A Silvia le pasan dos jabalíes por encima y no se asusta, su risa retumba en la noche fría.
Silvia juega al escondite con un gato, con Atila, respetando los turnos para esconderse y buscar, y cuando le toca a ella asustarlo, lo hace suavemente para no espantarlo.
Silvia tiene el pelo largo y de color cachumbo: medio rubio medio rojo, pero no es guiri, aunque a veces le traen el menú en inglés y las niñas por la calle le dicen how-are-you.
Silvia usa el francés para contar y también cuando se enfada, guarda esas neuronas un poco próximas para tenerlas controladas.
A Silvia le encanta dormir media hora después de que suene el despertador, con la tripa calentita al calor del gato pero los pies muy fríos.
Silvia compra pan en los viajes y lo lleva de recuerdo a su familia, para que sepan a qué huele la vida por ahí.
Silvia iba al colegio en bicicleta, andando o con esquíes, atravesando bosques y praderas nevadas bajo su poncho con borla..
Silvia le quita la comida a los osos: se come todas las fresas silvestres y las moras que se encuentra antes de que les dé tiempo a verlas.
Silvia se pone a seguir la caza de los halcones cuando se le pincha una rueda en el desierto, para qué ponerse nerviosos.
Silvia se despierta muy dormida y a veces confunde las cosas: allá donde dice que hay cuatro señores están las patas de un elefante.
Silvia no se atreve a ir al baño esta noche porque piensa que rondan los leones, pero no se acuerda de que está de vuelta en Madrid.
Silvia va saltando de un lado a otro del Mediterráneo sin mojarse, excepto en julio cuando ya está el agua templadita.