Playa de Maputo (no apta para el baño, desgraciadamente...) |
(Nwadzinguele, en un idioma local
que todavía no he identificado, significa “luz de la mañana”).
Bienvenidos a la continuación de
nuestro periplo africano. Esta vez nos hemos desplazado al otro lado del
continente: al cálido, verde y dulce Mozambique. Y aquí nos hemos instalado
para pasar un año en Maputo, a la vera del Océano Índico.
Dejamos atrás Namibia a
principios de año, forzados por un nuevo cambio laboral de Silvia. Muy
bienvenido, porque no estaba claro que hubiera ninguna continuación y, en algún
momento, casi acabamos teniendo que irnos a Jordania. Afortunadamente –y que
nos perdonen los jordanos- en el último momento surgió la oportunidad de
mudarnos a Maputo. Lo creáis o no, siempre habíamos pensado que si teníamos que
seguir viaje después de Namibia nos gustaría ir a Mozambique, país que no
conocíamos pero del que todo el mundo habla bien. Antes, cuando estábamos en
Marruecos pensábamos en Senegal como siguiente destino, en Senegal pensamos en
Namibia, en Namibia pensamos en Mozambique… Tendremos que tener cuidado la
próxima vez que pensemos en estas cosas, se está volviendo peligroso.
Esto ya tiene otro color |
Sea como fuere, una mañana de
enero nos metimos en el coche con nuestros dos gatos –tenemos uno nuevo, Syd,
“regalado” por nuestros vecinos namibios- y cruzamos en transversal el sur de
África para llegar a nuestra nueva ciudad de acogida. 1900 km en tres días, a
un ritmo cómodo, parando en el Kalahari a dormir y en casa de unos amigos en
Pretoria (Sudáfrica). Atila –nuestro gato de siempre- se empeñó en conocer
mundo ambas noches, escapándose a darse una vuelta por el Kalahari, donde
volvió pronto y asustado por la cantidad de ruidos y olores extraños de las
cebras y otros bichos- y por los suburbios de Pretoria, donde parece que se lo
pasó pipa.
Syd, el nuevo fichaje y mejor amigo de Atila |
Cruzamos todas las fronteras como
Pedro por su casa, hasta el punto de que en Mozambique se olvidaron de ponernos
visado en el pasaporte y a Silvia hasta le pusieron un sello de salida en vez
de uno de entrada. Así, triunfalmente, llegamos a Maputo sin más incidentes.
Viniendo de la desierta,
apacible, limpia y germánicamente ordenada Namibia, la primera sensación fue
que habíamos vuelto a Dakar… más o menos. Toda la carretera desde Windhoek
hasta la entrada de Maputo está bastante bien, asfaltada y sin baches, pero en
cuanto entras en Maputo se acabó: la primera rotonda de la ciudad es un
muestrario de baches y trozos de asfalto machacado, junto a la que se extiende
un mercadillo de baratijas, atiborrado de gente, con un buen muestrario de
basuras para completar la escena. ¡Aaaaaah, qué hemos hecho! – pensamos los dos
sin decirlo. Seguimos por el tráfico denso durante algunos kilómetros más
adentrándonos en el corazón de Maputo y nos habituamos a la velocidad de la luz
a estar de vuelta en una gran ciudad africana normal (Windhoek es una cosa muy
rara), con todas sus buenas y sus malas cosas. No se ve un sitio igual cuando
vas de paso que cuando sabes que va a ser tu casa un tiempo, así que
rápidamente cambiamos el chip de qué-hemos-hecho para ir apreciando lo bueno:
¡gente, para empezar! Mucha gente, haciendo cosas, hablando, moviéndose,
cogiendo autobuses, carros, bicicletas… Casi se nos había olvidado este trajín.
¡Puestos en las calles! Verduras sin empaquetar, carritos ofreciendo cocos, vendedores
de baratijas en cada esquina… ¡vida!
Surtido de Kapulanas (tela tradicional de las mozambiqueñas) en Casa Elefante |
Más allá de los barrios
periféricos nos adentramos en una ciudad mucho más ordenada, con grandes
avenidas, algunas con abundante arbolado, y comercios modernos, terrazas llenas
de gente, edificios y mansiones coloniales mezcladas en un curioso revoltijo. Maputo
es grande, tiene 2 millones de habitantes (Windhoek x 10), y el centro
histórico se asemeja mucho a una ciudad mediterránea. Lo mejor es que el
carácter de la gente es también parecido; ya la primera tarde casi nos
desmayamos cuando la camarera del restaurante nos saludó con efusividad,
sonriendo y nos atendió con mucha amabilidad en todo momento. ¡Silvia, no
bebas, que aquí han echado algo en el agua! Ahora sabemos que es normal, pero
no nos lo parecía entonces, recién llegados de la seca Namibia donde el
carácter de la gente refleja el clima y el árido paisaje… Vamos, que nos daban
ganas de abrazar a las camareras y a los vendedores de periódicos los primeros
días.
Como la mayoría de los demás
guiris, vivimos y nos movemos casi todo el tiempo por la parte más pija de la
ciudad (Shomerschield y Polana). A diferencia de Windhoek, las razas se mezclan
aquí completamente, y abundan mucho los portugueses, indios e italianos, pero
también se ven muchas familias mixtas y las relaciones inter-raciales son,
aparentemente, muy fluidas. Mozambique fue, durante largas décadas, una colonia
portuguesa y hoy en día el portugués es la lengua más hablada en la capital.
Con nuestras lecciones de portugués que tomamos en Namibia, la semejanza con
nuestra propia lengua y, el acento suave del país, es fácil entenderse. También
es fácil entender lo que habla la gente por la calle, lo cual es toda una
novedad para nosotros (antes el día a día sonaba en darija –dialecto del
árabe-, wolof, afrikaans…).
¡Se acabó la merluza congelada namibia! |
Nos instalamos provisionalmente
en una casita baja en el centro, a 1 km del despacho de Silvia y a 100 metros
del mar. Los gatos han tenido que pelear para hacerse un sitio en la colonia
felina de la zona, pero ya están felizmente instalados. Sólo la aparición
esporádica de monos “verdes” (cercopitecos) les altera de vez en cuando. Con
los meses, la casita provisional ha tornado a ser la definitiva. No tiene nada
que ver con la mansión de Namibia, pero está en una zona verde bastante
agradable (por cierto, que los precios de los alquileres doblan a los de
Namibia y España en Maputo…).
Nuestra modesta morada en Maputo, con palmera de reinona y todo |
Pronto contactamos con algunos
españoles residentes, entre ellos Elena, una chica que habíamos conocido en
Windhoek, y disfrutamos de la visita de un viejo amigo sudafricano, Mike, al
que habíamos visto por última vez en Túnez en 2005.
...Vale, ya os oigo comentar: ¿pero por
qué estás tan tranquilo, Nacho, si te has separado de Etosha y de la hiper-abundancia
de animales de Namibia? El truco es que el Parque Nacional de Kruger – en Sudáfrica-
está a tan sólo 100 km de Maputo, no os preocupéis que está todo pensado. Y Mozambique también tiene mucho que ofrecer...
1 comentario:
Jo, sí, qué pena más enorme nos dais, viviendo en una chabola, con sólo un parque infantil a cien kilómetros y una birria de océano a cien metros, en fin, un asco, un error y una desgracia. Os fastidiáis.
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