lunes, 10 de septiembre de 2012

Caminando por el Cañón del Río Fish



Casi sin comerlo ni beberlo, he tenido la oportunidad de visitar el Fish River Canyon. Este cañón, el segundo más largo del mundo y el mayor de África (aunque la Garganta del Nilo Azul, en Etiopía, podría bien ser mayor), es el segundo lugar más visitado de Namibia, sólo por detrás de Etosha. La mayoría de la gente se contenta con echarle un vistazo desde los diferentes miradores que hay en su extremo superior, pero nosotros hemos recorrido el fondo a pie durante tres días y medio. Tras tres deserciones en el último minuto por causa sobrevenida, componíamos el grupo finalista mis amigos Lande y Laura –que repetía- y un servidor.

Otra vista del cañón desde un mirador
El “Fish River Hike” tiene la reputación de ser una de las rutas de senderismo más duras del continente y atrae a tantos caminantes –siempre hay gente, lo que ofrece más tranquilidad en caso de percance grave- que hay que reservar con un año de antelación. Sólo hay permisos para 30 caminantes al día, así que fue una suerte inmensa que unos amigos aprovecharan una cancelación para obtener el permiso… y que me avisaran para que me pudiera apuntar, cuando ya no contaba con tener esa oportunidad.

El río Fish (vaya nombre…) es un afluente del Orange, que constituye la frontera meridional de Namibia con Sudáfrica. Es una zona muy seca y desarbolada, con temperaturas extremas, y con poquísima población humana, dentro del Parque Nacional Transfronterizo de Ai-Ais Richtersveld.

El cañón en sí tiene una longitud de 160 km, una profundidad máxima de 550 m y una anchura que varía entre los 500 m y los 27 kilómetros. El río no es permanente, y en este año de lluvias normales, está bastante seco ya ahora que nos acercamos al final de la época seca, aunque quedan suficientes tramos con agua para beber y bañarse. Sin manantiales de agua potable, hay que depender de las pastillas potabilizadoras y cargar con todos los demás suministros y materiales a la espalda (nada a lo que no esté acostumbrado un aficionado a andar por las sierras españolas, por ejemplo, pero que aquí les debe parecer raro a los turistas de coche y camping). El recorrido se realiza, normalmente, en 4 ó 5 días, a gusto de cada uno. Nosotros llevamos un peso de entre 9 y 12 kg al principio de la marcha, lo que no es excesivo. No hace falta tienda porque no hay leones ni hienas moteadas, afortunadamente. 

Lande, Laura y Nacho: "¡Ay que emoción, que vamos para abajo!"
Debido al calor y la falta de agua, sólo se puede recorrer el cañón entre mayo y mediados de septiembre, en grupos de 3 personas como mínimo.

La gracia de la caminata es que sólo hay una salida de emergencia a los 15 km de comenzar, que va a salir a una pista en la parte alta por la que no pasa ni el tato y que queda bien lejos de cualquier sitio civilizado. Por supuesto, dentro del Cañón no hay cobertura, aunque en teoría se puede llamar siempre al 112 aún sin ésta (un día va a haber que comprobarlo). Por todo esto, al inicio de la marcha se exige un certificado médico de buena salud y prueba de cobertura médica (por cierto, que seis días después de acabar la marcha me ha dado un cólico nefrítico, seguramente, que habría sido un infierno en el cañón…). No hay señales (excepto unas pintadas marcando cada decena de kilómetros y unas pequeñas flechas indicando un par de atajos), ni refugios, ni guías.

Después de haber visto en su día el Cañón del Colorado, el Fish parece un juguete al primer vistazo, pero conforme se adentra uno en él se aprecia que tampoco es ninguna broma y que es un lugar muy bello. 

Vistas espectaculares en la bajada

La marcha comienza con una empinada bajada de 500 metros de desnivel que hay que tomarse con mucha calma para no cargar las rodillas y aguantar bien el resto del camino. La primera visión del cañón desde abajo, a pie de río, es apoteósica:

Sol y playa, pero... ¿y el chiringuito?

