Amanecer desde una duna cerca de Sossusvlei |
Tras nuestro rápido paso por
Windhoek, salimos de nuevo para hacer la segunda parte del viaje: el desierto.
Esta vez pasamos por un puerto de montaña que no conocía todavía: el
Spreethogte Pass. Si bien la primera parte del camino es muy similar a todos
los demás, colinas y colinas con acacias y ganado, cuando se llega al paso se
abre una vista panorámica sobre el valle auténticamente espectacular. A 200 m
más abajo, el desierto del Namib parece interminable. En el paso hay una casa
colgada al borde del abismo cuyos dueños seguro que no han oído hablar de la
claustrofobia.
Spreethogte Pass |
Comimos allí mismo, refugiados
bajo un toldo improvisado por nuestros zapadores, Iñaki y Alberto, con un sol
enfurecido y aprovechamos las vistas para fotografiarnos haciendo monerías
varias.
Inma (después de las monerías) |
Ya en el valle, por un pequeño
despiste acabamos en Solitaire, un mínimo desvío que no teníamos previsto para
ese día que nos llevó de cabeza a la temible… ¡pastelería de Moose! Moose es un
panadero que hace unos pasteles de alucinar en medio del desierto, así que nos
dejamos llevar por el destino y la tarta de manzana. Solitaire es un cruce de
caminos importante y allí se conservan múltiples artilugios antiguos de los
moradores de la zona, incluído este coche de época tan bonito:
Solitaire |
De allí, en una hora más, nos
plantamos en Sesriem, la antesala del mar de arena donde se encuentra
Sossusvlei. Entre Solitaire y Sesriem alucinamos con un guiri que corría por la
pista bajo el sol fulminante llevando sus pertenencias en un carrito de la
compra. Hay gente para todo y aún más.
En Sesriem dejamos las cosas en
el camping y nos fuimos a dar una vuelta por las dunas. La carretera que une
Sesriem con Sossusvlei (una laguna) recorre un valle que se va adentrando en el
mar de dunas de arena, de imponente altura, estrechándose paulatinamente. Abundan
los oryx, los springboks, los avestruces y los buitres orejudos (enormes aves
muy similares a nuestro buitre negro). Nos paramos en la Duna 45, muy famosa
porque es la que todo el mundo suele escalar. Allí mandé a los costrosos duna
arriba, mientras yo me quedé a recuperarme de un dolor de cabeza causado por
una pequeña insolación. En la parte
superior de la duna había un oryx aprovechando el aire que corría ahí arriba. A
los costras se les fue la mano con el tiempo y tuvimos que volver casi de noche
(45 km) conduciendo a 100 km/h, lo que me hizo bastante poca gracia porque los
antílopes y los chacales abundan en la carretera, pero llegamos sin problemas.
El desierto en las proximidades de Sossusvlei |
Al día siguiente, madrugón (4:15)
para estar listos a las 5 de la mañana, hora a la que abrían la verja de acceso
a las dunas y a Sossusvlei. Lo mejor es estar en las dunas al amanecer y nos
dimos prisa para escalar la duna 40 (unos hasta arriba del todo y otros hasta
donde nos pareció suficiente) y ver el amanecer desde allí. Esta duna tiene una
pendiente mucho mayor que la 45 y no es de extrañar que no hubiera nadie más.
El amanecer fue muy bonito, pero no tuvimos la mejor luz posible tampoco, y
contamos con el acompañamiento sonoro de un macho de avestruz en celo, que
suena como un potente “boom”.
Después de desayunar al pie de la
duna, seguimos camino hacia Sossusvlei. Este es uno de los tramos favoritos de
Iñaki, pues la pista transcurre por arena profunda durante unos 5 km, así que
fuimos turnándonos a la ida y a la vuelta para disfrutar de la experiencia.
Creo que si pudiera, Iñaki iría y volvería diez o doce veces seguidas.
