Casi sin comerlo ni beberlo, he tenido la oportunidad de
visitar el Fish River Canyon. Este cañón, el segundo más largo del mundo y el
mayor de África (aunque la Garganta del Nilo Azul, en Etiopía, podría bien ser
mayor), es el segundo lugar más visitado de Namibia, sólo por detrás de Etosha.
La mayoría de la gente se contenta con echarle un vistazo desde los diferentes
miradores que hay en su extremo superior, pero nosotros hemos recorrido el
fondo a pie durante tres días y medio. Tras tres deserciones en el último
minuto por causa sobrevenida, componíamos el grupo finalista mis amigos Lande y
Laura –que repetía- y un servidor.
Otra vista del cañón desde un mirador |
El “Fish River Hike” tiene la reputación de ser una de las
rutas de senderismo más duras del continente y atrae a tantos caminantes –siempre
hay gente, lo que ofrece más tranquilidad en caso de percance grave- que hay
que reservar con un año de antelación. Sólo hay permisos para 30 caminantes al
día, así que fue una suerte inmensa que unos amigos aprovecharan una
cancelación para obtener el permiso… y que me avisaran para que me pudiera
apuntar, cuando ya no contaba con tener esa oportunidad.
El río Fish (vaya nombre…) es un afluente del Orange, que
constituye la frontera meridional de Namibia con Sudáfrica. Es una zona muy
seca y desarbolada, con temperaturas extremas, y con poquísima población humana,
dentro del Parque Nacional Transfronterizo de Ai-Ais Richtersveld.
El cañón en sí tiene una longitud de 160 km, una profundidad
máxima de 550 m y una anchura que varía entre los 500 m y los 27 kilómetros. El
río no es permanente, y en este año de lluvias normales, está bastante seco ya
ahora que nos acercamos al final de la época seca, aunque quedan suficientes
tramos con agua para beber y bañarse. Sin manantiales de agua potable, hay que
depender de las pastillas potabilizadoras y cargar con todos los demás
suministros y materiales a la espalda (nada a lo que no esté acostumbrado un aficionado
a andar por las sierras españolas, por ejemplo, pero que aquí les debe parecer
raro a los turistas de coche y camping). El recorrido se realiza, normalmente,
en 4 ó 5 días, a gusto de cada uno. Nosotros llevamos un peso de entre 9 y 12
kg al principio de la marcha, lo que no es excesivo. No hace falta tienda
porque no hay leones ni hienas moteadas, afortunadamente.
Lande, Laura y Nacho: "¡Ay que emoción, que vamos para abajo!" |
Debido al calor y la falta de agua, sólo se puede recorrer
el cañón entre mayo y mediados de septiembre, en grupos de 3 personas como
mínimo.
La gracia de la caminata es que sólo hay una salida de
emergencia a los 15 km de comenzar, que va a salir a una pista en la parte alta
por la que no pasa ni el tato y que queda bien lejos de cualquier sitio
civilizado. Por supuesto, dentro del Cañón no hay cobertura, aunque en teoría
se puede llamar siempre al 112 aún sin ésta (un día va a haber que
comprobarlo). Por todo esto, al inicio de la marcha se exige un certificado
médico de buena salud y prueba de cobertura médica (por cierto, que seis días
después de acabar la marcha me ha dado un cólico nefrítico, seguramente, que
habría sido un infierno en el cañón…). No hay señales (excepto unas pintadas
marcando cada decena de kilómetros y unas pequeñas flechas indicando un par de
atajos), ni refugios, ni guías.
Después de haber visto en su día el Cañón del Colorado, el
Fish parece un juguete al primer vistazo, pero conforme se adentra uno en él se
aprecia que tampoco es ninguna broma y que es un lugar muy bello.
