el primero de los dos campamentos, el de Sikereti, donde se supone que residen algunos guardas: nadie en absoluto y la oficina, cerrada. ¿Se los habrán comido los leones a todos? Nos instalamos en la zona de acampada, también desierta y sin vallar, y comprobamos que sí hay baños, que están bien y que tienen agua corriente. Así que tiene que haber alguien por aquí. También vemos que están construyendo nuevas instalaciones en el camping.

Ya con los coches descargados, nos vamos a visitar el waterhole más cercano, a unos 10 km. Ahora el Vitara no tiene problemas con la arena, afortunadamente.El waterhole está en un claro amplio del bosque y hay un observatorio elevado desde el que observarlo. Los primeros animales, después de los kudúes que nos hemos cruzado, se acercan a darnos la bienvenida: oríces, un antílope ruano, facóceros y un elefante solitario. Un par de hienas moteadas llaman desde su guarida subterránea, pero no asoman el hocico mientras estamos allí. Con las últimas luces volvemos al campamento de Sikereti.

A la mañana siguiente nos toca un premio gordo nada más salir de Sikereti al amanecer: un bicho está parado en el camino. En la penumbra, es difícil saber qué es: ¿una liebre, un gato montés? Un vistazo con los prismáticos despeja las dudas: ¡es un caracal! El pariente africano del lince, un animal muy difícil de ver (el tercero en mi caso). Un caracal muy pequeñajo en este caso, pero igualmente espectacular. Se queda mirándonos unos segundos sin saber qué hacer hasta que decide volver a internarse en el bosque. ¡Empezamos bien!

En el waterhole de ayer hay algo más de animación, aunque se nota que todavía hay mucha agua por los alrededores y la cantidad de animales que vemos es pequeña. Pero hoy aparece también un chacal y, bien entrada la mañana, una pareja de rateles o tejones melíferos, otro animal que raramente se ve.

Damos una vuelta hasta el siguiente waterhole y por el camino vemos varios elefantes y jirafas, steenboks, kudúes, etc. 

(No hace falta poner qué es, ¿no?)
De vuelta en Sikereti la oficina está abierta y por fin vemos a los guardas. No nos pueden cobrar la estancia porque no tienen recibos, y nos informan de que los licaones suelen venir a beber al waterhole al amanecer. ¡Ah, pues hemos estado esta mañana y no los hemos visto! Y resulta que el waterhole no es ése, si no un pequeño abrevadero, casi ridículo, muy cercano a la zona de acampada. Cosas veredes… Les preguntamos también si el Vitara podría o no cruzar el parque hasta la carretera del norte… y la respuesta es un no tajante, ni siquiera podría llegar al campamento del norte del parque, a 80 km de aquí. Bueno es saberlo.

Nos quedamos dos noches más en Sikereti, pero la atmósfera de pioneros se esfuma con la llegada a cuentagotas de otros coches y de un convoy de quads, con un macarra de pistola al cinto incluido. También nos cruzamos con un convoy de 4x4 que han atravesado el parque de norte a sur y nos recomiendan que no lo hagamos porque es muy lento, pesado y complicado. Y eso que son afrikaners, más duros que una piedra.

En los días siguientes vemos más elefantes y más ruanos, pero los licaones no quieren saber nada de nosotros y nos vamos sin verlos. En conclusión, llegar a Sikereti no es nada difícil para un coche grandote con reservas de combustible, hay agua y no hay necesidad de internarse más en el parque porque la zona con más animales es la del sur. La próxima vez esperaremos a que la estación seca esté más avanzada para venir y ver más animales.

Otro de esos, un poco mosca porque está viendo los coches al pie del hide.
El cambio de plan, no atravesar el Khaudum si no dar marcha atrás para llegar al siguiente destino (P.N. de Mahango), en el extremo nororiental de Namibia, nos hace dar un pequeño rodeo… ¡de 700 km! Parece mucho, pero en tiempo es menos que nuestro plan inicial, así que ni cortos ni perezosos nos despachamos el largo trayecto en un solo día para llegar a dormir al camping de Popa Falls, ya en la puerta del Caprivi y del Okavango, en el norte tropical.

Popa Falls, en el río Kavango que poco más adelante se expande en mil ramificaciones en el delta del mismo nombre en Botswana, no son más que unos rápidos de moderado interés paisajístico. Lo bueno es que ya estamos en zona tropical donde hay muchas más especies de pájaros y mucha más agua y verdaderos bosques (en teoría, al menos) que en el resto del país.

Muy emocionado, me levanto antes del amanecer para ver pájaros en el camping, a unos metros de los rápidos. Hago un primer intento de adentrarme en una islita del río por una pequeña pasarela, pero la posibilidad de que haya hipopótamos todavía pastando fuera del agua (lo que hacen por las noches), me hace darme la vuelta. Al cabo de un rato, cuando ya se ve algo, sí que me meto en la frondosa islita con mucha cautela, y al cabo de cien metros me topo con excrementos frescos de hipopótamo y oigo ruiditos en la espesura, así que me doy la vuelta de nuevo. Pruebo en otra islita, menos tupida, y aquí lo que me encuentro es un rastro de cocodrilo, que tampoco es moco de pavo encontrárselo. Por fin, me rindo al sentido común y me acerco a ver los rápidos por el camino principal, libre de animales. Un pescador que lleva allí un rato me dice que ha visto salir un hipopótamo de la primera islita que he visitado unos minutos antes… He hecho bien en largarme. Después, ya casi seguro de que no quedará ningún bichejo en la islita, me vuelvo a meter y veo huellas de hipopótamos por todas partes, y una rata de caña de pantano (traducción literal de Swamp Cane Rat), ¡un pedazo de rata de 8 kg de peso!

