viernes, 8 de noviembre de 2013

Beating around the bush!


Este título es un dicho (como marear la perdiz, más o menos, en español) y una canción de AC/DC, que me viene al pelo para describir mi última visita al Kruger. Esta vez me fui solo, de lunes a miércoles, con la idea de encontrar licaones y verlos con más calma. 


La idea era buena, me parece a mí, pero como me dijo un guía al que le pregunté, buscar licaones es buscar “golden dust”; o sea, que es muy difícil. Bueno, pregunté mucho por ahí, ví lo que la gente va poniendo en una página de facebook sobre avistamientos (ya estoy oyendo los abucheos…) en el Kruger y conduje muuuuchas horas (ahora abren a las 4:30 y cierran a las 18:30, lo que da para hacer más de 12 horas de campo al día descontando descansitos). Tenía localizadas dos zonas donde se estaban moviendo sendas manadas en los últimos días:

La primera –una de 30 licaones- se me escapó por los pelos: me crucé con unos señores que los habían visto 15 minutos antes a 3 km en la misma pista por donde circulábamos. Habían desaparecido en el bosque. Como consuelo (qué sufrimiento), este precioso guepardo nos deleitó la conversación durante un ratillo:

Marcando un árbol con orina
 
 
Comprobando que el público está atento
Y, de vez en cuando, los rinocerontes blancos amenizaron el paisaje:

¿Por cuánto tiempo todavía será fácil disfrutar de algo así? A este paso, no mucho...

 Y los leones:



Por cierto, que la primera noche ví una manada de leones (sólo hembras a la vista) que hicieron un intento de cazar impalas. Lástima que una de ellas fue demasiado impaciente y le estropeó la celada a otra que estaba mejor posicionada para cazar. La impaciente salió demasiado pronto corriendo a campo abierto:

Impacientilla, ella.

También me topé con un elefante macho con muy malas pulgas. A pesar de que, como siempre, esperé a que hubiera una distancia muy prudencial entre nosotros para poder pasar, el muy desconsiderado me atacó con mucha decisión sin perder un segundo. No pasó nada porque pude acelerar sin problemas, pero me dio un subidón de adrenalina muy majo. Por supuesto, no tengo fotos de ello…

Después de invertir muchas horas en buscar la manada grande, decidí probar suerte con otra que se estaba viendo con más frecuencia en las últimas semanas en otra zona (Berg-en-Dal). Allí pronto averigüé que sí, que la habían visto el día anterior en la puerta del campamento prácticamente. La mañana siguiente la pasé peinando todas las pistas y carreteras de la zona meticulosamente. Cuando me dirigía a Berg-en-Dal de nuevo a media mañana para ver si había más noticias, ví un bicho cabezón que venía trotando por la carretera hacia mí: los había encontrado. Eran las 9:15 y –como supe después- la manada llevaba desde las 7 parada a 200 metros de la puerta del campamento (donde yo había pasado la noche). Estuve disfrutando durante dos o tres horas más y cuando el calor y el cansancio se hizo demasiado me retiré a la sombra a descansar.

Eran ocho adultos y cinco cachorros medianos. Un ranger que pasó por allí nos comentó que un león había atacado al macho alfa –creo que esa misma noche- y éste tenía toda la piel del cuello levantada, formando un feo colgajo más debajo de la herida y mostrando un collar de carne viva. Renqueaba un poco pero ahí estaba aguantando el tipo, la mala bestia.

Los licaones se pasaron este tiempo yendo y viniendo de un pequeño barrizal a 300 metros carretera abajo, dándome la oportunidad de verlos en movimiento también. Ignoraban absolutamente a la gente, salvo cuando algún coche se acercaba demasiado (o sea, a menos de dos metros) o cuando pasaba alguna furgoneta con gente en la parte trasera al descubierto, lo que les asustaba.

Una suerte tremenda poder disfrutar de este espectáculo. Eso sí, la próxima vez que vayan a exhibirse a horas de dominguero que me avisen, que me ahorraré sueño y esfuerzos. O no, que para el siguiente encuentro a ver si os puedo ofrecer fotos de una cacería. Que os gusten las fotos:












Asustados por un coche


El macho alfa y su cuello rebanado



Cachorro















 
Pasando por aquí...

38ºC



miércoles, 23 de octubre de 2013

Perros pintados




Este fin de semana, de vuelta en el Parque Nacional Kruger en Sudáfrica, tuvimos por fin la oportunidad de ver licaones (Lycaon pictus). La última y única otra vez que yo los había visto fue en el año 2000 en este mismo país, pero en la reserva de Hluhluwe-Umfolozi.