Vistas espectaculares en la bajada |
La marcha comienza con una empinada bajada de 500 metros de
desnivel que hay que tomarse con mucha calma para no cargar las rodillas y
aguantar bien el resto del camino. La primera visión del cañón desde abajo, a
pie de río, es apoteósica:
Sol y playa, pero... ¿y el chiringuito? |
La marcha acompaña al río en su descenso, por lo que la
primera parte del camino transcurre por la parte más cerrada y espectacular del
cañón, que va perdiendo profundidad y ganando anchura progresivamente. Los
meandros son a veces muy cerrados y abundan los bancos de arena, los pedregales
de cantos rodados (a veces de un par de kilómetros de largo) y los derrumbes
rocosos que hay que sortear como las cabras. También es necesario cruzar el río
en varios puntos, lo que este año es fácil por la escasez de agua. Las
dificultades del terreno ponen a prueba los tobillos y las piernas, más que la
longitud del recorrido, hacen la marcha bastante lenta y trabajosa. También hay
que saber encontrar los buenos pasos por la orilla para evitar los tramos más
difíciles, adelantar por dónde hay que cruzar el río, interpretar bien el mapa
para no perderse (más fácil de lo que parece), etc., o sea, tener un poco de
experiencia campera de verdad. Vimos gente que estaría en forma, pero que
parecían más despistados que un pulpo en un garaje y no atinaban con los buenos
pasos, con lo que avanzaban a paso de tortuga, y otros cargados con unos
mochilones gigantes repletos de comida que tampoco avanzaban un comino… Espero
que llegaran todos bien al final, pero no era obvio.
...A chupar pedregal |
El primer día hicimos 17 km, apretando al final el paso ya de
noche para llegar a una meta que bien merecía la pena: ¡el manantial sulfuroso
de Palm Spring!
Después de la paliza, nos dimos un baño maravilloso en la
confluencia del manantial con el ruido, en unas pozas rocosas bajo la luz de la
luna llena; una maravilla para el cuerpo que todavía está acostumbrándose al esfuerzo.
Que se lo digan a Lande, al que sólo el hambre consiguió sacarle del agua
caliente. Después de la cena, un mullido banco de arena nos sirvió de cama.
Poco antes de amanecer llovió un poco, pero no lo suficiente para que se nos
empaparan los sacos (aquí no hay quien consiga una funda de vivac).
[Omito la foto del baño por no quedarme sin amigos. A cambio os pongo este bonito panorama]
[Nota de última hora: El comité de defensa de la moral de Namibia se ha muerto de envidia al ver la foto siguiente, así que procedo a publicarla inmediatamente]:
El chamán Lande en plena sulfuración, o la viva imagen de la felicidad |
El segundo día hicimos unos 27 km, parando largo y tendido a
desayunar, a bañarnos y a descansar cada vez que nos venía en gana. Estuvo
nublado durante toda la mañana, lo que hacía resaltar mucho los matices de los
colores del paisaje y nos permitió andar ligeros y sin calores. Al atardecer de
nuevo nos instalamos en un banco de arena al borde de una poza, y los ungüentos
del chamán de Otjiwarongo nos sirvieron para darnos unos masajes reconfortantes
en los hombros, bastante doloridos por la falta de costumbre de cargar peso. En años venideros, adiestraremos a los
babuinos para que se hagan cargo de estos menesteres y para que nos lleven las
mochilas, ya que nos ponemos. También pensamos enseñarles a subir en busca de
birra al camping que está al principio del recorrido. Nos vamos a forrar.
Lección gratis de masaje para los babuinos |
En el cañón se ven muy pocos animales, tan sólo algunos
damanes, ardillas terrestres, lagartijas y contados pájaros (collalbas de
montaña, bulbules, familiar chats, suimangas, aviones roqueros, algún
cernícalo, una pareja de águilas de Verraux, ratoneros…). Por todas partes hay
huellas: sobre todo de babuinos, aunque se dejan ver poco, de chacales, oríces,
kudúes y algunas cebras de montaña, que no se dejan ver en absoluto. Alguien
había marcado el rastro de un caracal, y de leopardo no encontramos ni eso. Al
final, sólo vimos un gran kudú macho que había bajado a beber al río y unos
babuinos que esperaban a que nos fuéramos para hacer lo propio. En las laderas
rocosas deben abundar los antílopes saltarrocas (klipspringers), pero no vimos
ninguno, y eso que son animales fáciles de ver.