Cocodrilo del Nilo
Aquí nos separamos y unos nos vamos al Parque Nacional de Mahango y otros siguen más al este, internándose en el Caprivi. Nos instalamos en un nuevo camping a la orilla del río Kavango, en una zona habitada pero aún así bonita y a pocos minutos de la entrada del parque. Durante los dos días siguientes nos dedicamos a visitar el parque por las mañanas y por las tardes, y también damos un paseo en barco por el río, que aquí debe tener sus buenos 200 m de ancho. El sitio es menos salvaje de lo que esperaba, hay mucha gente en los alrededores, cultivos, etc., y está prohibida la entrada de barcos en el parque nacional, pero aún así se ven bastantes pájaros e incluso algunos hipopótamos, búfalos, elefantes y nutrias en el río fuera del parque (la orilla de enfrente también está protegida, es un parque diferente al Mahango). Por las noches, los hipopótamos chapotean en la orilla del río a pocos metros de nuestras tiendas, y desde el otro lado del río oímos leones rugiendo.

Lechwe hembra en Mahango

Mahango es un parque muy pequeñito en la frontera con Botswana, la antesala del delta del Okavango (el Okavango o Kavango es un río que nace en Angola, pasa por Namibia y tiene la loca idea de ir a desembocar al borde del desierto del Kalahari en un delta interior enorme, sin ninguna salida al mar ni a otros ríos grandes). Tiene una parte de ribera (apenas 16 km de recorrido) que se asemeja mucho a una versión reducida del brutal parque de Chobe en Botswana. Se ven, como ya he comentado, elefantes, búfalos, cocodrilos y especies de antílopes propias de humedales – como el lechwe rojo- e incluso hay sitatungas, otra especie casi completamente acuática. Como no se les ha ocurrido poner una torre para observar lo que pasa entre los papiros que cubren las orillas del río, no hay quien vea los sitatungas sin embargo. No sé a qué esperan para hacerlo.

Río Kavango con búfalo al fondo
Estos días los impalas están en celo y abundan los machos hormonados que se enzarzan en espectaculares peleas a cornadas. El vencedor acaba persiguiendo al galope al vencido, pero en seguida aparece otro macho –también verraco perdido- a cantarle las cuarenta.

Impalas repartiendo cera

Mahango es también el lugar de Namibia con más especies de pájaros, con algo más de 400 (mientras que en toda Namibia hay 700 y pico). Muchos de ellos no están en el resto del país, pero sí en Botswana y Zimbabue. De los más espectaculares, este alcaudón de pecho rojo.

Alcaudón de pecho rojo (Laniarius atroccineus)
Lástima que no haya tampoco ningún hide/observatorio apropiado para ver pájaros. He hecho estas y otras sugerencias a Parques Nacionales a ver si para la próxima lo tienen todo bien dispuesto.

Y como no había observatorio pero sí un área de pic-nic marcada en el mapa, allí que fuimos a desayunar. El área resultó ser un clarito entre el bosque de ribera, muy cerca de la orilla del río y sin ninguna valla, ni mesa, ni nada. Un sitio adecuado para parar y bajar con cuidado, comerse un emparedado y largarse antes de que aparezca algún bicharraco. En nuestro caso, eso se convirtió en un brunch de una hora, con tostas de huevo revuelto y bacon cocinados allí mismo con un infiernillo de gas, para gran regocijo de un par de grupos de turistas que pasaron por allí. Cuando nos ponemos, nos ponemos…

El viaje al salvaje, salvaje Este acabó con un salvaje, salvaje reventón de una rueda de nuestro coche ya volviendo, a 120 km/h, que quedó en un susto tremendo por suerte. La rueda quedó destrozada pero Silvia tuvo la pericia de controlar el coche y pudimos parar sin ningún daño. Bien está lo que bien acaba.
Grupo de Lechwes

Lista de mamíferos vistos (y oídos) [K: Khaudum; MP:Mahango/Popa Falls]


K
MP

K
MP
Babuino

X
Jirafa
X
X
Cercopiteco (mono verde)

X
Búfalo

X
Liebre de matorral
X

Bushbuk

X
Ardilla terrestre
X

Kudú
X
X
Ardilla arbórea
X

Duiker común

X
Rata de caña acuática

X
Steenbok
X
X
Chacal de lomo plateado
X

Lechwe

X
Ratel o tejon melífero
X

Impala

X
Nutria de cuello moteado

X
Tsessebe

X
Mangosta rayada
X

Ñú
X
X
Mangosta esbelta
X

Antílope ruano
X
X
Caracal
X

Antílope sable

X
Elefante
X
X
Oryx
X

Cebra de Burchell

X
(León)

X
Hipopótamo

X
(Hiena moteada)
X

Facócero
X
X




sábado, 21 de abril de 2012

Etosha VIII




Nota: todas las fotos pueden verse en grande aquí.

Ahora que la temporada de lluvias casi ha pasado completamente en Namibia, me he escapado cinco días a Etosha yo solo. Es mi primera visita de este año, la octava en total y la primera desde diciembre. Espero que este año le sigan muchas más.

2012, a diferencia del pasado, está siendo un año relativamente seco y en Etosha se nota mucho la diferencia. Primero porque el paisaje está más amarillento que el año pasado y segundo porque la laguna de Etosha (“pan”) tiene poco agua. Eso no será muy bueno para la fauna, pero sí para los visitantes porque en la época seca, que está a punto de empezar, la concentración de animales en los puntos de agua (los famosos “waterholes”) va a ser espectacular.