El licaón, perro pintado o perro salvaje africano (wild dog en inglés), es un cánido muy particular, cuyo linaje se separó del resto de sus parientes hace unos 4 ó 5 millones de años. Una notable diferencia es que los licaones sólo tienen cuatro dedos, mientras que el resto de los cánidos tienen cinco.


Pero no es eso lo que se ve al observar un licaón por primera vez, lógicamente. Lo que se ve es un perro entre mediano y grande – de hasta 30 kg de peso- que parece muy flacucho, enjuto, pero con una cabeza muy ancha y una mandíbula inferior desproporcionadamente ancha y fuerte, y unas orejas descomunales. Y un perro pintado, porque todos tienen un pelaje parcheado a manchas blancas, negras y marrones, lo que les da un aspecto muy particular. Cada individuo tiene un pelaje diferente, pero la cola siempre es blanca en todos, aunque también puede tener manchas.



Viéndolos ahí tumbados, descansando tranquilamente en familia (había unos 6 adultos y otros tantos cachorros grandes, por lo menos), nadie diría que estos perros son de los cazadores más eficientes de África, con un éxito medio superior al de los leones y similar al de los guepardos. Mirándolos bien, son grandes bocas sobre patas corredoras, estómagos  hambrientos que cazan en manadas altamente coordinadas de las que es muy difícil escapar. Sobre todo antes del declive de la especie, cuando existían manadas de 50 individuos (hoy en día es raro ver una de más de 20 y en el Kruger, en particular, la media es de tan sólo 7 adultos por manada). 


A una velocidad de hasta 60 km/h (45 normalmente) que pueden mantener ininterrumpidamente durante varios kilómetros, las manadas de licaones arramplan con cualquier herbívoro que se les ponga por delante. Su porcentaje de éxito varía entre el 40 y el 85%, y el “éxito” se traduce para sus presas en una muerte muy dolorosa ya que no han desarrollado ninguna técnica especial para matar: simplemente derriban y comen, empezando por las partes más blandas como intestinos y otras vísceras [los guías experimentados dicen que sus clientes siempre se quedan horrorizados cuando ven este sangriento espectáculo… y no debe ser para menos]. Prefieren presas de entre 14 y 45 kg (como impalas, gacelas, crías de kudú y de ñu, etc.), pero a veces consiguen matar otras más grandes como cebras y ñúes adultos.


Tanta pericia les permite a estos animales el lujo de tener horarios fijos para sus dos comidas diarias si la caza es abundante en la zona: una al amanecer y otra al atardecer. Cada adulto necesita 3,5 kg de carne al día y raramente la consumen en forma de carroña. Dentro de sus zonas de caza, que pueden tener hasta 2000 km2, cada manada se desplaza entre 10 y 50 km al día, a un ritmo de unos 10 km/h por lo general.


Caso raro entre los carnívoros, los licaones no defienden un territorio, de forma que las áreas  de campeo de diferentes manadas pueden solaparse ampliamente; aunque si se encuentran, la mayor echará a la menor. Únicamente durante la época de reproducción se ven obligados a permanecer en las “cercanías” del cubil, hasta que los cachorros son suficientemente grandes para seguir a los adultos (a los 2 ó 2,5 meses de edad). Esta laxa territorialidad hace que, al contrario que otros cánidos, no marquen mucho el terreno con orina y sólo la pareja alfa suele hacerlo.



Los licaones tienen una marcada jerarquía social dentro de la manada. O más bien dos: una para las hembras y otra para los machos. Cada manada está dominada por la pareja “alfa” (macho y hembra), que son los únicos reproductores normalmente. Con la ayuda de otros adultos, la pareja alfa cría una media de 10 cachorros al año. Nacen más machos que hembras (59%) y en la población adulta los primeros son dos o tres veces más abundantes que las segundas. Cuando crecen, los cachorros se quedan en la manada sólo si son machos, mientras que las hembras deben emigrar y buscar otras en las que establecerse. Es también una particularidad de los licaones, ya que en los cánidos suele ser al revés. 

No termina ahí la estrategia de los licaones para evitar la consanguinidad, ya que si dos o más hermanas que se hayan separado de sus padres se encuentran con machos con los que establecer una nueva manada, la o las hermanas subordinadas dejarán a la dominante con los machos (formando una nueva pareja alfa con uno de ellos) y emigrarán de nuevo, formando sucesivas parejas alfas cada una si hay suerte. Si no, las hembras subordinadas se quedarán en la manada de su hermana dominante para ayudar (junto con los machos subordinados) a criar los cachorros de la pareja alfa. 