Pasamos un rato en Sossusvlei: la
laguna estaba casi seca ya y había mucha gente. Algunos incluso se metían en el
agua para fotografiar un flamenco juvenil que andaba allí alimentándose. Es
curioso, como locos por fotografiar un flamenco aquí, teniendo que meter los
pies en el agua salobre y calentorra y en Walvis Bay hay miles…
Fuimos también a visitar el
Deadvlei (la laguna muerta), donde se yerguen imponentes esqueletos de acacias
que crecían cuando el agua aún llegaba a esta laguna. Hay dos tandas de acacias
muertas, de distintas edades (algunos siglos) y una pequeña fila de acacias vivas
incipientes. Es una vista muy particular y está rodeada de algunas dunas
altísimas. Desde la más alta vimos bajar a un turista esquiando, quizás un
desnivel de 300 m con una pendiente casi vertical.
Alberto, Pedro e Inma buscando la playa |
En las dunas –y alrededores- hay
mucha vida aunque no lo parezca, y esta vez vimos una víbora de la arena
(Bitis peringueyi), de apenas 25 cm, que tiene
los ojos en la parte superior de la cabeza para poder ver incluso enterrada. Hacen
esto y a la vez mueven la punta de la cola para que las lagartijas se crean que
es un gusano y entren al trapo, resultando el cazador cazado en tan ingeniosa
trampa. Una especie de lagartija que habita las dunas tiene la cabeza en forma
de pala para poder enterrarse rápidamente en la arena en caso de peligro. Y
abundan los escarabajos y hormigas de formas de vida también muy
especializadas. Lo que no llegamos a ver nunca son los famosos topos dorados de
las dunas, que también viven bajo la arena y son endémicos de Namibia. Igual si
Iñaki hubiera traído las gafas de bucear y el tubo…
Víbora de la arena |
Con el sol ya muy alto, a media
mañana volvimos a Sesriem para descansar un rato y comer a la raquítica sombra
de la peor plaza del camping, la que nos había tocado. Por la tarde seguimos
hacia el siguiente destino, Mirabib, teniendo que deshacer una parte del camino
hasta Solitaire. En la pista vimos al guiri loco acampado bajo un árbol con y
su carrito al lado.
La pista atraviesa el cañón del
río Gaub y luego la del Kuiseb, que
desde ese punto se dirige al oeste hasta el mar y para la arena, de forma que
no hay dunas en su orilla norte. Ambos son paisajes también fascinantes y
despertaron muchas ganas de recorrerlos por parte del hombre-suricato. No es
posible porque son reservas integrales, ya que suelen llevar algo de agua y
constituyen un punto de refugio muy importante para la fauna local.
La fauna local conquistando otro paralelo |
Este año la carretera (pista)
está en bastantes malas condiciones –demasiados camiones y pocas reparaciones-
y entre esto y la consabida parada en el cartel que marca el trópico de
Capricornio, se nos hizo un poco tarde y la puesta del sol nos sorprendió a 30
km todavía de Mirabib. Sin embargo, ver el sol poniéndose sobre la planicie
desértica con una manada de oryx corriendo tampoco es para hacer ascos, ¿no?
Entre la carretera principal y
Mirabib nos topamos con una familia de zorros orejudos, que son nocturnos y se
dedican a comer termitas. Son unos animales muy particulares y muy bonitos.
Llegamos a Mirabib ya de noche y
pudimos acampar en mi sitio favorito, bajo el inmenso roquedo granítico sin más
compañía que la luna. No había nadie más (allí hay 7 plazas de camping, sin más
infraestructura que barbacoa, mesa y letrina en cada una).
Acampados al pie del roquedo, cual trogloditas |
Mirabib es el gran
koppie solitario en el que estuve acampado yo solo hace unos meses y tenía
muchas ganas de enseñarles este sitio poco conocido a los amigos. Nos preparamos una buena cena
mientras veíamos las lechuzas pasar y dormimos a pierna suelta.
¿Qué decías de buena cena? |
Por la mañana, antes de amanecer,
trepamos a la parte superior del roquedo para disfrutar de las interminables
vistas sobre la planicie desértica, salpicada de springboks, oryx y avestruces.