Ya, de hecho, se ven algunos elefantes y rinocerontes en el waterhole de Okaukuejo, cosa que el año pasado a estas alturas no pasaba. Y también se ven algunos elefantes en la zona de Namutoni.

Empecé la visita por ese punto, Namutoni, que es el campamento más oriental (los campamentos de Etosha tienen camping, bungalows, restaurante, tienda, gasolinera, piscina y waterhole iluminado por la noche. También tienen un libro de registro de los avistamientos de animales más interesantes que siempre hay que consultar). Tras una corta primera tarde viendo jirafas, que abundan en esa zona, y una noche con orquestación de leones rugiendo, me encaminé (es un decir, porque no puedes bajar del coche ni mucho menos caminar en Etosha) al waterhole de Chudop con la esperanza de ver un leopardo que lo frecuenta al amanecer. Pero este rinoceronte negro (o rinoceronta, no lo sé), me entretuvo un buen rato en el camino.

Rinoceronte negro



Los rinocerontes negros han proliferado mucho en Namibia en los últimos años y ahora se ven con frecuencia en Etosha (y en la época seca, muchísimo en los waterholes por la noche). Cuando visité Etosha por primera vez en 1997 eran casi una rareza. Comen principalmente arbustos y, por cierto, lo hacen muy ruidosamente. Este estuvo un buen rato a mi lado tan tranquilo y luego cruzó la pista por detrás de mi coche y siguió su camino. Era la primera vez que tenía un rinoceronte negro tan cerca y que no saliera corriendo asustado, ¡muy emocionante!

Con este trajín, llegué a Chudop un poco tarde y me enteré por otras personas (obviamente) de que el leopardo ya se había ido.

Pero no pasa nada, hagas lo que hagas en Etosha siempre ves un montón de animales. Estos dos cachorros de mangosta rayada (Mungos mungo), estaban con el resto de su extensa familia al borde de la pista. En Namutoni andan todo el día por el campamento. El último día, cuando salía de Etosha ya, me topé otra familia de ellas agrupada en el centro de la carretera, todas de pie y mirando al monstruo ruidoso que se acercaba hacia ellas. Salieron corriendo antes de que pudiera fotografiarlas, una pena porque habría sido una foto espectacular. 

Mangostas rayadas
Después de una larga mañana buscando elefantes en las planicies de Namutoni, ya de vuelta al campamento y a menos de 5 km de él, me topé con tres elefantes machos. Uno de ellos estaba dándose un bañito en una pequeña charca, con evidente gustito por el chapuzón. 

A remojo
Al poco, otro gran elefante macho estuvo andando media hora delante de mi coche hasta que también se paró en una charquita a refrescarse. Es muy gracioso ver a un animal tan grande, más bien inmenso, agacharse delicadamente para meter primero el trasero en el agua, y después pegarse una buena rociada con la trompa. Después del baño, siguió su camino muy satisfecho, sacudiendo la cabezota de un lado a otro como un perro contento.



Entre rinocerontes y elefantes, los “curritos” de Etosha se dejan ver por todas partes. Estos son los animales más abundantes: cebras, avestruces, oríces, ñúes y springboks (un tipo, más o menos, de gacela). Hay miles y se ven casi constantemente, pero cuando alguien te pregunta si has visto algo, dices que no, pensando en leones, elefantes, guepardos, leopardos, etc., como si los pobres “curritos” fueran invisibles.


La segunda y la tercera noche las pasé en Halali, el campamento central del parque. La segunda mañana amaneció lluviosa y grisácea, y no veía casi ningún animal. Hasta que paré un momento a aliviar la vejiga rápidamente en un llano con muy buena visibilidad. Frente a mí, salida de no sé dónde, una hiena moteada recorría la llanura de vuelta a su cubil, donde pasaría el día durmiendo. Cuando llegó a las estribaciones de la laguna se reunió con otra hiena y se perdieron entre los taludes. Las hienas deben ser muy abundantes, pero no sé por qué ahora se dejan ver poco.


Tras toda una mañana de relativa mala suerte, porque no apareció ninguna estrella más, me dirigí al waterhole de Noamses, y a los cinco minutos apareció este precioso león macho, poco más que un cachorro grandote, con un par de coches detrás que lo habían seguido durante un cuarto de hora por la pista. El león decidió que ya se había exhibido bastante y fue a echarse entre los arbustos fuera de nuestra vista.

León


Por la noche, en Halali, tenía la esperanza de ver un leopardo que suele ir a beber al atardecer al waterhole, pero no apareció, ni ningún otro animal.

Al día siguiente, tras unas vueltas por los waterholes de Rietfontein, Salvadora, Charitsaub y Suaeda, zona buena para guepardos, me fui a consolarme de no haberlos encontrado al waterhole de Homob, que suele dar muchas alegrías. Efectivamente, nada más llegar ví una manada de seis leones (tres hembras y tres machos jóvenes) al borde del agua. Era todavía muy temprano y los leones debían haber estado bebiendo y ahora estaban descansando en la orilla. 

Leona
Al otro lado, cientos de cebras iban abrevando, con esporádicos ataques de pánico cuando el viento les traía el olor de los leones tan cercanos (supongo).
Cebras de Burchell
Uno de los leones machos hizo un amago de acercamiento sibilino a un springbok que se le acercó bastante, como se puede ver en la foto, pero todo quedó en eso y el springbok se salvó. Las leonas fueron retirándose muy pronto a la sombra de los arbustos, muy cerca de los coches que estábamos allí. Un poco después fue un ñú el que se acercó demasiado a la manada con gran interés de los leones, pero también se dio cuenta del peligro, pegó un bote espectacular y se escapó.

