Viéndolos ahí tumbados,
descansando tranquilamente en familia (había unos 6 adultos y otros tantos
cachorros grandes, por lo menos), nadie diría que estos perros son de los
cazadores más eficientes de África, con un éxito medio superior al de los
leones y similar al de los guepardos. Mirándolos bien, son grandes bocas sobre
patas corredoras, estómagos hambrientos que
cazan en manadas altamente coordinadas de las que es muy difícil escapar. Sobre
todo antes del declive de la especie, cuando existían manadas de 50 individuos
(hoy en día es raro ver una de más de 20 y en el Kruger, en particular, la
media es de tan sólo 7 adultos por manada).
A una velocidad de hasta 60 km/h (45
normalmente) que pueden mantener ininterrumpidamente durante varios kilómetros,
las manadas de licaones arramplan con cualquier herbívoro que se les ponga por
delante. Su porcentaje de éxito varía entre el 40 y el 85%, y el “éxito” se
traduce para sus presas en una muerte muy dolorosa ya que no han desarrollado
ninguna técnica especial para matar: simplemente derriban y comen, empezando
por las partes más blandas como intestinos y otras vísceras [los guías
experimentados dicen que sus clientes siempre se quedan horrorizados cuando ven
este sangriento espectáculo… y no debe ser para menos]. Prefieren presas de
entre 14 y 45 kg (como impalas, gacelas, crías de kudú y de ñu, etc.), pero a
veces consiguen matar otras más grandes como cebras y ñúes adultos.
Tanta pericia les permite a estos
animales el lujo de tener horarios fijos para sus dos comidas diarias si la
caza es abundante en la zona: una al amanecer y otra al atardecer. Cada adulto
necesita 3,5 kg de carne al día y raramente la consumen en forma de carroña. Dentro
de sus zonas de caza, que pueden tener hasta 2000 km2, cada manada se
desplaza entre 10 y 50 km al día, a un ritmo de unos 10 km/h por lo general.
Caso raro entre los carnívoros,
los licaones no defienden un territorio, de forma que las áreas de campeo de diferentes manadas pueden
solaparse ampliamente; aunque si se encuentran, la mayor echará a la menor. Únicamente
durante la época de reproducción se ven obligados a permanecer en las “cercanías”
del cubil, hasta que los cachorros son suficientemente grandes para seguir a
los adultos (a los 2 ó 2,5 meses de edad). Esta laxa territorialidad hace que,
al contrario que otros cánidos, no marquen mucho el terreno con orina y sólo la
pareja alfa suele hacerlo.
Los licaones tienen una marcada
jerarquía social dentro de la manada. O más bien dos: una para las hembras y
otra para los machos. Cada manada está dominada por la pareja “alfa” (macho y
hembra), que son los únicos reproductores normalmente. Con la ayuda de otros
adultos, la pareja alfa cría una media de 10 cachorros al año. Nacen más machos
que hembras (59%) y en la población adulta los primeros son dos o tres veces
más abundantes que las segundas. Cuando crecen, los cachorros se quedan en la
manada sólo si son machos, mientras que las hembras deben emigrar y buscar
otras en las que establecerse. Es también una particularidad de los licaones,
ya que en los cánidos suele ser al revés.
Entre los miembros de una manada
son muy raras las agresiones. A diferencia de otros animales sociales, los
licaones basan sus relaciones en la sumisión. Los dominantes no necesitan hacer
valer su posición jerárquica mediante posturas agresivas, más bien los
subordinados expresan la suya mediante posturas de sumisión. Y si no les
apetece mucho,los dominantes sólo necesitan aproximarse a los subordinados con
la misma postura con que acechan a las presas para despejar cualquier conato de
disputa. También los cachorros emplean las posturas de sumisión frente a los
adultos para obtener un puesto en el momento de comer de una presa (los leones,
por ejemplo, no tienen ninguna jerarquía a la hora de comer y el orden en la
mesa está dictado por la fuerza, de forma que hasta las hembras pueden dejar
sin comer a sus cachorros si la presa no es muy grande y tienen mucha
hambre). Además, todos los adultos son
capaces de regurgitar comida para alimentar a los cachorros… e incluso a otros
adultos.
En el Kruger los licaones son más
abundantes donde menos leones hay, ya que estos son sus principales predadores,
tanto de adultos como de cachorros. También las hienas moteadas pueden ser un
incordio para estos perros, porque en seguida acuden a disputarles las presas
pero no se ha encontrado una relación directa entre la abundancia de unos y de
otros, y las hienas no suelen matar a los licaones adultos. Probablemente por
la predación y competencia con otros carnívoros más grandes, la densidad media
de licaones es siempre muy baja, mucho menor de lo que la abundancia de presas
podría permitir en algunas áreas.
Por encima de leones e hienas, como siempre, el hombre
es el verdadero problema para los licaones. La fragmentación y transformación
de su hábitat y la persecución directa son sus principales amenazas. Esta
última principalmente por parte de los ganaderos, que han envenenado y
trampeado a un gran número de licaones porque donde no hay bastantes animales
salvajes, pueden tomarla con el ganado. También los perros domésticos suponen
una grave amenaza para la especie pues a veces contagian enfermedades mortales
como la rabia y el moquillo.
Cada año hay menos licaones y la
especie se considera en peligro de extinción desde los años 90 del siglo pasado.
En la actualidad, tan sólo 130 licaones sobreviven en el Kruger (en unas 19
manadas), mientras que en todo el país sólo hay un par de centenares más.
Algunos están en otros parques donde han sido reintroducidos en los últimos
años. En toda África se calcula que quedan unos 6600 licaones, de los que sólo
1400 serían adultos, con las mayores poblaciones en la zona del delta de
Okavango (Botsuana) y en el sureste de Tanzania-norte de Mozambique. Hoy en día
ninguna de las 39 poblaciones que subsisten supera los 250 animales adultos. Ni
siquiera los grandes espacios protegidos pueden garantizar la supervivencia de
esta especie que requiere inmensos espacios para subsistir, como se vio en el
Serengeti-Masai Mara (30.000 km2 entre Tanzania y Kenia) en los años
90 cuando una epidemia de moquillo transmitida por perros domésticos de la
periferia del parque casi eliminó a la población local de licaones (que sólo empezó
a recuperarse diez años después, en 2001).
Ver cara a cara una manada de
licaones salvajes es, en definitiva, un acontecimiento más que excepcional, de
los que marcan la vida de aficionados a los animales como nosotros, tanto por
su belleza, como por su particular forma de vida y su lamentable rareza.
Además, el encuentro me permitió
saldar una deuda personal con Silvia. Ella, allá por el año 2003 en nuestro
primer viaje conjunto a África negra, me dijo muy alegremente al bajar de una
furgoneta que nos llevó de Kasane a las cataratas Victoria (entre Botsuana y
Zimbabue), que le había parecido muy raro ver un pastor alemán asomándose entre
los árboles en medio de la carretera… donde no había nada más que bosque y
absolutamente ningún pueblo. “¿Un pastor alemán?”, le dije, “¿…quizás con las
orejas muy, muy grandes?”; “No lo he visto muy bien, pero me parece que sí”, me
dijo ella tan tranquila, mientras a mí me empecía a hervir la sangre, porque
obviamente, lo que Silvia había visto sin decir nada era… un licaón. Diez años
han pasado y, por fin, hemos visto juntos estos “pastores alemanes” que gustan
de alejarse tanto de la gente.
P.D. Para los aficionados a los
datos sanguinolentos, tengo que decir que no, que los licaones en libertad no
han atacado jamás a un humano.