Entre los miembros de una manada son muy raras las agresiones. A diferencia de otros animales sociales, los licaones basan sus relaciones en la sumisión. Los dominantes no necesitan hacer valer su posición jerárquica mediante posturas agresivas, más bien los subordinados expresan la suya mediante posturas de sumisión. Y si no les apetece mucho,los dominantes sólo necesitan aproximarse a los subordinados con la misma postura con que acechan a las presas para despejar cualquier conato de disputa. También los cachorros emplean las posturas de sumisión frente a los adultos para obtener un puesto en el momento de comer de una presa (los leones, por ejemplo, no tienen ninguna jerarquía a la hora de comer y el orden en la mesa está dictado por la fuerza, de forma que hasta las hembras pueden dejar sin comer a sus cachorros si la presa no es muy grande y tienen mucha hambre).  Además, todos los adultos son capaces de regurgitar comida para alimentar a los cachorros… e incluso a otros adultos.

En el Kruger los licaones son más abundantes donde menos leones hay, ya que estos son sus principales predadores, tanto de adultos como de cachorros. También las hienas moteadas pueden ser un incordio para estos perros, porque en seguida acuden a disputarles las presas pero no se ha encontrado una relación directa entre la abundancia de unos y de otros, y las hienas no suelen matar a los licaones adultos. Probablemente por la predación y competencia con otros carnívoros más grandes, la densidad media de licaones es siempre muy baja, mucho menor de lo que la abundancia de presas podría permitir en algunas áreas.

Por encima de leones e hienas, como siempre, el hombre es el verdadero problema para los licaones. La fragmentación y transformación de su hábitat y la persecución directa son sus principales amenazas. Esta última principalmente por parte de los ganaderos, que han envenenado y trampeado a un gran número de licaones porque donde no hay bastantes animales salvajes, pueden tomarla con el ganado. También los perros domésticos suponen una grave amenaza para la especie pues a veces contagian enfermedades mortales como la rabia y el moquillo.


Cada año hay menos licaones y la especie se considera en peligro de extinción desde los años 90 del siglo pasado. En la actualidad, tan sólo 130 licaones sobreviven en el Kruger (en unas 19 manadas), mientras que en todo el país sólo hay un par de centenares más. Algunos están en otros parques donde han sido reintroducidos en los últimos años. En toda África se calcula que quedan unos 6600 licaones, de los que sólo 1400 serían adultos, con las mayores poblaciones en la zona del delta de Okavango (Botsuana) y en el sureste de Tanzania-norte de Mozambique. Hoy en día ninguna de las 39 poblaciones que subsisten supera los 250 animales adultos. Ni siquiera los grandes espacios protegidos pueden garantizar la supervivencia de esta especie que requiere inmensos espacios para subsistir, como se vio en el Serengeti-Masai Mara (30.000 km2 entre Tanzania y Kenia) en los años 90 cuando una epidemia de moquillo transmitida por perros domésticos de la periferia del parque casi eliminó a la población local de licaones (que sólo empezó a recuperarse diez años después, en 2001). 


Ver cara a cara una manada de licaones salvajes es, en definitiva, un acontecimiento más que excepcional, de los que marcan la vida de aficionados a los animales como nosotros, tanto por su belleza, como por su particular forma de vida y su lamentable rareza.


Además, el encuentro me permitió saldar una deuda personal con Silvia. Ella, allá por el año 2003 en nuestro primer viaje conjunto a África negra, me dijo muy alegremente al bajar de una furgoneta que nos llevó de Kasane a las cataratas Victoria (entre Botsuana y Zimbabue), que le había parecido muy raro ver un pastor alemán asomándose entre los árboles en medio de la carretera… donde no había nada más que bosque y absolutamente ningún pueblo. “¿Un pastor alemán?”, le dije, “¿…quizás con las orejas muy, muy grandes?”; “No lo he visto muy bien, pero me parece que sí”, me dijo ella tan tranquila, mientras a mí me empecía a hervir la sangre, porque obviamente, lo que Silvia había visto sin decir nada era… un licaón. Diez años han pasado y, por fin, hemos visto juntos estos “pastores alemanes” que gustan de alejarse tanto de la gente.


P.D. Para los aficionados a los datos sanguinolentos, tengo que decir que no, que los licaones en libertad no han atacado jamás a un humano.