León al acecho


Run for your life

Como veía a los leones interesados en comer (de hecho, siempre lo están, pero esta vez se les veía más atentos que otras), decidí quedarme a ver qué pasaba. Y así, esperando, se pasaron ocho horas de reloj (vale, fui al baño pero tardé quince minutos en ir y volver…). Era algo que siempre quería hacer, pasarme un día observando una manada de leones. Porque al final, siempre te entra el prurito de qué podría estar viendo ahora mismo si siguiera mi camino en vez de echar más tiempo viendo a estos leones que no están haciendo nada, y acabas marchándote, claro. Pero esta vez me quedé, con la esperanza de ver los leones cazando (Homob es muy buen sito para ello)… y no me comí un colín. Prácticamente no se movieron en todo el día, sólo para ir de una sombra a otra, mediando muchos saluditos entre ellos y muchas posturas indignas de tan fausta fiera, pero lo que se dice acción, nada de nada. 




Eso sí, lo pasé muy bien viendo al resto de los animales venir a abrevar, incluyendo un rinoceronte negro. Y también me molesté bastante con un par de familias de afrikaners ruidosos y maleducados, que treparon a los techos de sus coches y casi ponen en fuga a los leones. Cuando vayáis a un parque nacional sed un poco considerados y no hagáis estas cosas, por favor, asustan a los animales. Y cuando la tarde caía, que es cuando quizás podría ver algo, tuve que volverme al campamento que está a 40 km de allí.

De camino a Okaukuejo, el tercer campamento, paré en Newbrownii, que es otro waterhole frecuentado por leones y elefantes. No los ví allí, pero la luz era preciosa y pude fotografiar a placer estas cebras (cabecera) y este chacal. Por cierto, que el chacal bebió agua, empezó a caminar y se paró para expulsar una sonora ventosidad con evidente regocijo, estirando todo su cuerpo mientras lo hacía. Será pueril contarlo, pero el caso es que nunca había visto un animal ventoseando tan conscientemente. Los chacales, como los zorros en Europa, son muy abundantes y los depredadores que más se ven en Etosha, incluyendo el interior de los campamentos.

Chacal de lomo plateado
Okaukuejo es el campamento más agradable y tiene un waterhole que es la mayor atracción del parque y del país. En época seca es un hervidero de herbívoros por el día y por la noche ofrece un desfile impresionante de leones, elefantes, rinocerontes y a veces bichos más raros. Como todavía no es época seca, no esperaba ver mucho, por no decir nada, pero la sequedad de este año cambia las cosas, y a los pocos minutos de esperar aparecieron dos elefantes machos, seguidos un rato después por cuatro rinocerontes negros. Okaukuejo es, literalmente, una animalada. Me fui a la cama muy feliz, con los leones rugiendo de fondo.

Rinocerontes negros: madre y cría mayor

El último día lo pasé recorriendo la zona al norte y al noroeste de Okaukuejo. Primero fui al waterhole de Okondeka, donde había leído que hay una gran manada de leones que nunca había visto (aunque creo que sólo había estado allí una vez antes). El waterhole es muy distinto a los demás, está en una zona muy abierta, al borde de la laguna de Etosha (que como he dicho, este año es un saladar inmenso hasta donde alcanza la vista, completamente seco) y allí sólo crecen pequeños arbustitos y un par de acacias aisladas. El punto de agua en sí es un pequeño manantial bastante alejado de la escasa vegetación. Sin embargo, está todo repleto de esqueletos de los animales que se han zampado los leones, que deben ser muy buenos cazadores para tener éxito en un sitio tan abierto. Llegué el primero y al instante ví que los leones estaban al descubierto, en torno a la charca. La imagen, con un fondo tan abierto y tan pelado, recuerda más a las fotos de los leones de la Costa Esqueletos que a Etosha, y es igual de bella. 
Los leones de Okondeka
Lástima que al amanecer estaban totalmente a contraluz y a mucha distancia, pero pasé un par de horas estupendas viéndolos beber y retozar. Eran dos leones adultos, de los más bonitos que he visto, tres hembras y cuatro cachorros de unos nueve meses de edad.


Se acercaba la hora de marcharme, me dí una vuelta por las llanuras al oeste de Okaukuejo, sorprendentemente vacías de herbívoros, y volviendo al campamento me topé con un par de coches parados… observando otra manada de leones (cuatro esta vez, dos hembras y dos machos) que estaban empezando a retirarse a la sombra. Esta es una manda que hemos visto otras veces, muy cercana ya a Okaukuejo.

Con el sol ya alto, paré un ratito en Okaukuejo y me dirigí a la salida del parque, con la esperanza de recorrer el “loop” de Ombika, una zona preciosa con guepardos, pero éste es uno de los pocos caminos que se han cerrado por la lluvia. En vez de hacer el “loop” me acerqué un rato al waterhole, que está muy cerca de la carretera, y me consolé viendo unos cientos de buitres comiendo una carroña. En alguna sombra cercana, la manada residente de leones estaba sin duda haciendo la digestión.


viernes, 30 de marzo de 2012

Un edén árido



 Hembra de guepardo en Purros (la foto fue disparada por África Coloma en realidad)

El segundo viaje un poco largo que he hecho recientemente ha sido al noroeste de Namibia, a las regiones de Damaraland y Kaokoland como se llamaban en tiempos anteriores a la independencia. Actualmente ambas están englobadas en la región llamada Kunene, que es el río que marca la frontera septentrional de Namibia con Angola.

