sábado, 28 de junio de 2008

Aviso: el desarrollo sostenible puede causar ceguera


(Traduzco: tú también, participa en el desarrollo sostenible)

Algunos llegan a mi edad y se vuelven “realistas”: lo de cambiar el mundo es cosa de adolescentes y adultos poco maduros. La vida te pone en tu sitio y te hace ver que no, que tú no puedes hacer gran cosa y que lo mejor es que te resignes a acomodarte al sistema de la manera menos dolorosa posible. Es entonces cuando ya te han calzado las gafas que estaban esperando para ti, que te ayudan a corregir esas dioptrías tan chungas que venías arrastrando de tus años más mozos. Unas gafas muy molonas, que vienen con mega-pantalla plana, teléfono móvil nuevo una vez al año, retrete con Internet y todo lo que quieras, muñequito. Y si las gafas todavía te resultan un poco pesadas de llevar y sigues viendo un poco borroso, tranquilo, que también tenemos lentillas ultra-ligeras, con las que puedes ver que sí, hombre, que nosotros también nos preocupamos de los pobres, que damos mucho dinerito para que añadan chapas a sus chabolas, les mandamos ONG que van a ponerlo todo limpio en un pis pás y hacemos super-colectas cuando el cielo les cae sobre sus cabezas. Todo controlado. ¿Ah, no? ¿Qué todavía insistes, que no estás convencido? ¿Eres del puñado de tercos que creen que el planeta se va al carajo? Qué pesimista, hijo, con lo bien que vivimos todos, pero no te preocupes, que tenemos la solución para ti: nuestro comprimido mágico de pastillas de desarrollo sostenible. Mira, te tragas hoy mismo las 17 pirulas y ya verás que funcionarán durante el resto de tu vida, todo lo van a ir resolviendo solitas, pero mañana, claro, en cuanto se pongan a hacer efecto, no pretendas que actúen en media hora. ¿No te han hecho efecto? Ah, claro, porque eres un pesimista, un alarmista, un chungo, un retrógrado en contra del progreso y un inmaduro. No has sabido adaptarte a la vida adulta, y encima no te gusta el fútbol. No hay más remedio para ti, sé bueno y deja que pasen los que sí saben lo que vale un peine, anda.

Pero lo que pasa es que yo veo con el cerebro, los ojos son sólo la apertura del cerebro al mundo. Y lo que veo es una civilización suicida, perdida en una vorágine que parece no tener fin ni marcha atrás. Gente que nunca se ha parado a pensar de dónde ha salido, dónde vive, quiénes están a su alrededor, qué es con lo que estamos jugando. Vivimos con unas miras estrechísimas, ignorando olímpicamente nuestra propia naturaleza, la naturaleza de la que somos parte y en la que formamos parte, pero sólo parte. Somos el producto más sofisticado de esa naturaleza, porque tenemos el elemento más complejo conocido que existe: nuestro cerebro, el producto más prodigioso de la evolución en nuestro planeta. Un producto estupendo, sí, pero muy mal aprovechado, lo que provoca unos efectos secundarios que van en contra de ¡nosotros mismos!. El hecho de ser tan inteligentes nos ha hecho creer que somos especiales, que nuestro dominio del entorno y nuestra tecnología nos han puesto a salvo de los factores ambientales y biológicos que rigen la vida del resto de los seres vivos, pobrecitos ellos. El cerebro está muy bien, pero no os engañéis, es otro experimento de la naturaleza, que persistirá durante muchos millones de años o desaparecerá irremediablemente si no le damos más uso. La inteligencia es sólo otra estrategia de la evolución biológica, tan sujeta a las leyes implacables de la naturaleza como cualquier otra cualidad, como la velocidad, la capacidad asociativa o la frugalidad. No es mejor ni peor en términos de supervivencia. También hay seres muy simples, como las bacterias, que han alcanzado el éxito de medrar en la Tierra –durante un tiempo millones de veces superior al que lleva existiendo el ser humano- con estrategias muy diferentes al desarrollo de la inteligencia.

En nuestro propio cerebro está la clave para ver sin deformaciones. El sistema económico actual -y las fuentes de energía y los procesos en los que se basa-, es absolutamente inviable. Es la causa de que nos estemos cargando el mundo, millones de especies y de ecosistemas que son el resultado de intervalos de tiempo inimaginables para nosotros, tan inteligentes que somos. La propia atmósfera de nuestro planeta, del que dependen absolutamente todos los procesos que tienen lugar en su superficie, está cambiando por nuestra ceguera. Y encima nos creemos que lo que está en juego es la naturaleza (eso que empieza donde acaba la ciudad), cuando millones de neuronas en nuestra cabeza se dan cuenta de que lo que nos jugamos es nuestra propia existencia, la de nuestra especie y la de todas las que estamos arrastrando en la caída. El cerebro está en el cruce de caminos: por el que llevamos, las propias leyes de la naturaleza se van a encargar de acabar con el experimento del ser humano actual. Paradójicamente, la falta de uso y la concentración en el partido del domingo (o en el capítulo de Lost) de la mitad de la humanidad de hoy en día, van a hacer que se extinga la maravillosa máquina que tenemos en el cabolo. La otra vía es darle un poco más de uso, emplearlo para darle un poco de perspectiva a nuestras vidas, echar un ojo a nuestro alrededor y pensar si realmente es creíble que las minucias que estamos haciendo para arreglar la situación, van a impedir que destrocemos nuestra propia casa. ¿De verdad que el desarrollo sostenible, apoyándose en la tecnología y en la buena voluntad de nuestros dirigentes y representantes –o de sus primos, en algunos casos- lo va a arreglar todo, a este ritmo de tortuga leprosa?. Abre los ojos, hombre. Y no te creas que no hay soluciones, que no hay otras opciones, que la inercia del sistema es invencible, y que cambiarlo sería el desastre y, además, imposible. Cosas más difíciles se han visto: y la que más, que exista un órgano tan complejo como el cerebro del Homo sapiens sapiens.

Súbete a un monte, mira alrededor, mira a tu novio, a tu novia, a tu madre, a tu hermano o a tu colega y dime si no merece la pena pensarlo un rato.