Foto: Liliana Pachecho en busca de chimpancés (Senegal)
La semana pasada tuvimos el privilegio de acompañar a Liliana Pacheco, primatóloga española que trabaja para el Instituto Jane Goodall de España (http://www.janegoodall.es/) estudiando estos chimpancés en un pueblo de la zona. Hablo en plural, porque a este viaje se han apuntado mi hermano Fernando y mi amigo Iñaki Zabala (foto 0), dos apasionados de la naturaleza y de los viajes, y experimentados compañeros a prueba de bombas… y de costra (fotos 1 y 2).
El Instituto me ha encargado, junto a Liliana y otros colaboradores, seleccionar el contenido para unos carteles divulgativos que se instalarán en los “campamentos” turísticos de la región. Esta ha sido mi primera visita a la zona: un poco rápida, pero muy productiva.
Desde Dakar nos fuimos directamente al Parque Nacional de Niokolo Koba (sobre el que ya he escrito antes en este blog), aprovechando que está de camino, que íbamos bien de tiempo y que llegamos relativamente pronto a la entrada, en Dar Salam (foto 3). Allí tuvimos la suerte de encontrar al mismo guía que tuve la otra vez, Ibrahima Kanté, y nos adentramos en el Parque a media tarde, llegando al hotel Simenti al anochecer.
Es la estación seca y el Niokolo tiene una apariencia completamente distinta de la del mes de junio pasado, cuando estaban empezando las lluvias. Pasamos también la mañana siguiente allí, dando una vuelta en barca por el río Gambia desde el mismo hotel (foto 4). En las 24 horas que estuvimos, vimos una buena variedad de mamíferos y otros animales (para los aficionados a las aves también es un sitio estupendo). Insisto, no os fiéis de las guías de viajes, la densidad de grandes animales es muy baja pero merece la pena visitar el Parque si vais a Senegal y tenéis suficiente tiempo (está a unas 10 horas de Dakar).
Para que os hagáis una idea: vimos hipopótamos (foto 5), cocodrilos, antílopes kobos (Kobus kob), acuáticos (Kobus ellipsiprymnus defassa) y jeroglíficos (Tragelaphus scriptus), oribi (Ourebia oribi), cefalofos o “duikers” (Cephalophus rufilatus), facóceros (Phacochoerus africanus, foto 6), mangostas rayadas (Mungos mungo), ardillas terrestres (Euxerus erythropus) y arborícolas (Heliosciurus gambianus), papiones (Papio papio), monos patas (foto 7, Erythrocebus patas) y verdes (foto 8, Chlorocebus sabaeus). Por si no fuera bastante, tuvimos la suerte de ver una civeta (Civettictis civetta) –una especie de gineta mega-desarrollada- corriendo como una loca en la orilla de la laguna de Simenti. También las aves nos agasajaron en el mismo lugar: una pareja de pollos de pigargos africanos (Haliaaetus vocifer, el “águila pescadora” africana) disputándose el pescado que les trajo un adulto. Y ya cerca del final de la visita, la guinda. Cuando estábamos medio asobinados por el calor y el traqueteo del camino (hay que permanecer en el coche casi siempre, foto 9), espantamos a un leopardo que hacía la siesta. Bajamos a buscarlo y conseguimos avistarlo un segundito, sentado y mirándonos desde la espesura a pocos metros. Tras una pequeña persecución a pie para intentar verlo mejor –no hagáis esto en casa-, lo volvimos a ver un milisegundo poniendo pies en polvorosa (Vd. perdone).
Así que, señores y señoras, ahora sí que puedo contar con toda seguridad… ¡mi vigésimo leopardo! Eso nos deparó el Niokolo-Koba, que no es moco de pavo.
Después recogimos a Lili en Kedougou, la última “gran” ciudad de la zona, y enfilamos hacia el pueblo donde vive. Como hicimos el trayecto de noche por una pista infernal –son 30 km pero se tardan al menos 2 horas- aprovechamos para, foco de mano en ristre, hacer un safari nocturno con el coche. Ya no estábamos en un área protegida, no había grandes bichos, pero sí algunos muy interesantes. Vimos unos cuantos gálagos (Galago senegalensis, lo que en inglés se llama “bush-baby”), que son un tipo de primate primitivo, del tamaño de una ardilla, grandes ojos de búho (son nocturnos), que se desplazan entre los árboles dando unos saltos horizontales increíbles. Comen insectos y resina, pero lo que era más interesante para Lili, que los veía por primera vez en libertad, es que a su vez los gálagos son una fuente de proteínas habitual para los chimpancés de la zona, que los ensartan con palos en los agujeros de los árboles donde se refugian durante el día. También vimos un par de ginetas (Genetta genetta) y un espectacular chotacabras “estandarte” (Macrodipteryx longipennis), un ave nocturna que arrastra en la parte posterior de la punta de sus alas dos larguísimas plumas que le dan un extraño aspecto de cometa (¡Pablo, JJ: por fin me he puesto al día!).
Una vez en el pueblo, los días han transcurrido básicamente a la búsqueda de los chimpancés y de sus rastros. Liliana (foto 10) lleva tan sólo 6 meses allí, por lo que el trabajo de habituación de los chimpancés (es decir, conseguir que se habitúen a la presencia cercana de humanos para poder estudiar su comportamiento con detalle), no ha hecho más que empezar… y se tardan cinco años en conseguirlo en este tipo de ambiente. Liliana cuenta para ello con la imprescindible colaboración de dos asistentes de campos senegaleses: Diva, una mujer, y Dauda, un hombre, y entre los tres componen un magnífico equipo.