Este viaje, de ocho días, lo he hecho acompañado de tres amigos y hemos ido en dos coches por motivos de seguridad, ya que nos hemos internado por pistas muy malas y solitarias, sin cobertura telefónica y en zonas con leones y elefantes a veces poco amistosos, por lo que es mejor prevenir.

Empezamos pasando tres noches acampados en la concesión turística de Palmwag, una reserva de 5000 km cuadrados en el borde del desierto del Namib. El desierto en realidad se extiende por prácticamente toda la costa de Namibia, en una franja de unos 150 km de ancho de norte a sur, bordeada al este por un sistema montañoso semi-árido. Palmwag comienza en este borde, con pequeñas montañas pedregosas y casi peladas de vegetación, intercaladas con valles más verdes con herbazales y algo de arbolado, a veces dando un aspecto de sabana poco arbolada.

Jirafas en Palmwag

Ya había estado anteriormente en Palmwag, cuando vino mi familia de vacaciones, pero sólo una mañana y me quedé impresionado por la belleza del paisaje y la abundancia de animales. Esta vez hemos penetrado más en la concesión y hemos hecho “camping salvaje”, es decir, hemos acampado en las zonas designadas dentro de la reserva, que sólo se distinguen por la presencia de viejas hogueras hechas por otros campistas. Nada de letrinas, ni de ninguna clase de separación de los animales, incluidos leones, elefantes, rinocerontes negros e hienas moteadas. Y no hemos visto a nadie hasta la última mañana.

Es la primera vez que iba a acampar en estas condiciones (es decir, con leones en los alrededores y sin vallas) sin formar parte de un viaje organizado con guía. Mis compañeros también. Así que el primer día estábamos un poco inquietos por la perspectiva. Los leones en esta región son muy escasos y se reparten por un territorio muy grande; son los afamados leones del desierto, que se internan en zonas realmente muy áridas y llegan hasta la propia costa, la célebre Skeleton Coast, pero sabíamos de antemano que en Palmwag hay algunos.

Comenzamos la aventura bastante sorprendidos por los pocos animales que íbamos viendo al principio: un par de oryx y algunos springboks nada más. El camino es malo y avanzamos con mucha lentitud, a menos de 15 km/h. Al cabo de hora y media atravesamos el primer cauce fluvial importante, el río Kawaxab, que ahora mismo sólo conserva algunos charquitos con agua, pero tiene bastante vegetación en las orillas, con altos juncales y algunas acacias. Al borde del camino unas formas animales se levantan de la sombra y se alejan pausadamente de nosotros: ¡leones! Cinco o seis, encabezados por un precioso macho de melena bien formada y que lleva un collar de radio marcaje. Nos miran con desconfianza mientras se alejan resignadamente, pero una leona, que parece algo joven, no está satisfecha con nuestra presencia o es muy curiosa y decide acercarse más a nosotros con andares que podrían interpretarse como que está acechando una presa. Esto no es Etosha, donde los leones ven gente y coches todos los días y están muy acostumbrados, y ya he visto fotos de leones del desierto que han atacado coches. Si bien es muy raro y basta con mantener una buena distancia, no me fío de esta leona y decidimos poner más espacio de por medio. Ya fuera del río y en lo alto de la ladera de la orilla, paramos para echarles un vistazo más tranquilos, pero los leones se han esfumado entre la vegetación. 

El corazón nos late bien deprisa, quién iba a pensar que casi lo primero que íbamos a encontrar era una manada de leones del desierto. Llegamos en unos minutos a la zona de acampada donde queremos quedarnos, que resulta estar a 1 km escaso en línea recta de la manada de leones. Aunque el sito está elevado y despejado, no nos hace ninguna gracia la idea de dormir tan cerca de ellos, así que continuamos un rato hasta la segunda zona de acampada. Esta está en otro pequeño río, pero situada en el propio cauce y rodeada de juncales, arbustos  y arbolitos, lo que ofrece poca seguridad (aunque sea psicológica) y nos instalamos definitivamente en lo alto de la orilla donde tenemos mejor visibilidad de los alrededores y menos vegetación. Vamos contando los minutos que faltan para que se haga de noche mientras ponemos las tiendas y preparamos las cosas para cenar… con el hacha y el machete bien a mano por lo que pudiera pasar, como buenos primerizos. Lo más importante, encender un buen fuego cuanto antes para que los animales puedan percibir nuestra presencia desde lejos. Según el guarda de la entrada de Palmwag basta con el fuego y no alejarse del campamento en la noche para estar seguros. Todo está tranquilo y no oímos ningún animal en toda la noche, aunque Maike se despierta por un olor nausebundo que pensamos que debería ser una hiena.

Cebras de Hartmann o de montaña

Superada la primera noche de acampada libre todo se ve de otro color. La impresión de toparnos con los leones casi nada más entrar va desapareciendo y los días siguientes disfrutamos con tranquilidad del paisaje y de los otros animales. La segunda y la tercera noche realmente estamos felices del privilegio de poder acampar aquí e incluso de oír un par de leones y de hienas a lo lejos. La reserva es enorme y recorremos sólo unos 30 km al día, haciendo muchas paradas para ver animales y descansar a la sombra de los árboles de vez en cuando. La segunda noche nos instalamos en un collado entre pequeñas montañas, con unas vistas muy extensas a los valles que hay a nuestros pies. Con la ayuda del telescopio vemos chacales e incluso hienas moteadas volviendo a sus cubiles al amanecer. Abundan las jirafas, oryx, kudúes y springboks, avutardas de Ludwig, rapaces varias, ardillas, etc. 