La marcha acompaña al río en su descenso, por lo que la primera parte del camino transcurre por la parte más cerrada y espectacular del cañón, que va perdiendo profundidad y ganando anchura progresivamente. Los meandros son a veces muy cerrados y abundan los bancos de arena, los pedregales de cantos rodados (a veces de un par de kilómetros de largo) y los derrumbes rocosos que hay que sortear como las cabras. También es necesario cruzar el río en varios puntos, lo que este año es fácil por la escasez de agua. Las dificultades del terreno ponen a prueba los tobillos y las piernas, más que la longitud del recorrido, hacen la marcha bastante lenta y trabajosa. También hay que saber encontrar los buenos pasos por la orilla para evitar los tramos más difíciles, adelantar por dónde hay que cruzar el río, interpretar bien el mapa para no perderse (más fácil de lo que parece), etc., o sea, tener un poco de experiencia campera de verdad. Vimos gente que estaría en forma, pero que parecían más despistados que un pulpo en un garaje y no atinaban con los buenos pasos, con lo que avanzaban a paso de tortuga, y otros cargados con unos mochilones gigantes repletos de comida que tampoco avanzaban un comino… Espero que llegaran todos bien al final, pero no era obvio.

...A chupar pedregal
 
El primer día hicimos 17 km, apretando al final el paso ya de noche para llegar a una meta que bien merecía la pena: ¡el manantial sulfuroso de Palm Spring! 

Después de la paliza, nos dimos un baño maravilloso en la confluencia del manantial con el ruido, en unas pozas rocosas bajo la luz de la luna llena; una maravilla para el cuerpo que todavía está acostumbrándose al esfuerzo. Que se lo digan a Lande, al que sólo el hambre consiguió sacarle del agua caliente. Después de la cena, un mullido banco de arena nos sirvió de cama. Poco antes de amanecer llovió un poco, pero no lo suficiente para que se nos empaparan los sacos (aquí no hay quien consiga una funda de vivac).

[Omito la foto del baño por no quedarme sin amigos. A cambio os pongo este bonito panorama]


[Nota de última hora: El comité de defensa de la moral de Namibia se ha muerto de envidia al ver la foto siguiente, así que procedo a publicarla inmediatamente]:

El chamán Lande en plena sulfuración, o la viva imagen de la felicidad

El segundo día hicimos unos 27 km, parando largo y tendido a desayunar, a bañarnos y a descansar cada vez que nos venía en gana. Estuvo nublado durante toda la mañana, lo que hacía resaltar mucho los matices de los colores del paisaje y nos permitió andar ligeros y sin calores. Al atardecer de nuevo nos instalamos en un banco de arena al borde de una poza, y los ungüentos del chamán de Otjiwarongo nos sirvieron para darnos unos masajes reconfortantes en los hombros, bastante doloridos por la falta de costumbre de cargar peso. En años venideros, adiestraremos a los babuinos para que se hagan cargo de estos menesteres y para que nos lleven las mochilas, ya que nos ponemos. También pensamos enseñarles a subir en busca de birra al camping que está al principio del recorrido. Nos vamos a forrar.

Lección gratis de masaje para los babuinos

En el cañón se ven muy pocos animales, tan sólo algunos damanes, ardillas terrestres, lagartijas y contados pájaros (collalbas de montaña, bulbules, familiar chats, suimangas, aviones roqueros, algún cernícalo, una pareja de águilas de Verraux, ratoneros…). Por todas partes hay huellas: sobre todo de babuinos, aunque se dejan ver poco, de chacales, oríces, kudúes y algunas cebras de montaña, que no se dejan ver en absoluto. Alguien había marcado el rastro de un caracal, y de leopardo no encontramos ni eso. Al final, sólo vimos un gran kudú macho que había bajado a beber al río y unos babuinos que esperaban a que nos fuéramos para hacer lo propio. En las laderas rocosas deben abundar los antílopes saltarrocas (klipspringers), pero no vimos ninguno, y eso que son animales fáciles de ver. 

