lunes, 30 de noviembre de 2009

Aprovechando el silencio de los corderos

 Foto: Chacal dorado (Canis aureus)


Todos los años cuando llega la fiesta del cordero –el Tabaski en Senegal o el Aid-el-Kebir en otros países; una de las grandes celebraciones islámicas en la que se conmemora el sacrificio de Abraham-, aprovechamos que casi todo el mundo está ocupado degollando el carnero para alejarnos del follón de la ciudad. Es muy buen momento para viajar, si sales de Dakar cuando todo el mundo está en la mezquita y vuelves cuando todavía los estómagos están reposando el churrasco. Elegir bien cuándo entrar y salir no es ninguna broma, Dakar es una península con una única carretera de acceso al resto del país y los atascos son monumentales.

Así que hemos hecho un viajecito a los alrededores del Delta del Siné-Saloum, esquivando los camiones, furgonetas y coches cargados de corderos en el maletero (foto 1). Como era poco probable que pudiéramos hacer excursiones en piragua por los manglares en fechas tan señaladas, nos hemos quedado en las puertas del delta, pero aún allí, sin entrar en la parte más salvaje, hay un montón de cosas que ver y un paisaje alucinante.

A medida que nos acercamos al delta, vamos abandonando la sabana relativamente densa para adentrarnos en inmensas planicies arenosas salpicadas de charconas salobres y corpulentos baobabs (fotos 2 y 3). Este es uno de los lugares importantes para muchas de las aves acuáticas migratorias que están llegando aquí desde Europa en estas fechas, y junto con las especies residentes, se juntan miríadas de limícolas (las aves que se alimentan en el barro), gaviotas (foto 4), charranes, flamencos, pelícanos, garzas, cormoranes y águilas pescadoras. En el caso de esta última especie, tuvimos la suerte de ver una anillada y de poder leer las letras escritas en la anilla, así que en breve esperamos poder contaros de dónde ha salido esta viajera en particular. La mayoría de las águilas de esta especie que vemos por aquí crían en Europa septentrional y central y todos los años viajan a África para pasar el invierno europeo. Las españolas –bastante escasas-, por el contrario, se quedan en nuestro país todo el año.

No sólo de aves vive el amante de la naturaleza, así que nos pusimos a comprobar la veracidad de las historias de hienas (hiena manchada, la grandota de los documentales) que pululan por el delta (…y por muchas otras regiones de Senegal). Y no hizo falta ir muy lejos, a 1 km escaso del alojamiento más lujoso de la zona (El Lodge des Collines de Niassan, en Palmarin ), encontramos un buen surtido de huellas mientras comíamos el bocata. Silvia se echó una buena siesta ahí mismo… antes de saber qué compañía se oculta en los islotes de estos saladares. En Senegal son animales estrictamente nocturnos y no conviene dormir al raso en el campo porque no hacen remilgos a nada. La próxima vez nos alojaremos más cerca de las hienas y les dedicaremos un paseo nocturno (¡en coche!) para ver si las encontramos.

Menos inquietantes, pero igualmente espectaculares, son los chacales. En África los hay en todas partes menos en las selvas más espesas, desde la playa hasta la cima de las montañas, y desde Ceuta hasta el cabo de Buena Esperanza. Volviendo de Palmarin, nos topamos con una pareja de chacales dorados (Canis aureus) campeando en el límite entre el “monte” y la planicie (un sitio parecido a la raya de Doñana). La hembra, coja de una mano, tuvo la gentileza de posar para la foto (foto 5), pero el macho, bastante más grande y auténticamente dorado, no era tan curioso y no quiso figurar en el blog. Otra vez será.


lunes, 23 de noviembre de 2009

Mi madre lo sabía: el sentido de la vida está en sentir la vida (adiós, mamá)

Foto: Mis padres pasándoselo en grande
en el lago Nakuru (Kenia), en 1998


Este es mi minúsculo homenaje a mi madre, esto es lo que he podido rescatar por ahora de entre esta inmensa ruina que ha dejado.


Algunos creen que nuestro cerebro está hecho para pensar, para computar montañas de datos y realizar complejos análisis que desembocan en pensamientos, más o menos profundos según la necesidad o las ganas. No es cierto, están equivocados: nuestro cerebro está hecho para sentir, para tomar todos esos datos, análisis y reflexiones y transformarlas en sentimientos: en amor, odio, alegría, tristeza, asombro, decepción, ansiedad, calma, placer, asco, admiración, envidia, melancolía, éxtasis… y mil otras cosas alucinantes. Pensar es sólo una parte del asunto, la vida consiste en sentir.


Y de eso, mi madre sabía un montón. Y eso mismo, mi madre nos lo inculcó… a su manera.


Me imagino, no lo sé, que eso es lo que mi padre, mi inmenso padre, vio en ella desde que eran casi unos chiquillos, y que eso era lo que compartían y lo que les mantuvo juntos y todo lo felices que se propusieron, que fue una barbaridad sin paliativos. Y, para ser coherentes con sus principios de sentir sin restricciones, también se enfadaron a veces, sin que eso supusiera mucho problema. De hecho, tenían una solución mágica para esos episodios: se prometieron no irse nunca a la cama enfadados. Una gran receta secreta.


Mi madre, en definitiva, se hizo un precioso caminito de sentimientos a lo largo de su vida, guiada por el mejor de todos, el amor, y sin hacerle tanto caso al guía otras veces como buena viajera independiente que era.


Su amor por su Pepe, mi padre, se encarnó ocho veces en sendas combinaciones genéticas con vida propia, de las que tengo el orgullo de formar parte y ninguna queja. Ni falta que hace hoy que entre a valorar ni a detallar la inmensidad de este amor, sólo tenéis que escuchar el viento triste que seguirá buscándolo por todos los rincones todavía por muchos años.


Otro de sus amores más tremendos, la música, lo plasmó primero en su exitosa carrera de piano y, más tarde, mediante no sé qué alquimia misteriosa, en un concentrado de genes melómanos que se materializó en mi hermano Carlos… con la graciosa colaboración de los genes pepunos, menos duchos en el tema pero no menos voluntariosos.


Su amor por las buenas causas, que son por supuesto las que llaman perdidas, lo transformó en muchos, muchos años de trabajo desinteresado fuera de casa. Consciente de lo perdidísima que debía ser la causa de sus hijos, sacó tiempo durante unos 14 años para ayudar a otros, menos perdidos pero que habían tenido la desgracia de padecer carencias e incluso de tener que haber ido a paliarlas a países lejanos como el nuestro. Matando dos pájaros de un tiro, mi madre aprovechó para aplicar en este último caso, -el de la la asistencia a refugiados-, su amor por otras lenguas y culturas, hablando francés, inglés, italiano, portugués y hebreo. Últimamente, pero sin intenciones asistenciales que se sepa, estaba aprendiendo catalán… a los 71 años de edad.


Y así transcurrió una vida, así pasaron los años, entre estos y otros amores, y, cómo no, entre otros sentimientos que siempre se hacían a un lado para no enturbiar la dicha. Mi madre vivió siempre sintiendo, sintiendo fue capaz de sobrevivir a la muerte de su marido - tan sólo hace dos años y cuando tanto les quedaba y nos quedaba por sentir juntos-, y sintiendo muchas ganas de vivir se le escapó la vida, qué torpe ella, en un descuido de su cuerpo, qué torpe él.


Mamá, no te preocupes, no perderemos de vista al guía. Papá, descuida, seguiremos esforzándonos en hacerlo bien, como nos habéis enseñado. Gracias a los dos, no tenemos nada que perder.