Las vistas desde donde acampamos la segunda noche

La tercera noche volvemos al verde valle de entrada a la reserva, pues tenemos que reunirnos con unos amigos que finalmente no pueden hacer el viaje. Allí ahí mucho más pasto y encontramos animales en grandes cantidades a cada momento, sobre todo cebras de montaña, oryx, springboks y jirafas, pero también avestruces y kudúes. Hacemos una larga parada en el cañón del río Aub, donde hay buena sombra y preciosas vistas sobre la pequeña hoz que forma el río, que sí lleva agua y forma algunas pozas. Después del tostado que nos hemos tragado hoy al sol, las pozas resultan demasiado tentadoras para mis amigos, que después de mucho buscar encuentran la manera de atravesar una densa franja de carrizos y se descuelgan entre las rocas hasta el agua. No le recomiendo a nadie meterse en una mata espesa de carrizos en una reserva africana, pero no pasa nada y disfrutamos como enanos del baño. Al salir del agua y volver a atravesar el carrizal oigo un animal llamando, lo que parece un cachorro de algo oculto en la vegetación. Imito su llamada y me contesta, pero no consigo verlo. Nos vamos inquietos sin saber qué era, pero por el sonido podía ser el cachorro de cualquier depredador dejado ahí por su madre hasta su vuelta. ¡Suerte que ha tardado mucho en volver y que no nos la hemos topado!

A veces la gente piensa que soy un poco exagerado en estas cosas, pero no hay que tomarse a coña a los animales salvajes por aquí. Más vale pecar de demasiada prudencia que tener un accidente que puede tener consecuencias graves.

Bien refrescados, buscamos dónde pasar nuestra tercera noche en Palmwag. Hoy la cosa tiene más gracia, porque aquí no hay ninguna zona designada para acampar, aunque está permitido, y este es el valle en el que vimos lo leones y hay muchísima caza para ellos por aquí. Por suerte, estamos cerca de un mirador sobre una pequeña colina en el centro del valle que visité con mi familia, así que nos instalamos en toda seguridad allí, en un promontorio de 30 metros de alto absolutamente rodeados de oryx, cebras y springboks. El único imprevisto es una pequeña víbora cornuda –bien venenosa- que mis amigos descubren nada más bajar del coche, pero que se aleja tranquilamente por entre las rocas. Basta con dejarla en paz y tener cuidado de dónde se ponen los pies. Encendemos la hoguera y nos relajamos totalmente disfrutando de una de las puestas del sol más bonitas que he visto en mi vida, puro fuego en el cielo contra las montañas…  La noche transcurre en absoluta tranquilidad y a la mañana siguiente recogemos deprisa el campamento porque probablemente los coches del Lodge de Palmwag traerán aquí a los turistas para ver las vistas. Y efectivamente, con el sol bien alto, aparece un coche con un guía y un par de clientes. Ningún problema por acampar aquí y nos informan de que en este valle hay probablemente cuatro manadas de leones, no una sola como creíamos. Parece que a los leones les va muy bien por aquí.

 Klass en el campamento de la tercera noche, en un mirador
A regañadientes casi, salimos de Palmwag definitivamente y nos acercamos al Lodge para reponer agua y combustible antes de salir hacia nuestro siguiente destino: Purros.

Purros (o Puros en la lengua local) está aún más al noroeste de Namibia, ya en Kaokoland, tierra famosa por sus habitantes de la etnia “himba” que conservan sus costumbres y atuendos tradicionales. Las mujeres se pintan el cuerpo con tintes de color ocre y no se lavan nunca con agua. Purros también es conocido por ser uno de los mejores sitios para ver elefantes del desierto. Estos animales están poco acostumbrados a la presencia de turistas y desgraciadamente en agosto pasado se cobraron la vida de un turista español en el mismo camping donde vamos a quedarnos. Una elefanta mal humorada se topó con un turista a pie y lo mató inmediatamente, yéndose después hacia su mujer que corrió a refugiarse en el coche. Por suerte los empleados del camping vieron el ataque y, aunque no pudieron hacer nada por el hombre, sí consiguieron impedir que la elefanta matara también a la mujer. Varios días después el Ministerio de Medio Ambiente abatió a tiros a la elefanta, que ya había atacado a un chaval días antes con consecuencias más leves. Algunos en Namibia, seguramente con cierta razón, critican la creciente presencia de turistas en un sitio tan remoto en el que los animales no tienen más que contactos esporádicos con los habitantes locales.

A Purros se llega por una pista en malas condiciones que va adentrándose por valles entre altas montañas pedregosas hasta llegar al valle del río Hoarusib, arenoso y poblado por un bonito bosque de galería en el que se sitúa el camping comunal. Allí no hay ninguna valla protectora y nos advierten de que los elefantes suelen atravesar el camping dos o tres veces por semana, por lo que hay que estar relativamente alerta y, llegado el caso, retirarse rápidamente al coche o a la tienda de campaña. Los elefantes no van por la vida deseando toparse con gente y matarla, pero son animales imprevisibles y caprichosos a los que hay que dejar un amplio margen de maniobra en toda ocasión. Nos instalamos en el camping y pasamos una primera noche calurosa pero sin incidente alguno, disfrutando por fin de una buena ducha que falta nos hacía.