Hay una vista sin obstáculos hasta el horizonte, sin tendidos eléctricos ni
ningún rastro del ser humano más allá de las pistas y de los pequeños carteles
indicadores, hechos en piedra con muy buen gusto. Hacia el norte, la vista
acaba en el mar de dunas que se extiende al otro lado del río Kuiseb. Éste está
hundido en su cauce y no se alcanza a ver desde Mirabib. Es una vista
incomparable y totalmente salvaje que pocos sitios en el mundo pueden igualar.
Yo mismo en lo alto de Mirabib |
Iñaki, instantes antes de salir corriendo a escalar |
Inma, preferiría otro café para apreciarlo mejor |
Pedro, mayestático (y Alberto se escapó a escalar) |
Alrededor del koppie se pueden
ver innumerables “círculos de hadas”, un nombre un tanto tonto para un extraño
fenómeno natural. Los círculos son extensiones más o menos redondas
desprovistas de vegetación que aparecen regularmente espaciadas en los pastizales
del desierto. Son, pues, parches redondos de tierra desnuda. A pesar de todas
las investigaciones que se han hecho sobre ellos, todavía no se conoce qué los
causa. Una hipótesis es que bajo cada círculo hay una colonia subterránea de
hormigas, altamente agresivas y territoriales (lo que explicaría la separación
regular entre círculos), y otra que donde hay un círculo se producen
emanaciones radioactivas o de otra naturaleza provenientes del uranio u otras
sustancias que abundan en el subsuelo de Namibia. Nada se ha demostrado todavía
y es muy emocionante ver algo natural para lo que la ciencia no tiene respuesta
aún.
Algunos, Alberto, Iñaki y Pedro,
no pudieron resistirse a la tentación de la piedra y escalaron hasta el mismo
vértice del gigantesco boulder. Aquí habitan conejos de roca, ratas-damán,
damanes, halcones borníes y cernícalos, lechuzas y, en las cercanías, zorros
del Cabo e hienas marrones. Los koppies son islas de vida en el desierto.
Para completar la visita y tener
una mejor idea de la variedad de ecosistemas que hay en una región
aparentemente tan desolada, nos acercamos después a visitar el bosque de
galería del río Kuiseb en Homeb, que es un pequeño poblado habitado por
Damaras-Topnaar y su ganado (vacas, burros, caballos y, sobre todo, cabras),
junto al que también hay un punto de acampada.
Iñaki preparando su próxima producción |
Por el camino, Alberto pudo
prorrumpir de nuevo en su afamado grito de “suricato-suricato-suricato”, porque
vimos otra colonia de estas flipantes mangostas que viven en –pero no sólo- el
desierto del Namib.
El río Kuiseb, con su cauce
arenoso flanqueado por enormes árboles llenos de vida, separa la planicie del
mar de dunas de arena, por lo que constituye la confluencia de tres ecosistemas
distintos. Como la mañana ya estaba avanzada, el calor era muy fuerte y ni
siquiera los recios escaladores, Iñaki y Alberto, fueron capaces de avanzar
gran cosa más allá de la sombra de los árboles. Bajo esa cobertura comimos un
bocata y nos encaminamos hacia Windhoek para terminar el viaje, pasando esta
vez por el puerto del Gamsberg.
Cebra de montaña cerca de Zebra Pan |
Habrá también pocos países donde
se puede recorrer 200 ó 300 km de pistas para llegar, casi sin pisar el
asfalto, hasta la capital, y Namibia tiene 4 ó 5 itinerarios así hasta
Windhoek. El toque final del viaje lo dio una suricata, demostrándonos que no
sólo viven en el desierto, pues ésta ocupaba un pequeño roquedo en una granja
de ganado bien poblada de acacias y altos pastizales, a escasos 100 km de la
capital.
Llegamos a Windhoek un poco antes
de anochecer, sanos y salvos con otro maravilloso viaje a las espaldas. Pedro,
Alberto e Inma volvieron a España al día siguiente, e Iñaki se quedó en Namibia
una semana más, aunque esta vez no pude acompañarle. Espero que también ponga
por escrito esta parte de su viaje.
Oyrx buscando la fresca |
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