El tercer día encontramos sin problemas los atajos que permiten recortar en 10 km el recorrido (que sin ellos es de 85 km), y que al transcurrir por colinas aportan más variedad en las vistas y en el terreno que se pisa. De hecho, aunque suponen unas pequeñas subidas y bajadas, sirven para descansar un poco y caminar a ritmo más regular. Al final del segundo atajo se encuentra la tumba de Van Trotha, el sobrino del célebre (aquí) militar alemán, que cuando Namibia fue colonia de ese país tuvo la feliz idea de intentar exterminar a dos etnias nativas: los herero y los nama, con campos de trabajos forzados incluidos. Su sobrino cuyos restos aquí yacen fue víctima de un malentendido con los nama que le dispararon cuando parlamentaba con ellos creyendo que les tendía una trampa, aunque en realidad iba desarmado.

¿De verdad que hoy también toca cenar noodles?

Por fin el sol aprieta con ganas y como escasea la sombra, el calor se hace notar mucho a pesar del baño al mediodía. Al retomar la marcha por la tarde, tenemos que atravesar una larga planicie sin sombra y con un sol de justicia que nos pone realmente a prueba. Al fin llegamos a un arenal a la sombra de la pared del cañón y yo, que he chupado demasiado sol bajo el paupérrimo taray bajo el que hemos comido, me tengo que parar un buen rato a rehidratarme y a recuperarme del calentón. La historia no tiene más consecuencias y seguimos un rato en busca ya de un buen sitio para dormir, pero el sol está ya muy bajo y tenemos que conformarnos con un pedregoso y pequeño banco de arena, si no queremos tener que cruzar otro pedregal antes de encontrar algo mejor. Cualquier sitio es bueno y dormimos como bebés de nuevo, con unos 20 km más a la espalda, tras tratarnos algunas ampollas sin importancia a punta de navaja. 

Congestión en el cañón

El último día (el cuarto) nos levantamos con calma porque nos queda ya poco para llegar al final y nos da pena. El cañón está ya muy abierto y las paredes son bastante bajitas, aquí ya parece que estamos más en una rambla almeriense que en el Fish River. El agua empieza a escasear mucho y las pozas son muy poco profundas para bañarse. Tan sólo nos quedan unos 11 km, así que avanzamos con calma y parando largamente a la sombra de los tarays para dar cuenta de los últimos frutos secos y los últimos tragos de agua potabilizada, que tan rica sabe… Sobrepasamos la pintada de 80 km (sin atajos) y empezamos a ver gente sin mochila, que ha llegado hasta aquí desde el final del recorrido. Hay conducciones de agua y hasta una presa y tras un último arenal y sólo 3 h de marcha, llegamos al final del recorrido…

¡El balneario de Ai-Ais! Como en cualquier buena película, después de la palicilla llega la “recompensa”: un balneario completo con camping, bar, restaurante, piscina de agua caliente y termas ( y también hay habitaciones para los que quieran más lujo). Lo de la recompensa no es cierto, claro, es más bien un suplemento porque la recompensa estaba en el propio camino, pero pasado el minuto de pena por el final de la aventurilla, no hay quien haga de menos a las cervezas frías a la sombra, que caen una tras otra, ni a la comida abundante y que no se parece en nada a los “noodles” de las últimas noches.

El resto de la tarde lo pasamos descansando en las termas, sesteando y bañándonos en agua ardiente y relajante, y lo rematamos todo con otra buena comida por la noche.

Y, por fin, al día siguiente emprendemos el viaje de vuelta, salpicado en los primeros kilómetros por decenas de animales que ahora sí que han venido a saludar a los sonrientes caminantes: kudúes, cebras, oríces, avestruces, springboks… En ocho horitas más llegamos a casa, sanos, salvos y felices como perdices por la suerte que hemos tenido de poder hacer esta marcha tan espectacular. Gracias desde aquí a la sufrida y frustrada organizadora, Ana, y a los inmejorables compañeros de caminata: Laura y Lande. Y también a mis botas, que entregaron el alma en lo que se refiere a caminatas largas, pero que afortunadamente aguantaron la ruina incipiente.

¡Salid, chicos, que ya se han ido todos!