A la mañana siguiente partimos con un guía local himba en busca de los elefantes, en coche por supuesto. El valle es precioso, el bosque ripario se extiende durante muchos kilómetros por el cauce del río, que en algunos puntos es bastante ancho, aunque ahora sólo hay agua en algunos charcos. De vez en cuando subimos a colinitas que hay junto a las orillas para otear desde las alturas en busca de los elefantes. Como anoche llovió un poco, es fácil distinguir las huellas frescas de un par de elefantes, pero no conseguimos dar con ellos. No sabemos si se han ocultado en algún recodo especialmente frondoso o si ya se han marchado de la zona. Lo que sí abundan son las jirafas, los springboks y los avestruces, y en las laderas de las montañas, las cebras y los oryx. Después de tres horas, ya volviendo al camping, vemos algo que parecen chacales corriendo desde el cauce del río ladera arriba. ¡No son chacales, son cachorros de guepardo! El guía los había visto en otra ocasión y calcula que ahora tendrán 3 ó 4 meses de edad, así que pensamos que debían estar esperando en la sombra de los árboles la vuelta de su madre. Me apeo del coche para echar un vistazo más detallado con el telescopio e inmediatamente oigo unos gruñidos insistentes que me hacen pararme en seco. Fijándome más, veo a unos 100 metros de nosotros a la madre de los guepardos, que está tumbada al principio de la ladera y me amenaza para que no me acerque más. Ahí tumbada en la ladera pedregosa su camuflaje es perfecto. 

 Recibimiento poco amistoso de una hembra de guepardo (foto disparada por África Coloma)
No se hable más, me vuelvo a meter en el coche y salimos por el lado contrario con cuidado para no espantarla. Con el telescopio vemos que junto a ella hay un springbok que parece recién muerto. ¡La gueparda ha debido cazarlo hace unos minutos! Seguramente todavía se está recuperando del esfuerzo de la caza y por eso no ha salido corriendo como sus cachorros. La vemos un buen rato a placer pero al cabo de unos minutos se retira un poco y se sienta a mirarnos. Para no molestarla más nos alejamos unos cientos de metros y nos escondemos detrás de unos arbustos. Al ratito oímos a la madre llamando y vemos a los cuatro cachorros trotando en su dirección. El sol aprieta con mucha fuerza y decidimos marcharnos antes de que nos dé una insolación.

Podemos considerarnos muy afortunados por haber presenciado este espectáculo, ya que nuestro guía nos dice que es sólo la tercera vez en su vida que ve guepardos aquí, mientras que otro de los guías tan sólo los ha visto dos veces. Definitivamente tenemos mucha suerte, a pesar de no haber visto los elefantes. Hasta el año pasado aquí también había leones del desierto, pero alguien envenenó a los tres ejemplares que solían verse cerca del pueblo. Espero que con el tiempo vengan otros.

Por la noche introducimos una novedad en las actividades que propone el camping: un paseo nocturno en coche para ver animales (lo que aquí se llama un “night drive”, y en España tiene el horroroso nombre de “foquear”), con un foco de mano en ristre. Nos llevamos al guía para no perdernos y el hombre se lo pasa pipa, pues es la primera vez que hace esto. Nos limitamos a la pista principal y evitamos circular por dentro del bosque para no tener disgustos con los elefantes, si anduvieran cerca, ni asustarlos, pero aún así vemos bichos interesantes: liebres, una jineta, una especie de mofeta (striped polecat, que en realidad es un mustélido como los tejones y las nutrias), etc.

A la mañana siguiente volvemos a buscar los elefantes con nuestro guía. Ha vuelto a llover y al cabo de un rato localizamos dos rastros frescos de sendos elefantes, que parecen haberse internado en un paraje de vegetación muy tupida en el cauce, al pie de una colinita desde la que pasamos un buen rato oteando. Oímos ruidos que nos parecen de elefantes comiendo, pero no conseguimos verlos y al bajar de la colina descubrimos que los elefantes habían pasado de largo. Un buen rato más tarde, desistimos porque se hace demasiado tarde y tenemos que emprender la vuelta a Windhoek. Lástima, no hemos visto los elefantes… y es decir esto y el guía señalar “¡Elefantes!” al instante. ¡Cuatro elefantes bajan la ladera hacia el río, a lo lejos! Apenas unas manchitas en la inmensidad de la ladera reseca, pero debemos darnos prisa para volver al oteadero antes de que bajen al río. Desde la colina los vemos durante una media hora acercándose poco a poco al río, un macho, dos hembras y una cría de unos cuatro años; la hembra de mayor tamaño lleva un collar de radio marcaje.  Justo antes de que bajen al cauce a beber, salimos zumbando junto con otro coche que ha aparecido mientras buscábamos río arriba. Siguiendo al otro coche, también dirigido por un guía local, encontramos a los elefantes mientras beben.

 Elefantes del desierto (Purros)
Dejamos una buena distancia y apagamos el motor para molestarlos lo menos posible, pero la cría decide que no es bastante y carga barritando contra el otro coche, que lo esquiva sin problemas. En realidad es una carga de farol, pero nos da una idea de lo rápidos que son los elefantes cuando quieren y los susceptibles que son a la presencia de humanos. Nos maravillamos un buen rato viendo a estos elefantes que viven en unos parajes tan áridos y volvemos al camping más contentos que un tonto con una tiza.