El área de campeo del grupo de chimpancés en el que se han centrado es de unos pocos kilómetros (en esta época del año) a lo largo de una ladera boscosa muy cercana al pueblo (fotos 11 y 12). En un sitio tan esquilmado de grandes mamíferos como éste, resulta casi increíble que los chimpancés, animales tan notorios, hayan sobrevivido hasta la fecha. En parte se debe a las creencias locales, según las cuales si un chimpancé llega a tocarte, quiere decir que alguien te ha echado mal de ojo, por lo que la gente de aquí no tiene ningún interés en acercarse a ellos. Tampoco lo consideran un animal comestible, por suerte.
La jornada típica de Liliana consiste en subir a la ladera al amanecer para buscar los “nidos” en los que han dormido los chimpancés la noche anterior (foto 13). Estos nidos son camas que hacen retorciendo ramas en los árboles, y siempre usan uno nuevo cada noche. Suelen dormir agrupados, y como hay una cama por individuo, se puede saber el número aproximado de chimpancés, que en el caso del grupo de estudio es de 6 adultos y una cría. Para alegría de Iñaki (foto 14 y vídeo 1), resulta muy interesante trepar a los nidos para coger pelos (con el fin de hacer estudios genéticos, foto 15) y restos de comida (foto 16). Bajo los nidos se recogen los excrementos que pueda haber, para analizarlos posteriormente y ver qué frutos, insectos, semillas y otros alimentos (foto 17) componen la dieta de estos animales (sí, la zoología es muy escatológica, ya se sabía). Tras tomar todos los datos posibles de los encames y recoger todas las muestras (foto 18), se intenta seguir el rastro de los chimpancés durante todo el resto de la mañana, alternando con paradas prolongadas para intentar detectarlos a la escucha (foto 19), grabar los sonidos si es posible e intentar averiguar qué actividad están desarrollando en el momento. Y cuando hay mucha, mucha suerte, se puede llegar a verlos fugazmente –por ahora- adentrándose en el bosque.
Esta vez no tuvimos mucha suerte con la parte visual, y sólo Fernando e Iñaki pudieron atisbarlos un momentito a gran distancia con prismáticos, un día que trepamos a la ladera de enfrente y los oímos gritando a lo lejos. Sin embargo, si llegamos a oírlos muy cerca en varias ocasiones, y en una de ellas se dedicaron a remover grandes piedras y a pegar unos berridos absolutamente impresionantes (los chimpancés son animales grandes, de unos 40-50 kg y con la fuerza de seis hombres). Ese día en concreto, fue muy emocionante amanecer a 150 metros del encame, y a 50 metros de un manantial al que estábamos convencidos que iban a bajar a abrevar, pero decidieron no bajar y se marcharon sin saludar.
La jornada continúa y el calor (38º a la sombra) pega con fuerza. Al mediodía los chimpancés se refugian en lo más espeso del bosque (foto 20) y no reprenden la actividad hasta la tarde, así que si no hay contacto directo no resulta muy interesante continuar siguiéndolos (eso cambiará cuando se habitúen a la presencia de los investigadores). Para nosotros no hay problema, en el pueblo hay un campamento turístico con nevera y… ¡cervezas frías! Las cervezas que más rápido caen a este lado del río Gambia, desde luego, ¡viva el lujo y quien lo trujo!.
Esto no forma parte de la rutina de Liliana, pero a todo se acomoda uno. Después, comida en casa –las ventajas de tener chimpancés a 1-3 km del hogar-, siestecita si da tiempo y, normalmente, trabajo de gabinete y análisis de lo traído del monte (ejem, sí, caca básicamente).
Por la tarde, nueva subida al monte para seguir rastreando a los chimpancés e intentar detectar dónde van a pasar la noche, para recomenzar en ese punto al día siguiente. Y nosotros, más cervezas, por supuesto (fotos 21 y 22).
Estos días, alternamos el trabajo con los chimpancés con visitas y entrevistas en los campamentos de los pueblos de la zona (fotos 23 y 24, algunos en el famoso país Bassari, la principal atracción turística de la región por las “coloridas costumbres” de este pueblo animista) para el tema de los carteles, y con observaciones de otras especies de fauna y flora que pueden resultar interesantes para el trabajo. Hemos detectado directamente, por ejemplo, rastros de caracal (una especie de lince africano), hienas moteadas y algún antílope. También hay muchos papiones y monos verdes compartiendo el hábitat de los chimpancés.
Y como no todo va a ser currele, nos hemos pegado nuestros buenos baños en la cascada de Dindefello (¡100 metros de caída!, fotos 25 y 26, vídeo 2) y en las pozas de Afia (foto 27), regándolo todo de vez en cuando con un cargamento de cerveza Gazelle (vídeo 3).
Así que ha sido un viaje estupendo, interesantísimo y muy divertido, amenizado por las innumerables ocurrencias de Iñaki y sus interminables gadgets (qué no llevará en la mochila este hombre, ja ja), el buen humor de Fernando (foto 28 y vídeo 4) y la más que generosa hospitalidad de Liliana, dejando aparte la suerte de haber compartido unos días su apasionante trabajo.
Y acabo loando precisamente el valor de esta chica, que se vino a vivir a un pueblo a 15 horas de carretera de Dakar (foto 29), sin agua corriente y (vídeo 5), en una casa de 4 m x 4 m, sin casi electricidad, sin saber francés (ni mucho menos las lenguas locales, pero ahora ya controla franchute), sin vehículo alguno, y sin haber puesto antes un pie en África. Y lo mejor: es capaz de aguantar que tres mamarrachos como nosotros (foto 30, vídeos 6 y 7) le den la paliza a todas horas durante toda una semana sin inmutarse. ¡Olé, Liliana: buen trabajo y muchas gracias por todo!
Pista oculta: vídeo 8 (la verdadera razón de mi visita a los chimpancés)