El tercer día encontramos sin problemas los atajos que
permiten recortar en 10 km el recorrido (que sin ellos es de 85 km), y que al
transcurrir por colinas aportan más variedad en las vistas y en el terreno que
se pisa. De hecho, aunque suponen unas pequeñas subidas y bajadas, sirven para
descansar un poco y caminar a ritmo más regular. Al final del segundo atajo se
encuentra la tumba de Van Trotha, el sobrino del célebre (aquí) militar alemán,
que cuando Namibia fue colonia de ese país tuvo la feliz idea de intentar
exterminar a dos etnias nativas: los herero y los nama, con campos de trabajos
forzados incluidos. Su sobrino cuyos restos aquí yacen fue víctima de un
malentendido con los nama que le dispararon cuando parlamentaba con ellos
creyendo que les tendía una trampa, aunque en realidad iba desarmado.
¿De verdad que hoy también toca cenar noodles? |
Por fin el sol aprieta con ganas y como escasea la sombra,
el calor se hace notar mucho a pesar del baño al mediodía. Al retomar la marcha
por la tarde, tenemos que atravesar una larga planicie sin sombra y con un sol
de justicia que nos pone realmente a prueba. Al fin llegamos a un arenal a la
sombra de la pared del cañón y yo, que he chupado demasiado sol bajo el
paupérrimo taray bajo el que hemos comido, me tengo que parar un buen rato a
rehidratarme y a recuperarme del calentón. La historia no tiene más
consecuencias y seguimos un rato en busca ya de un buen sitio para dormir, pero
el sol está ya muy bajo y tenemos que conformarnos con un pedregoso y pequeño
banco de arena, si no queremos tener que cruzar otro pedregal antes de
encontrar algo mejor. Cualquier sitio es bueno y dormimos como bebés de nuevo,
con unos 20 km más a la espalda, tras tratarnos algunas ampollas sin
importancia a punta de navaja.
Congestión en el cañón |
El último día (el cuarto) nos levantamos con calma porque
nos queda ya poco para llegar al final y nos da pena. El cañón está ya muy
abierto y las paredes son bastante bajitas, aquí ya parece que estamos más en
una rambla almeriense que en el Fish River. El agua empieza a escasear mucho y
las pozas son muy poco profundas para bañarse. Tan sólo nos quedan unos 11 km,
así que avanzamos con calma y parando largamente a la sombra de los tarays para
dar cuenta de los últimos frutos secos y los últimos tragos de agua
potabilizada, que tan rica sabe… Sobrepasamos la pintada de 80 km (sin atajos)
y empezamos a ver gente sin mochila, que ha llegado hasta aquí desde el final
del recorrido. Hay conducciones de agua y hasta una presa y tras un último
arenal y sólo 3 h de marcha, llegamos al final del recorrido…
¡El balneario de Ai-Ais! Como en cualquier buena película,
después de la palicilla llega la “recompensa”: un balneario completo con
camping, bar, restaurante, piscina de agua caliente y termas ( y también hay
habitaciones para los que quieran más lujo). Lo de la recompensa no es cierto,
claro, es más bien un suplemento porque la recompensa estaba en el propio
camino, pero pasado el minuto de pena por el final de la aventurilla, no hay
quien haga de menos a las cervezas frías a la sombra, que caen una tras otra,
ni a la comida abundante y que no se parece en nada a los “noodles” de las
últimas noches.
El resto de la tarde lo pasamos descansando en las termas,
sesteando y bañándonos en agua ardiente y relajante, y lo rematamos todo con
otra buena comida por la noche.
Y, por fin, al día siguiente emprendemos el viaje de vuelta,
salpicado en los primeros kilómetros por decenas de animales que ahora sí que
han venido a saludar a los sonrientes caminantes: kudúes, cebras, oríces,
avestruces, springboks… En ocho horitas más llegamos a casa, sanos, salvos y
felices como perdices por la suerte que hemos tenido de poder hacer esta marcha
tan espectacular. Gracias desde aquí a la sufrida y frustrada organizadora,
Ana, y a los inmejorables compañeros de caminata: Laura y Lande. Y también a
mis botas, que entregaron el alma en lo que se refiere a caminatas largas, pero
que afortunadamente aguantaron la ruina incipiente.
¡Salid, chicos, que ya se han ido todos! |