De vuelta a Windhoek atravesamos uno de los puertos de montaña más bonitos de Namibia, el Grootberg Pass, que ahora en época de lluvias tiene un color verde exuberante, salpicado por cebras de montaña aquí y allá. En esta zona también hay leones, rinos (nos deben una estos animales) y elefantes. Paramos a tomar un café en el Grootberg Lodge, que está colgado al mismo borde del abismo en el puerto y tiene unas vistas de entre las mejores que he visto en mi vida, y luego continuamos hasta el camping comunal de Hoada, a unos pocos kilómetros. Aquí es donde se han bajado los caballos del Lodge después de un ataque de los leones. Ya en el llano de nuevo, rodeados de pacíficas vacas, pastos y roquedos, nos sentimos como en un jardín inglés, muy lejos de las sensaciones de Palmwag y Purros, pero no por ello menos bonito. Tras una última noche, la mañana nos despierta con un terremoto de 4.5 en la escala Richter que no tiene ninguna consecuencia más que dejarnos perplejos, ya que aquí es muy inusual. Un curioso final para un viaje apasionante.

Nota: “Un edén árido” (An arid Eden) es el título de un fascinante libro de Garth Owen-Smith, el precursor de la conservación con la participación de las comunidades locales en Namibia. Es uno de los mejores libros de conservación que he leído.

miércoles, 28 de marzo de 2012

Cien años y cuatro días de soledad

Anochecer en las cercanías de Homeb, desierto del Namib



Últimamente he hecho dos viajes un poquito largos por Namibia. El primero en solitario, a la parte central del desierto del Namib, entre Windhoek y la costa. Allí hay varias zonas básicas de acampada en las que uno puede quedarse previo pago de unas pequeñas tasas. Las instalaciones son básicas: un lugar para hacer fuego, una mesa rudimentaria y una letrina. Lo demás es superlativo: acampar en una de las zonas más solitarias del mundo, rodeado de kilómetros y kilómetros de paisajes sobrecogedores ocupados sólo por las criaturas del desierto y con Cien años de soledad a mano.

La primera noche la pasé en Homeb, una zona de acampada en un lugar marcado por la confluencia del pre-desierto y el desierto puro de dunas de arena, separados por un río seco (el Kuiseb) que sustenta un gran bosque de galería. En Homeb, sin embargo, hay un pequeño asentamiento humano de “topnaar” que poseen allí abundantes burros, vacas, cabras y caballos. Es un buen principio para adentrarse en el Namib, con sombra abundante, agua y un mínimo de presencia humana. La confluencia de tres ecosistemas diferentes del Namib en esta zona tiene muchísimo interés científico y por eso el centro de investigación del Namib (Gobabeb) se encuentra situado a unos 20 km al oeste de Homeb a lo largo del mismo río.

 Bosque ripario en Homeb
 
Sin embargo, no me apetecía mucho ver a nadie, ni siquiera a los burros, y después de pasearme por las dunas, por el río y por las gargantas rocosas, me fui de allí al día siguiente en pos de un sitio más solitario. A unos 30 ó 40 km al noreste encontré precisamente lo que buscaba: la zona de acampada de Mirabib. Consiste en varias plazas de camping en la base de un gran koppie (un roquedo granítico aislado y de gran tamaño) y tuve la suerte de tenerlo enterito para mí solo. Desde lo alto del koppie, a unos 50 m sobre el suelo, hay una vista panorámica de 40 km en la redonda en los que no hay absolutamente nada más que pastizales, arena y otros koppies. Ni un ruido, ni un tendido eléctrico, ni un avión surcando el cielo, ni un coche en lontananza, absolutamente n-a-d-a. 

 Amanecer desde lo alto del koppie de Mirabib, desierto del Namib

Sólo me rodeaban antílopes del desierto (los preciosos oryx del sur de África), cebras de montaña, facóceros y los ubicuos springboks (un tipo de gacela) en los pastizales que se extienden hasta que la vista se pierde. En el koppie otros habitantes se dejan ver con más dificultad: conejos de roca, damanes, ratas-damanes, cernícalos… Y a la mañana siguiente un único compañero se arrimó al amanecer a mi vera: un zorro de El Cabo pedigüeño al que otros visitantes han debido malacostumbrar dándole comida, igual que en tantos otros sitios del mundo.

Zorro de El Cabo rebotado porque no le he dado nada de comer

Picado por la curiosidad de conocer sitios nuevos, me marché de nuevo a buscar otro campamento. Yendo hacia el norte los pastizales cobran brío y la fauna es más abundante: muchos oryx, cebras, avestruces y springboks se congregan en torno a Ganab, una zona de acampada establecida bajo la sombra de una línea de acacias batida por el viento. En las cercanías ví la primera suricata desde que vivo aquí, no sé qué manía me han cogido estos animales… 

  Suricata

Ganab es un sitio menos aislado, está a unos 3 km de una pista principal entre Windhoek y la costa por la que pasa algún coche de vez en cuando. Aún así, tuve de nuevo el campamento para mí solo, y me solacé largamente con la presencia de montones de animales, incluyendo uno bastante difícil de ver: un proteles o aardwolf, que es una pequeña hiena rayada que se alimenta de termitas y que aquí parece bastante desinhibida, pues se paseó por delante de mis narices al anochecer sin parecer importarle mucho mi presencia.

Aunque no hay leones en esta zona del Namib, sí que hay hienas manchadas que son potencialmente peligrosas. Por eso conviene –y siempre  que no se sepa que hay en los alrededores- dormir en una tienda de campaña cerrada. Dicho esto, en las tres noches no oí hienas ni por asomo y no encontré ningún indicio de que se hubieran acercado a mi tienda en busca de restos de comida, como pasa en otros sitios en África. Otra razón para no dormir al raso, por muy bonito que sea, es la abundancia de serpientes venenosas y de escorpiones, que aunque son animales pacíficos pero que pueden darte un susto.